“El amor a la vida no es otra cosa que síndrome de Estocolmo”.
Desconocido.
En la Master Class que John Landis dio a fines del año pasado en el ENERC, no sólo habló sobre el auge de la nueva comedia americana y la ambigüedad ideológica de varios de los principales exponentes del movimiento, sino que también aseguró que aunque en el grueso de estas películas, tomando como principal ejemplo a la trilogía ¿Qué pasó ayer? (The Hangover), se fomente el desmadre y la “anarquía” durante gran parte de su duración, siempre llegan a un final estabilizador, el statu quo en que se encontraba el mundo al comienzo, y esa locura que se venera y exhibe como visceral pasa a ser la excusa para una catarsis funcional al orden establecido capitalista. “¡Estas son películas republicanas!”, exclamó Landis aquella vez, para luego agregar otras dos a su lista: Knocked Up de Judd Apatow y Juno de Jason Reitman.
Ahora, con el estreno de Aires de esperanza (¡qué título que le pusieron!), la pregunta es: ¿Jason Reitman filma recurrentemente películas republicanas? Echando un vistazo a su filmografía, así parece. El director canadiense cuenta en su haber con cuatro películas, sin contar esta última: Gracias por fumar, Juno, Amor sin escalas y Young Adult. En todas ellas (paso por alto Young Adult porque no la vi), como dice Landis, hay un escape momentáneo de la realidad, del sistema que domina a los protagonistas, y hacia el final hay, en cada una de ellas, un regreso moralista y doctrinario a la estabilidad. Una estabilidad que el director siempre remarca como necesaria, como la única posibilidad de que la historia encuentre un punto de equilibrio.
Aires de esperanza no es la excepción a la regla, sino que encaja perfectamente con sus pares. La película cuenta la historia de Adele Wheeler (Kate Winslet) y su hijo Henry (Gattlin Griffith), que viven solos tras el divorcio que separó a la familia y provocó, entre varias otras cosas, una depresión profunda y principios de agorafobia para la madre. Un buen día, madre e hijo se encuentran haciendo las compras mensuales cuando se topan con Frank Chambers (Josh Brolin), quien los persuade mediante amenazas tácitas de llevárselo consigo. Claro está, Chambers acaba de escapar de la cárcel y, ante la falta de un hombre en casa, la familia resquebrajada comienza a aceptarlo como propio a pesar de que el hombre haya estado convicto por asesinato, o mejor dicho homicidio, si es que la distinción vale de algo.
Narrativamente la película es sólida, a pesar de algún que otro plano detalle de más o un par de travellings triviales y, por sobre todo, del co-relato donde se narra el pasado del personaje de Brolin, que quita más tensión y misterio del que pretende sumar. Las escenas de suspenso se valen de los recursos más básicamente hitchockianos pero nunca llegan a tener la potencia que pretenden. ¿Por qué? Porque los personajes nunca parecen estar en peligro. La tensión como ambiente predominante es algo que Reitman no está acostumbrado a filmar, y se nota.
Por otro lado, tenemos esa sexualidad extraña que unge toda la película, representada sabiamente en el botón roto del escote de Winslet y en esos otros dos botones que están haciendo esfuerzos desmesurados para no volar por los aires como el primero. Madre e hijo se encuentran viviendo un despertar sexual (un re-despertar, en el caso de la madre, claro está) al mismo tiempo, un estado que los confunde, que los contraria, pero que ambos resuelven con naturalidad, si es que hay algo de natural en todo esto…
Para consolidar sus aires republicanos, Aires de esperanza termina siendo una película donde lo único más fuerte que el amor es la ley. Pero, ojo, esto no es un astuto comentario social, sino un devenir natural, moralista, pedagógico. Es lo correcto. Es lo que hay que hacer.
Aquí puede leerse un texto de Andrés Fevrier sobre la misma película.
Aire de esperanza (Labor Day, Estados Unidos, 2013) de Jason Reitman, con Kate Winslet, Josh Brolin, Gattlin Griffith, Tobey Maguire, 111’.
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«Aunque en el grueso de estas películas se fomente el desmadre y la ‘anarquía’ durante gran parte de su duración, siempre llegan a un final estabilizador». Es una reflexión muy interesante, como si desde uno de los corazones simbólicos del capitalismo, Hollywood, no pudiéramos esperar otra cosa que la reproducción de ese statu quo; si hay desmadre no deja de ser como las famosas y necesarias crisis cíclicas del sistema capitalista, fundamentales para su superviviencia (aunque algunos románticos de izquierda todavía insistan con ‘el fin del capitalismo’ ante cada nuevo bolonqui). No serían, creo, tanto como «películas republicanas», también son películas demócratas; en general, películas burguesas, películas capitalistas.