Por Luciano Alonso

La película comienza con lo que parece ser una cita, que dice algo así como: “Cuando alguien te gusta de verdad, 1 beso es demasiado y 20.000 besos no son suficientes.”


Hasta donde sé, la cita es una invención de la película. O desconozco por completo su fuente. En cualquier caso, alcanza para darnos una pauta de lo que viene. Una película enigmática de una manera totalmente original, cuya originalidad es totalmente capaz de pasar desapercibida. Pensémoslo así: ¿Por qué 20.000 besos no serían suficientes, eh?. Mientras más lo piensa uno, más difícil responder. Ergo, la frase que inicia la película nos da una pauta de toda la película.

La sinopsis dirá que es una película sobre la amistad, sobre enfrentar una separación y sobre conocer un nuevo amor. O alguna gilada así. La sinopsis de una película a veces no dice nada sobre una película.

El argumento es más o menos así: Juan tiene un trabajo rutinario de oficina y se acaba de separar. Se reencuentra con sus viejos amigos, que intentan darle ánimo. Se queda a dormir en casa de uno de ellos, hasta que decide alquilar un departamento e irse a vivir solo. Sin proponérselo, comienza a involucrarse sentimentalmente con Luciana, una compañera de la oficina que, en realidad, nunca le gustó. Sin embargo, poco a poco va descubriendo que Luciana tiene algo especial, que la vuelve magnética.

Por lo demás, la mayoría de la gente hace lecturas epidérmicas sobre casi todas las cosas, así que lo mismo da lo que un crítico u otro opine respecto de una película o lo que sea. Ya sabemos que a la mayoría de la gente le importa un comino la opinión de la crítica, a menos que uno sea famoso y salga en la tele. En ese caso, la palabra de uno se santifica, incluso cuando no deje de decir chorradas. Tendría sentido que -al menos- los críticos escribieran para leerse entre ellos, pero tampoco nos leemos entre nosotros. Así que la función de la crítica parece tener cada vez menos sentido. Por lo tanto, es lógico que la calidad de los comentarios y de las reseñas críticas se devalúen cada vez más. Y así como están las cosas, pareciera que todo se reduce a realizar una suerte de declaración a favor o en contra de un fenómeno dado y eso es todo. La cultura en la que vivimos promueve y celebra la ideología de la síntesis, así que le damos “like” a los fenómenos semiológicos, como si viviéramos mentalmente en el muro de un facebook.

¿Quieren saber si este criticastro que soy le da “like” o no a 20.000 besos? Bueno, lo siento. No funciona así. La vida no funciona así y nada funciona así, excepto Facebook y la cabeza de la mayoría de la gente que no tiene ganas de pensar y por eso va a al cine para no complicarse, porque para complicaciones ya existe la vida, viste.


Salvador Dalí estaba obsesionado con El Ángelus de Millet. Veía algo en esa obra que no estaba en la obra. Mucho del mejor cine funciona de la misma forma. Podemos hablar de un aspecto técnico o de otro, podemos contar la trama o el argumento, pero si una película nos obsesiona, sabemos que lo que nos obsesiona no está allí. Sabemos que ese “factor obsesionante” es algo que no está en la obra, sino fuera de ella.

20.000 besos podrá ser tan buena o mala como quieras. Pero tiene algo que la vuelve original como pocas. Es una película que más allá de que a uno le guste o disguste, dan ganas de volver a verla. Y esta sensación no es precisamente celebratoria. Es decir, no dan ganas de “volver a verla”, porque uno la ha disfrutado tanto que quiere repetir la experiencia. Dan ganas de volver a verla, sencillamente, porque si uno presta atención, percibirá que hay cosas que se le han escapado. Es decir, es una película que incluye la posibilidad de un análisis más profundo. Tal como el mejor cine clásico, dice mucho más de lo que parece decir.

¿Es una comedia? Sí, lo es. ¿Es una película cuasi romántica sin mayores pretensiones que habla sobre la amistad y el amor? En rigor, sí. Pero también es algo más, es otra cosa. E incluso si sólo fuera eso, no estaría mal. Pero no se agota en eso. Es decir, también es una película que introduce, solapada y casi secretamente, un discurso sobre la Ciencia Ficción y sobre cómo la fantasía y la Ciencia Ficción se acoplan y modifican nuestra vida y nuestra cotidianidad. De alguna manera no explícita (que es la mejor manera de poner en circulación ciertas apreciaciones y creencias), 20.000 besos plantea un discurso sobre la simultaneidad de realidades diferentes. Y así es como la cotidianidad más ordinaria se vuelve extraordinaria.


Toda la arquitectura aparentemente simple que plantea la película, toda su estética de lo intrascendente, se desmorona con pequeñas irregularidades, desajustes sutiles que pasan desapercibidos al confundirse en conjunto. Por ejemplo, la importancia de la cinefilia, explícita e implícita. Por ejemplo, la inclusión de lo fantástico. La mención al mundo de las hadas, que está totalmente acoplado al mundo cotidiano. Por ejemplo, la proposición de juegos informales entre amigos, que son aparentemente inofensivos y sin importancia, pero que -no obstante- revelan la posibilidad de la simultaneidad de universos múltiples. Y otras cosas así por el estilo. Básicamente, la película habla en un idioma conocido, pero en realidad se ha apoderado de las palabras cotidianas, para desarrollar un lenguaje propio.

Finalmente, la consecuencia lógica para una película donde lo autobiográfico tiene una gran impronta, es que la película acabe tornándose sobre sí misma. Esto, que a priori puede parecer un defecto, en realidad no lo es. Si un director de cine hace una película autobiográfica, tiene necesariamente que realizar una película sobre un director de cine. Punto. Las historias autorreferenciales no tienen necesariamente que ser buenas o malas, se vuelven buenas o malas según la manera en la que están planteadas o según ciertas decisiones estéticas que se toman a partir de ellas. En este caso, me parece que si es cierto que Sebastian De Caro parece estar hablando de sí mismo, lo hace de una manera atractiva.

Un poema que escribamos, una película que hagamos, los besos que nos dimos. Esas pequeñas cosas serán, finalmente, la huella de nuestro paso por la tierra. ¿Qué recordaremos al final, cuando todo haya pasado? ¿Las horas muertas? ¿La rutina? No, señores, recordaremos los momentos que nos hicieron felices y los momentos en que supimos hacer felices a los demás.


Y eso es todo.

20.000 besos (Argentina, 2013), de Sebastián De Caro, c/ Clemente Cancela, Walter Comás, Carla Quevedo, Eduardo Blanco.

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