En una etapa histórica donde todo parece estar dicho y hecho, donde el mundo parece formado de una vez y para siempre, donde lo único posible es la contemplación de esas formas acabadas -en todo sentido del término-, Assayas propone romper con las convenciones, destruir para que aflore algo nuevo, tan dislocado que sea imposible de encasillar no sólo dentro de la normativa formal, sino desde el sentido axiomático, contra el logocentrismo que espera y pretende que cada obra de arte esté sustentada por una idea cabalmente formulada, digerida.

En Personal Shopper la idea es la disolución tanto genérica como argumental. Se deconstruyen los géneros para hacer algo tan diferente que no encaje en ningún lado. Desde el argumento también se muestra reticente a la clausura de sentido, como ya había sucedido en menor medida en Clouds of Sils Maria (Assayas, 2014). Ya no interesa brindar certezas, puesto que para este director el arte no es una expresión tautológica, sino un medio para expresar lo intangible.

La primera escena nos muestra a la protagonista, Maureen (Kristen Stewart), acercándose a la cámara y abriendo una puerta enrejada; a partir de ahí, esa será su obsesión: abrir puertas, una tras otra, en la casa de su hermano, en la de su empleadora, en la de su novio en Marruecos, constantemente atravesando portales. Todo se abre como un juego de muñecas rusas. De la misma forma, el relato abre infinitas puertas que nunca se cierran, mostrando realidades que se niegan a reducirse a un escalafón categórico. El espiritismo –hilo conector de toda la película- es precisamente eso: la búsqueda de un mundo otro, de una realidad otra, más allá de la conocida. Esa búsqueda se materializa en el comportamiento de la cámara, que sigue a la protagonista como un fantasma y como un “peeping tom” a través de una oscuridad casi absoluta, en una negrura que llega a negar incluso a la imagen misma, principio rector del cine. En esas dos acepciones se conjugan dos de los tres géneros (modernos) que se licuan para dar forma a la película: terror y suspense. Pero, finalmente, no termina perteneciendo al género de terror porque no hay mal acechante como centro y, sobre todo, no hay un orden inicial roto que reestablecer, porque a fin de cuentas el proceso a subsanar es la melancolía de la pérdida y el duelo, y es ahí donde emerge el tercer género: el drama. Por eso Stewart, con el usual gesto de desasosiego que lleva impreso película tras película en su semblante, funciona en este caso. Es un personaje que vaga entre mundos sin estar cómodo en ninguno de ellos.

La forma en que es trabajado el personaje protagónico es parcial. Assayas da algunas pistas desde el argumento que no desarrolla hasta agotarlas: su malformación coronaria, sus aptitudes de médium, una constitución de mujer “ingenua/sumisa” que se ve envuelta en un juego de perversiones sadomasoquistas (el arnés del vestido responde a esa categoría). En medio de eso, el duelo y la melancolía a superar, donde el reto principal es dejar ir. Todo esto tratado desde las organizaciones de dobles: todo el tiempo aparecen en el plano reflejos de la imagen, espejos, vidrios, cosas brillantes y más contundentemente aparece en la relación de Maureen con su hermano gemelo y con su empleadora (se pone su ropa e incluso ocupa su lugar varias veces). Constantemente se manifiesta ese deseo de “ser alguien más”. Mientras lo intenta, espera. Repite varias veces “Debo esperar”. Su única acción es correr y esperar, está paralizada. Es un sujeto que no termina de configurarse, una figura brumosa.

No obstante, la configuración del personaje protagónico está influenciada por la del personaje al que Stewart dio vida en su anterior colaboración con Assayas: la asistente personal con zozobra existencial. Película hermana, incluso hija, de Clouds of Sils Maria (aparece el tema de la celebridad glamorosa, la tecnología opresora, el duelo en relación al proceso creativo, el intento de seguir con la vida, donde el sentido rehusaba en una que otra toma a volverse palmario y presuntuoso), Personal Shopper podría tomarse como una continuación alterna a la escena en la que el personaje de Stewart recibe en el celular la llamada de quien acaba de suicidarse. Se retoma y concretiza, lo que insinúa a tientas en la película anterior, abrazando la influencia del J-Horror: los fantasmas y la tecnología.

