Nada es totalmente casual. Los climas de época concentran las miradas en diferentes episodios del pasado, como si en ellos se buscara una semilla para explicar el presente y potenciar el futuro. Si durante los años del kirchnerismo hubo un fuerte hincapié en los documentales que volvían sobre la década del 70, la dictadura, los derechos humanos, asomó al menos en este 2017, un grupo de trabajos que lateral o directamente se revuelven en la década del 80, entendida como una ruptura de los códigos culturales que se habían establecido después de los 60. No es que hasta ahora no hubieran existido trabajos sobre la época, pero se trataba más de retratar, desde cierta perspectiva biográfica, a personajes icónicos de la década –Miguel Abuelo, Federico Moura, Batato Barea, Luca Prodan–. Una pequeña excepción, algo fallida, a la regla podría ser Pequeña Babilonia que intenta dar cuenta de la explosión del movimiento rock en la ciudad de La Plata en esos años.

La coincidencia en el segundo semestre de Algo Fayó –que a partir de la figura del dibujante traza líneas sobre la irrupción de nuevos modelos en la historieta argentina a partir de mediados de los ochenta–, Masoch, el camino del perro –donde se explora la ruptura del concepto radiofónico que implicó la aparición de la Rock & Pop y del programa Radio Bangkok– y La Organización Negra (ejercicio documental) –que repasa la trayectoria, pero por sobre todo la ruptura que generó el grupo en la representación performática– establece un punto significativo que Cemento – El documental viene a completar: la necesidad de comprender la importancia que supuso el cambio de lenguajes multidisciplinario que trajo consigo los ochenta, saliendo de la recuperación superficial que supuso el refugio de ciertas radios, por caso, en el rock argentino de esa misma época.

Cemento – El documental, se despega de dos tentaciones inevitables en este tipo de trabajo. La primera, sostenerse en un desarrollo cronológico que no explicaría demasiado de la importancia que supuso para la cultura argentina durante 20 años. La segunda, concentrarse en la figura de la persona que está ligada indisolublemente al lugar: Omar Chabán. Porque es cierto, Cemento es Chabán, del mismo modo que en su momento, por caso, Rock & Pop fue Grinbank: más que la perspectiva de “dueño” prima la de creador, la de generador de un lugar que modificó parte de lo establecido. No es que Chabán quede fuera del documental de Lisandro Carcavallo, sino que va ligado directamente a Cemento. Cuando cerca del tramo final parece reservársele un capítulo breve en la evocación de músicos, artistas y amigos, parece detectarse la intención de contraponer la imagen de ese Chabán a la que construyeron los medios amarillistas después de República Cromañón. Chabán es, para el documental, el creador que se asoma a los techos de Cemento el día de la inauguración en 1985 desafiando la tormenta. El que no firmaba contratos porque lo que valía era la palabra. El que bancaba y estimulaba a las bandas nuevas. El que abrió un espacio fundamental al punk y al heavy metal argentino.

Y es que en ese punto es donde se sostiene el documental: en la idea de espacio que recorre sus 104 minutos. El comienzo revela esa perspectiva como elemento fundamental: vemos las imágenes en las que las máquinas y los operarios trabajan tratando de darle forma a un lugar todavía inexistente. Y sin embargo allí, en esas mismas imágenes, puede encontrarse la primera pista de lo que vendría: ante la mirada atónita de los albañiles, Chabán y Katja Alemann improvisan, actúan, en medio de los escombros y materiales apilados.

