En esta ocasión, James Wan –mientras termina su entrega para la saga de Rápido y furioso- decidió cederle la batuta a John R. Leonetti, director de fotografía de sus últimas cinco películas (las cuales forjaron su identidad como autor) y de un gran misceláneo que va desde La máscara hasta Piraña 3D, y que tenía en su haber tan solo otras dos películas (igual de eclécticas) como director: Mortal Kombat: Annihilation y El efecto mariposa 2. Hijo de Frank Leonetti, electricista de las grandes producciones clásicas de David O. Selznick, y hermano de Matthew F. Leonetti, director de fotografía dePoltergeist y Commando entre otras, la elección de sus proyectos parece explicarse por esta misma tradición clásica hereditaria de trabajadores de la industria, no por vocación artística. Al tener el estilo visual de Wan bien aprehendido, no resulta extraño que Leonetti haya sido el elegido para continuar esta saga (¿o en realidad comenzar una nueva?) y, a pesar de que el resultado sea más que aceptable, su vocación industrial no pasa inadvertida.
Esta vez el argumento es el siguiente: Mia y John (que están a un pelo de apellidarse Farrow y Casavettes) son una joven pareja que está esperando su primer hijo, y el marido no tiene mejor idea que obsequiarle a su mujer una perturbadora muñeca que es la que le falta para completar su colección. Un buen día, sin que la pareja se percate, sus vecinos de al lado son asesinados por su hija adolescente, Annabelle, y su novio y, por cercanía, la próxima víctima es la pobre Mia. Los asesinos irrumpen en el departamento e intentan hacerse con su vida (propinándole, de paso, una puñalada en el vientre hinchado que por fortuna no llega a afectar al feto que resguarda) pero la policía y el propio John rescatan a la damisela en apuros, ocasionando la muerte a los criminales. Antes de morir desangrada, Annabelle dibuja un extraño símbolo en la pared y deja caer una lágrima de sangre dentro del ojo de la muñeca que John le había regalado a su esposa. La cosa no pasa a mayores, salvo por el shock del momento y el estrés post traumático, pero, ya nacida Leah, flamante primogénita, algo (o alguien) empieza a manifestarse dentro de la casa, y todas las sospechas recaen en ese maldito trozo de madera con forma humanoide y ojos aterradores…
Con referencias un tanto excesivas a El bebé de Rosemary y claros ecos del Clan Manson que resuenan de fondo, la película se mueve con soltura por un mundo que resulta anacrónico y extraño, un mundo que se presenta cada vez más y más onírico y absurdo. Annabelle es puro clima y, por suerte, su banda sonora y el trabajo de edición de sonido (a pesar de abusar levemente del mickeymousing para generar mayor golpe de efecto) acompañan fielmente a las imágenes para sumergir del todo al espectador en una realidad aterradora. La cámara intenta imitar los movimientos creativos y artesanales de los últimos trabajos de Wan y, aunque no logra el mismo efecto, no deja de ser efectiva y acorde al tono de la película.
A decir verdad los puntos más flojos de Annabelle son el desempeño de los actores (que en ningún momento llegan a hacer honor a los actores de los cuales sus personajes ficcionales heredan sus nombres), los diálogos un tanto trillados y sobreexplicativos, y un par de personajes secundarios que desentonan con el resto y sólo generan extrañamiento del peor tipo. Aun así, la película es digna de formar parte de esta nueva ola de terror estadounidense visual y conceptualmente estilizado, de la que James Wan debe ser el máximo exponente, y algunas secuencias un tanto surrealistas hasta la acercan, con timidez, al cine de David Lynch. Buenas atmósferas y buenos sustos. Una hermosa pesadilla para el disfrute de todos.
Annabelle (EUA, 2014), de John R. Leonnetti, c/Annabelle Wallis, Ward Horton, Tony Amendola, Alfre Woodard, Kerry O’Malley, Brian How, Eric Ladin, Ivan Brogger. ’98.
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