Zama es la historia de un tipo (Don Diego de Zama) que no quiere estar en el lugar en el que está. De alguna manera, se inscribe así en la tradición de la literatura anti-épica que puede asociarse a Bartleby, el escribiente. Diego de Zama también podría adscribir al lema “preferiría no hacerlo” que llevaba adelante como filosofía de vida este empleado gris compuesto con maestría por el creador de Moby Dick. La película de Martel conecta con esta idea y mediante una puesta enloquecida (en la que se filtran las voces y sonidos de los cuerpos disciplinados por esa sociedad virreinal) potencia este malestar llevándolo al paroxismo. Zama es, en la mirada de Martel, un mirón, un hombre solo, enloquecido por esa soledad que disfruta mirar esos cuerpos incivilizados y que se refugia en ese distanciamiento para no enloquecer (podríamos pensar que ese distanciamiento es el mismo distanciamiento que establece la cámara de Martel para mirar todo con pericia etnográfica).

A diferencia de los relatos épicos construidos durante el esplendor del kirchnerismo (pienso en San Martín o en Belgrano como casos ejemplares) a Don Diego de Zama no lo espera ningún destino de grandeza; es tan solo un hombre (que espera algo) con todo lo que eso implica. El tono anti-épico ubica al relato de Di Benedetto por fuera de los cánones de lo que conocemos como novela latinoamericana, o lo que el mercado editorial de comienzos de la década del 60 denominó como «boom latinoamericano». La novela de Di Benedetto es de una sequedad y de una economía de recursos notable, lo que la transforma, según Juan José Saer, en una de las pocas obras personales de escritores argentinos del siglo XX junto a la obra de escritores notorios y notables como fueron Borges, Juan L. Ortiz y Macedonio Fernández. Lejísimo del barroquismo del García Márquez de Cien años de soledad, de la Rayuela de Cortázar o de los Pasos perdidos de Alejo Carpentier, por nombrar solo un par de nombres ilustres de la literatura latinoamericana, la prosa de Di Benedetto es precisa y filosa como un cuchillo. Di Benedetto siempre va al grano y su trilogía -llamada por algunos existencialista y compuesta por ZamaLos suicidas y El silenciero- es una prueba cabal de la maestría narrativa de un escritor que comprende como pocos que escribir tiene que ver con una operación de resta permanente, dejando solo lo esencial y puliendo el relato de modo quirúrgico.

Zama ocurre en tiempos del Virreinato del Río de la Plata y está atravesada por la subjetividad de un hombre aislado que opera como metáfora de la aventura civilizatoria en su dimensión disciplinaria. Esperando en vano un traslado que nunca llega, el personaje creado por Di Benedetto y reelaborado con inusual maestría cinematográfica por Martel, espera la nada mientras ve el tiempo pasar inexorablemente. Lo interesante de este monólogo alucinado, construido por Di Benedetto y amplificado a una coralidad tormentosa y vitalista por el ojo-cámara de Martel, es que ese registro nunca se reduce a una mirada psicologicista sobre el personaje en cuestión. En Zama hay una comprensión cabal de las tensiones de clase que atraviesan a los personajes, y esas tensiones, como en el mejor cine de Martel, siempre son tensiones étnicas, raciales y clasistas. Lejos de la novela histórica, Zama está narrada desde el presente y las tensiones de época que describen Di Benedetto y Martel son las mismas que acontecen en la actualidad, pero con otros personajes. «La cíclica batalla de Waterloo» le decía Borges a la historia cuando se replica monótona con otros actores. Marx, en tanto, decía que la historia se da dos veces, primero como tragedia y luego como comedia.

La película de Martel sigue los pasos de la obra de Di Benedetto: también su cine está fuera del canon de lo establecido. El realismo de Martel se construye desde la subjetividad personal que irradia su puesta en escena, pero al mismo tiempo su película se sumerge de lleno en lo que los personajes viven y padecen, dándoles una plena e inusual libertad (de ahí esos planos que aturden e incomodan a un espectador desconocedor de lo que la obra de Martel representa desde hace dos décadas para el cine nacional). Saer planteaba que la obra de Di Benedetto era tildada de experimental y en esa adjetivación se encubría un desprecio o una incomprensión. De este modo, experimental significaba lo que no encaja dentro de lo establecido. Con la obra de Martel sucede algo similar, sobre todo desde la extraordinaria y compleja La mujer sin cabeza (la película más extremadamente subjetiva de Martel). Sin llegar a los límites de la complejidad formal a los que llegó entonces, Zama es una obra complejísima que parte de la tragedia de un hombre que está a la deriva para problematizar y pensar un tiempo histórico y lo que ese tiempo ha dejado a su paso. Zama no se reduce a la tragedia de un sujeto sino que narra la colisión de dos mundos en un conflicto irresoluble. Martel muestra con sutileza y sin subrayado alguno cómo se desarrollan las relaciones de dominación entre los colonizadores y los colonizados, y lo que esa violencia produce en una sociedad fragmentada.

La pluralidad sinfónica de voces que urdió Martel para reemplazar el recurso del monólogo interior  desarrollado en la novela amplifica a su vez el registro del malestar que percibimos en Zama, y respecto a este punto es para destacar la notable actuación del actor mexicano Daniel Giménez Cacho. Esa actuación de registro contenido y a punto de estallar como la tranquilidad que avecina a la tormenta también se emparenta con el tipo de narración contenida y filosa de la cual hace notoria gala Di Benedetto.

El final apocalíptico de Zama, hundido en una canoa dentro de una ciénaga, remite no solo a la propia obra de Martel (fundante del cine argentino de inicios de siglo XXI) sino también al conflicto racial y de clases sobre el que se fundó esta nación. Desde ese barro de la historia sobre el que se fundó el país que somos es que se desarrolla la vida de este don nadie que lejos de toda épica solo quiere vivir. Lo paradójico es que ese rechazo no transforma a Diego de Zama en un reaccionario, sino todo lo contrario. El final de la película de Martel, que nos muestra a nuestro protagonista perdido para siempre de las fauces de la civilización y condenado a vivir en este lado de las cosas, lo vincula al capitán Kurtz de Apocalypse Now y de El corazón de las tinieblas, transformándolo a su vez en un héroe anónimo que contempla con horror el nacimiento del nuevo mundo y la aniquilación de la esperanza de construir un mundo distinto.

En la página pueden encontrar textos sobre Zama de José Miccio, Eduardo Rojas e Ignacio Izaguirre

Zama (Argentina, 2017), de Lucrecia Martel, c/Daniel Giménez Cacho, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Lola Dueñas, Rafael Spregelburd, 115′.

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