De la misma manera que la pareja, Carcavallo organiza su documental en función de la construcción del lugar, en sus metamorfosis que fueron llevándolo de ser un mero galpón a constituirse en un punto de referencia artístico. Allí está, ya como espacio artístico, con una referencia warholiana en sus principios –la “etapa Katja” como señala uno de los entrevistados–, donde la performance resultaba un elemento clave: allí cabía desde el histórico 9 de julio de 1985 en que la Alemann atravesó el espacio de Cemento como Lady Godiva mientras sonaba el Himno Nacional, a las improvisaciones y pequeñas obras teatrales, o al ritual de caos desatado –y de ruptura definitiva de la dualidad escenario/platea– por La Organización Negra. Pero hay un detalle que se desliza en algún momento y que resulta crucial para entender por qué fue Cemento y no otro, el eje del sistema planetario cultural de la época: la comunión entre el lugar y la apuesta artística. De la misma manera que en su ámbito logró El Parakultural, Cemento funcionó en una simbiosis entre lo que ofrecía como espacio físico y como experiencia. No es casual que cuando aparecen las imágenes de recitales de diferentes épocas, la percepción clara es que lo importante no es lo que sucede arriba del escenario, sino abajo, en esa extraña comunión de movimientos y tribus que se encontraban en el mismo lugar. El show de una banda es, en todo caso, una excusa para que la imagen explore reacciones del público que, de nuevo, rompen la frontera entre escenario y platea.

Si sobre el final se retoma la idea del espacio físico es porque Cemento ha desaparecido y salvo una placa de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, nada recuerda lo que hubo en ese lugar hoy ocupado por vehículos oficiales. Sin embargo, no deja de ser notable que en ese punto, Fernando Noy traspase la frontera de la nostalgia por lo que fue, por lo que ya no existe y establezca una nueva dimensión que lleva al espacio mítico: “Cemento se fue transformando a sí mismo en una enorme catedral de arte. Y hoy es un pensamiento”. Una idea de cómo la cultura puede transformarse y ponerse en movimiento.

Pero lo más interesante es una doble configuración de Cemento que explora el documental más a fondo y que proviene de la percepción de músicos y habitúes. Por un lado, la idea de espacio como refugio. Cemento fue, en los días de posdictadura, una suerte de refugio antiatómico donde no entraba la policía, un bunker que se podía rodear, pero no vulnerar. Mientras el afuera, la calle, era territorio de la policía, de la represión y el arresto arbitrario, el adentro era garantía de seguridad, de encuentro con pares, incluso esa aparente contradicción que implica la idea de descontrol por un lado y por el otro y a la vez, la euforia de que todos allí adentro se estaban cuidando mutuamente. Si como se señala en algún momento, lo que había allí era “un zoológico extraño, como el lugar donde las manadas van a tomar agua”, es porque allí aparece la segunda configuración. Cemento no solamente fue un refugio, sino también un espacio de pertenencia. Despegado incluso de sus dueños materiales, Cemento se constituye, en primer lugar como un punto de referencia –los músicos lo ven como un paso intermedio para llegar a Obras, pero por sobre todo como una certificación de primera masividad–, y casi de inmediato, como un lugar propio. No es casual que la mayoría de los entrevistados lo sindiquen como EL lugar: era allí donde se sentían cómodos, protegidos y respetados musicalmente.

En esa multiplicidad de dimensiones es que Carcavallo reconstruye la idea de Cemento como un espacio que excede lo que se puede ver, tocar, poner en un plano material. Que hoy ese espacio –como el de la original Rock & Pop– se haya convertido en una playa de estacionamiento oficial no habla tanto de las imposibilidades de sostener un emprendimiento de ese tipo en el mercado. Por el contrario, permite encontrar una dimensión política que parece una marca de la cultura argentina y que potencia aún más en estos tiempos, el planteo que hace el documental. La desidia y la falta de interés en conservar, aún modificado, un espacio cultural icónico implica, más que una degradación cultural, una determinación por esconder o silenciar una parte de la historia. Si la idea de cerrar un espacio va de la mano de declarar su inexistencia, borrar las huellas de su paso, hacer, en definitiva, que la gente no sepa lo que pasó, la concreción de este documental es un paso en sentido contrario: es la recuperación de una historia y una apuesta definitiva contra el olvido.

Cemento – El documental (Argentina, 2017), de Lisandro Carcavallo, 105′.

Acá puede leerse un texto de Julián Mocoroa sobre el mismo documental.

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