Confieso que aunque siempre me gustaron las (pocas) películas que pude ver de Manuel Romero, todas me resultaron más interesantes que atractivas cinematográficamente. Fue así hasta que vi (con una copia restaurada, dentro de la sección Cine Argentino Siempre del Festival de Mar del Plata) Gente bien, por lejos la mejor película de Romero (Manuel) que haya visto hasta ahora, una gran película.
Con su clásico contenido clasista (tilingos vs. gente pobre) y sus diálogos acelerados (que muchas veces le prestan una sensación de velocidad a escenas en general filmadas de forma estática), Gente bien logra escapar a esa sensación de teatro (o radioteatro) filmado gracias a una gran variedad de recursos explotados al máximo: desde los juegos verbales (como en la excelente primera escena, en la que los choferes discuten entre ellos como representantes de los distintos estratos sociales) hasta el gag visual (como en la escena final en el dancing, en la que las mujeres del local son convocadas para una trampa y los hombres que quedaron solos en la pista empiezan a bailar entre ellos) y un trabajo excelente con el montaje (como en la gran escena en la que Delia Garcés es rechazada de distintos trabajos por ser madre soltera, mientras que cada representante de la clase alta con el que se cruza aparece muy preocupado por cuidar diferentes tipos de animales).
Por supuesto que puede verse también el pulso acelerado y caótico de Romero (como, por ejemplo, en la trama que parece prometerse sobre el futuro éxito comercial del personaje interpretado por Hugo del Carril, que no llega a ninguna parte), pero ese es el encanto de Romero: un cine (hecho) rápido, un tanto desprolijo, despreocupado, popular y populista. El verdadero cine peronista, que solo podía existir antes de Perón.
Gente bien (Argentina, 1939), de Manuel Romero, 85′.
Por una operación simple, casi imperceptible, la repetición en el cine de Hong Sang-soo pasó de ser la (desesperante) constatación de nuestras limitaciones como seres humanos a la (cómica) constatación de nuestra condición misteriosa, ajena, vacía (pero no por eso angustiante). En Nuestra Sunhi ya no encontramos un protagonista (hombre) que una y otra vez tropieza con la misma piedra, que es él mismo (como se ve de forma más evidente en The day he arrives, pero que en realidad está presente desde las primeras películas del director), sino con tres personajes (hombres) que gravitan en torno a una mujer (“nuestra” Sunhi) o, si se quiere, con cuatro personajes (tres hombres y una mujer) que gravitan en torno a una fuerza siempre inexplicable y caprichosa: el deseo.
Estos cuatro extremos del cuadrilátero van girando uno en torno al otro, sin que la verdad se les revele hasta la escena final (clímax narrativo y probablemente el mejor momento cómico de Hong Sang-soo, uno de sus mejores momentos en general). Ese girar unos en torno a otros (los hombres alrededor de la mujer, los hombres entre ellos para tratar de consolarse por las penas que les causa una mujer, sin saber que se trata siempre de la misma mujer) es el que termina describiendo siempre las mismas curvas: una misma calle, el mismo bar, la misma comida, exactamente las mismas conversaciones. Una y otra vez los personajes atraviesan las mismas situaciones (singulares para ellos, repetidas para el espectador, que las vio antes en otro contexto) y revelan ese sutil cambio en la forma narrativa de Hong Sang-soo: las repeticiones ya no se dan a lo largo del tiempo, sino que se expanden de forma horizontal, ocurren casi simultáneamente en espacios diferentes. Ya no vemos un personaje que hace una y otra vez lo mismo, sino diferentes personajes que buscan su individualidad (se repiten las conversaciones sobre “buscarse a uno mismo” y los intentos por describir una y otra vez a nuestra Sunhi) y que invariablemente terminan repitiendo frases ajenas, gestos copiados e ideas robadas (y rastreables).
Una vez más el que probablemente sea el mejor director de cine vivo vuelve a engañar a todos con una película que parece exactamente igual a todas sus anteriores (blanco fácil para aquellos que dicen haberse “cansado” de un cine del que uno solo puede cansarse si no lo entendió) y que posiblemente sea (otra vez) su mejor película.
Nuestra Sunhi (Corea del Sur, 2013), de Hong Sang-soo, 88′.
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