Para hacerle honor a su título, Ritmo perfecto funciona como una obra de relojería. La película toma como base un esquema narrativo que se sabe funcional, pero lo hace suyo y logra algo que no es nada fácil: hacer parecer menos nerd a los conjuntos universitarios de a cappella.
Esta es la historia de Beca (Anna Kendrick), joven introspectiva y un tanto “alternativa” que, contra su voluntad, se ve obligada por su padre a pasar un año en la universidad donde él trabaja. Ella quiere ser productora musical en Los Ángeles, es un poco DJ, y tiene anhelos de autogestionar su vida, pero para que su padre la banque, tendrá que, por lo menos, vivir un año en el campus, e intentar algún tipo de vida social. Así es como, por varias casualidades, terminará formando parte de un particular grupo a capella, conformado exclusivamente por otras mujeres, que competirá para ser el mejor en lo suyo.
La película despliega una gama de personajes inusual, especialmente para un mundo donde todavía cuesta encontrar películas con personajes femeninos fuertes e independientes, que hablen de algo más que no sea de hombres o sobre lo que hacen los hombres. Aquí tenemos a una gorda que no se avergüenza de ello y hasta pide que la llamen “Fat” Amy (genial personaje de Rebel Wilson), a una lesbiana negra que no hace ningún esfuerzo por ocultar su orientación sexual, a una adicta al sexo que no puede evitar serlo y tampoco lo intenta, y hasta a una coreana que habla sólo en susurros y llega a admitir haber devorado a su hermana gemela cuando aún se encontraba en el útero de su madre. Así, el personaje principal, que vendría a ser el de Kendrick, pasa a ser nada más que un punto de empatía, ya que el resto del selecto grupo se roba el magnetismo en pantalla.
Una serie de gags se van colando inesperadamente en cualquier hueco que encuentran, y de esta manera se deconstruye el típico modelo de película de competencia. El arquetipo está y los clichés también, pero todo se desarrolla de manera tal que termina resultando de una originalidad refrescante.
Además, acompañando a la comedia, está la música, que con una selección de canciones alegremente pop, y un gran trabajo coreográfico y de composición (tanto para las canciones que están pensadas para sonar bien, como las que lo están para sonar no tan bien) logran que todo funcione a la perfección.
Con la presencia de los grandes personajes (que hacen de comentaristas especializados en a capella universitaria) encarnados por Elizabeth Banks y John Michael Higgins, y la participación del cómico Adam DeVine (el gordito soberbiamente underachiever de Workaholics), la película regala alegría y chiches sin fin, demuestra que todavía se puede hacer algo distinto, y que el cine musical no tiene que recurrir a cosas solemnes como Los Miserables para seguir en pie.
Aquí puede leerse un texto de Paula Vazquez Prieto sobre la misma película.
Ritmo perfecto (Pitch perfect, EUA, 2012), de Jason Moore, c/Anna Kendrick, Brittany Snow, Anna Camp, Skylar Astin, Rebel Wilson, 112’.
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