Más allá de la utilización del agua como elemento vinculado con el fantasma -a través del agua se comunica el primer poltergeist- el principal elemento tomado del subgénero japonés tiene que ver con la tecnología, no como resguardo sino como vehículo de los espíritus, tema propio de un Japón transformado por los cambios tecnológicos del siglo XX, con el impacto de la tecnología en la vida cotidiana, expresión de la modernidad y del capitalismo. Los espíritus amenazantes hacen uso de la tecnología para atrapar a sus víctimas. En el uso del celular para generar tensión, Assayas juega con ese conocimiento del subgénero por parte del espectador y lo usa en su contra invitándolo a fabular dependiendo de un verosímil que no termina de anclarse en un universo genérico ni en el otro. Se utiliza la estructura causal doble como en el cine clásico -sustituyendo la línea argumental amorosa por otra truculenta, precisamente vaciada de amor y entregada a lo físico-, pero para llevar a ningún lado. El devaneo entre las polarizaciones de la tecnología y el misticismo, esa eclosión entre lo banal -mundo del modelaje y su relación con el consumismo en su mayor expresión- y lo espiritual, termina en una especie de limbo en donde se instala la película. Pero esa nebulosa que no termina de ser definida no es consecuencia de la impericia en la realización, sino que se constituye como parte de una decisión estética -y ética-, absolutamente autoconsciente.

El arte no como generador de certezas sino como medio –médium– para comunicar lo intangible. La relación del arte con lo intangible se pone de manifiesto en la invocación de las figuras de Victor Hugo y Hilma Af Klint. Del Romanticismo literario a la modernidad pictórica, el arte funciona como vehículo de fuerzas externas al artista, en una continuación del postulado platónico en los diálogos con Ión: la autoconsciencia del artista como intermediario entre las potencias inasibles y el sujeto popular. En ese sentido, todo lo mostrado desde el primer fotograma podría tomarse -teniendo como base la frase final de la película “¿Sos vos o soy simplemente yo?” y el fundido a blanco-, como una creación en la mente de la protagonista en el transcurso del proceso de duelo. Esa teoría es tan plausible como incomprobable, porque en este universo propuesto por Assayas, las pistas pueden llevar a cualquier parte, a callejones sin salida con la misma facilidad que pueden conducir hacía más puertas por abrir. El interés no está puesto en la certeza sino en el laberinto que significa su búsqueda. Y cualquier intento de exégesis debe estar al tanto de eso antes siquiera de empezar.

De esta forma, la crítica al capitalismo no es simplista, no tiene que ver con el tema -personaje que trabaja de algo que no quiere para costear su verdadero interés- sino con la forma: la ruptura formal fuerza a armar el rompecabezas, dejando de lado la mera recepción contemplativa y abrazando la reconstrucción (producción) del texto que termina de pertenecerle tanto al director como a cada uno de los espectadores. Ese sacudón que Assayas propone lo hace sin dejar de brindarle al espectador el goce cinematográfico. Ahí radica la efectividad del director: proponer un shock disfrutable, uno que atrape al espectador en lugar de repelerlo.

Todo se mueve en ese sutil espacio de indeterminación, de algo que no termina de ser capturado, aprehendido. El juego se manifiesta como una suerte de significante flotante que no termina de ser simbolizado porque finalmente lo que se termina de simbolizar es la propia desintegración de las estructuras que toca y que permiten su interpretación.

Personal Shopper (Francia/Alemania, 2016), de Olivier Assayas, c/Kristen Stewart, Lars Eidinger, Sigrid Bouaziz, 105’.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: