Atención. Se revelan detalles del argumento.

Una cuestión de percepción. En Pajarito Gómez, una vida feliz (Rodolfo Kuhn, 1965) hay una escena en la que, en un programa de televisión, debaten si los ídolos pueden o no prefabricarse. En un momento de la escena, el director del programa, desde el control, le pide al camarógrafo que enfoque al sociólogo. El camarógrafo le pregunta cuál es, a lo que el director le responde “¿Cuál va a ser? el de la pipa”. Hay dos niveles claros en la narración: uno en el que los personajes debaten el tema; y otro en el que otros personajes alteran la forma de esa narración. El comentario del director es sutil, así como el chiste del intelectual con pipa, que resulta casi imperceptible y refiere al poder de las pantallas para reproducir e instalar estereotipos, (pre)conceptos (incluso – sobre todo- líderes de opinión) y hacerlos circular, construyendo lo que damos por sentado como realidad. Algo de esto hay en Los Increíbles 2 (2018, Brad Bird) y, por momentos, de manera explícita.

El disparador de la trama es simple: estamos a principios de los años 60 y los superhéroes, como en la primera parte, continúan siendo ilegales. Los hermanos empresarios Evelyn (Catherine Keener) y Winston (Bob Odenkirk) Deavor, de la industria de las telecomunicaciones, tienen un plan para revertir esta situación, un plan enteramente basado en la manipulación de la opinión pública y necesitan a Helen Parr, alias Elastigirl (Holly Hunter), para lograrlo.

También el villano Screen-slaver menciona en su discurso a las pantallas como un modo de sublimación y control social y, no es por spoilear,  pero Screen-slaver es en realidad Evelyn Deavor (nombre que suena curiosamente similar a “evil endeavor””, algo así como “emprendimiento malvado” o “tramoyas turbias” para argentinizar la cosa). Sus razones son un poco más complejas que la mera denuncia a los mass media y más adelante vamos a detallar mejor estos aspectos, pero es importante enfatizar ahora que su hermano, Winston, realmente busca ayudar a los superhéroes, porque él cree, contrario a Evelyn, en ellos como agentes del Bien Común.

Igualmente, antes de profundizar en los hermanos Deavor y sus planes, me gustaría que retrocedamos unos pasos, porque para entender mejor el mundo que establece Bird tenemos que saber de qué estamos hablando cuando hablamos de superhéroes.

¡Nada de capas! En 1964 Umberto Eco publica Apocalípticos e integrados, una serie de ensayos en los que analiza y describe el funcionamiento de la industria cultural, la cultura de masas y el consumo. En una buena porción del texto lo hace con los superhéroes, tomando a Superman, la creación de Jerry Siegel y Joe Shuster, a quien entiende como la figura más arquetípica del género.

Varios conocen el planteo que hace Eco, sobre todo porque Tarantino lo puso en boca de David Carradine en Kill Bill: Volumen 2 (Quentin Tarantino, 2009), sin citar la fuente, claro: Clark Kent no es la personalidad real del kryptoniano, sino un artificio, el disfraz de un ser superior, una figura mítica -un Dios, bah- que nos mira desde arriba, que ha decidido cuidarnos porque nos juzga incapaces de hacerlo por nuestros propios medios. Por eso Clark es torpe, temeroso y cobarde, porque así es como nos ve él, Superman. Clark es una caricatura, una reproducción del hombre común, es decir, del hombre medio(cre). Del Hombre, en definitiva.

Lo que sucede en la primera parte de Los Increíbles (Brad Bird, 2004), película que hasta hace unas semanas era única y ahora se ha duplicado y expandido, es una vuelta de tuerca sobre esta misma observación que hace Eco, específicamente en el conflicto central del protagonista de la historia, Robert “Bob” Parr (Craig T. Nelson), también conocido como Mr. Incredible (o Mr. Increíble en español): Bob es Superman, sí, pero atrapado en la falsa personalidad que es Clark Kent.

Su Tiempo de Gloria (su “Golden Age”, para ponerlo en términos comiqueros) ya pasó, ahora vive de nostalgias, su mente está en un pasado idealizado pero su cuerpo en una compañía de seguros con un jefe que lo hace sentir mediocre y desvalorizado, cuyos ideales no comparte y que lo considera una pieza más en un engranaje que no hace más que oprimirlo. En definitiva, está frustrado. Y pensar que era querido y admirado y libre. Libre de las ataduras que le presenta la burocracia, la sociedad y, en el fondo, su propia familia. Porque por más que narrativamente, los súper se hayan vuelto ilegales, el problema simbólico de Bob es que él cree que tener que mantener a su familia es lo que no le permite volver a ser súper.

La frustración de Bob tiene origen en que se cree mejor que los demás e indigno del maltrato. Bob es arrogante. El rechazo y la falta de respeto que siente por parte de su jefe y del sistema no es diferente a la que aplicó él mismo sobre Buddy, el presidente de su Club de Fans con aspiraciones de volverse Incredi-Boy. Y no es diferente a la indiferencia -un modo de violencia- que ejerce sobre su propia familia. Frustración, rechazo, falta de respeto y resentimiento. Bob es una amenaza y violenta a su violento jefe, como Buddy violenta a Mr. Incredible bajo el nombre de Síndrome.Un síndrome es un conjunto de síntomas. La enfermedad ya la conocemos.

Bob es despedido del trabajo y le oculta esta información a la familia, y es contactado por una mujer misteriosa que trabaja para Síndrome, Mirage (Espejismo), que funciona tanto como secuaz del malo como una metáfora de una amante, lo que en ambos niveles hace peligrar la integridad de su familia como tal. Recién cuando Bob comprende que Síndrome es su propio espejo y se da cuenta que es su familia lo que está en riesgo de desaparecer (de hecho, los llega a dar por muertos) es cuando logra desplazar su propia fantasía narcisista y se enfoca, ya no en lo que perdió, sino en lo que ha construido en los últimos quince años: por supuesto, su propia familia. Así deja atrás la idea de que los demás deben ser menos para uno ser especial, y pasa a convertir a todos en especiales, todos se vuelven súper.

Ese es el origen de Los Increíbles, y esa es la elegancia de la primera película. No es tanto una película de superhéroes, sino un drama familiar sobre la crisis de hombre cuarentón, que resulta tener explosiones, persecuciones y un soundtrack fantástico de Michael Giacchino.

El enfoque es claro, conciso, incluso desde la estética que remite al art decó y sus influencias neoclásicas.

Entonces, ¿cómo hacer una segunda parte de algo así? Más considerando un contexto en el que el género de superhéroes ya no es una rareza, sino el mainstream.

La respuesta que encuentra Bird es “darlo vuelta todo”: ya no será la trama el elemento principal, sino los recursos de género. Y el art decó sencillo y anguloso da lugar a un pop barroco, con más explosiones, más comedia, más todo. Pero la vuelta más curiosa que van a dar Bird y Pixar, y por la cual me gustaría empezar, se da sobre el tiempo de la narración. Y para explicar mejor esto, es necesario que volvamos a Eco.

El clave es “Kronos”. El otro planteo que hace Umberto Eco en el mismo ensayo, y también usando a Superman como ejemplo -pero siempre refiriéndose al cómic como medio y soporte-, es que el tiempo intradiegético funciona de forma cíclica, como si se tratara de un eterno retorno. Los personajes y el mundo que los rodea no pueden ni deben cambiar. El status quo es un concepto fundante. Después de todo, es lo que el héroe protege de invasores que buscan alterarlo. El orden es alterado para narrar la historia, pero todo vuelve a ser restablecido al final. Esto tiene una razón muy clara y sencilla: la historieta es un medio de consumo masivo, industrial y debe ser comprendido/consumido por la mayor cantidad de personas posibles. Para que nuevos lectores se puedan sumar sin mayor complejidad y porque el yeite y la repetición de ciertos patrones generan familiaridad con los lectores.

Este tiempo como concepto cíclico va a ser importante para lo que Bird va a plantear en la segunda parte, pero la idea de tiempo no es nueva para el universo simbólico de Los Increíbles. Cuando en la primera parte Síndrome da por muerto a Mr. Incredible porque se ocultó detrás de un esqueleto de un súper que se parece mucho a Cíclope de los X-Men, aquél descubre una pista que escribió éste último en las paredes antes de morir: “Kronos”, es decir, el nombre del dios griego que representa al Tiempo, aquél que los romanos llamaban Saturno y que devoraba a sus propios hijos. En la historia es el password para acceder a la computadora de Síndrome, pero en realidad, es el villano último. El tiempo fue lo que llenó de resentimiento al héroe y al villano, el tiempo es lo que se perdió y lo que pasó, el tiempo se lleva todo puesto, se come a sus hijos.

Pero Bird es piola y hace lo opuesto. El tiempo real -los 14 años que pasaron entre la primera y la segunda-. No existe en el interior de su mundo.

Bob no solo hizo súper a su familia, sino que venció al tiempo. Porque los superhéroes no envejecen, se mantienen en ese mundo que siempre vuelve a empezar.

Cualquiera puede cocinar. Dar vuelta la cosa es darla vuelta por completo para Bird. Y revertir el flujo del tiempo implicaría que de alguna manera se vuelve a empezar. Por eso la segunda parte por momentos parece retomar situaciones que ya vivimos en la primera. Como si fuera una melodía que se repite pero con contrapuntos se convierte algo que se nos hace familiar, incluso como un soft reboot.

Un padre se aleja de nuevo de la casa por cuestiones profesionales, porque recupera un pasado perdido. Esta vez es Helen, Elastigirl. Otra vez Dash (Huck Milner reemplazando a Spencer Fox), el hijo, tiene problemas en el colegio -solo que ahora con una materia, matemática, en lugar de con un maestro- y Violet (Sarah Vowell), la hija adolescente, debe recomenzar su proto-relación con el chico que le gusta porque agentes del Gobierno le borraron la memoria.

Bob, como en la primera película, queda desempleado, solo que ahora vemos las inseguridades que le puede provocar al sostén de una familia  dicha situación, y el bebé Jack-Jack pasa de ser “el único normal” a tener más de 17 poderes a la vez (Edma Mode, la diseñadora de la familia, dice que el bebé es un polimorfo, en un ingenioso juego de palabras entre sus poderes y la noción freudiana de “perverso polimorfo”). Los súper, que tenían posibilidades de ser legalizados, otra vez tienen que esconderse.

Estas situaciones son el germen de cultivo para que operen los hermanos Deavor y su empresa. Le ofrecen a Elastigirl convertirse en una superheroína nuevamente, grabar los hechos para que no se vean como amenazas destructivas y ganarse la opinión pública emitiendo esas mismas grabaciones por televisión.

Con Elastigirl trabajando lejos, Bob debe hacerse cargo de la familia, de la casa, de la cocina. Bob otra vez está frustrado y celoso, ahora del éxito profesional de su mujer en el ámbito superheróico que consideraba suyo.

Esta situación de inversión de roles, contrapuntos y repetición de beats and notes que parecen una melodía de jazz conocida por sobre la cual se improvisa, dándole frescura y novedad, luce intencional, como una fachada de entretenimiento que apela a la multireferencialidad, interna y externa. Con el género y con su predecesora. Pero si el entretenimiento kitsch y pop de Los Increíbles 2 es una máscara, ¿qué es lo que hay detrás de ese juego formal?

Para dilucidar esto, tenemos que retomar -ahora sí-, a los hermanos Deavor.

Los hermanos sean unidos. En el juego de inversiones que hace la segunda parte de la historia, la protagonista pasa a ser Helen/Elastigirl, a quien se le presenta la posibilidad de retomar su oficio con recursos que solo una gran corporación puede dar. Evelyn es la genio detrás de los avances tecnológicos y Winston es más bien la cara de la empresa, quien se encarga de los negocios y las ventas. Pero también, como Síndrome era un reflejo de Bob, los hermanos funcionan como una proyección de Helen. Evelyn y Winston tienen un pasado trágico, un trauma, que los dispara en posiciones opuestas frente a los ídolos superheroicos del pasado. El padre de ellos financiaba todo el aparato detrás de los súper, especialmente la comunicación telefónica directa (a la Batman con el comisionado Gordon -o Fierro- de la serie de los sesentas), porque los creía la salvación de la Nación. Pero una vez prohibida por el Estado la actividad de los súper, éstos no pudieron acudir a rescatarlos cuando, una noche, ladrones entraron y los mataron (otra vez, muy a la Batman).

Para Winston el problema es el Estado, que generó una opinión pública negativa sobre los súper, y piensa revertir esto con los Parr y, sobre todo, con Helen. En cambio, Evelyn cree que esa dependencia en héroes, construidos por la industria, hizo que sus padres no se cuidaran por sus propios medios y dependieran de alguien más para hacerlo. En términos de Eco, Winston es un integrado y Evelyn una apocalíptica. Un soñador y una cínica. Y eso resuena en la situación de Helen en ambas películas. ¿Ella es una ingenua por creer en Bob y en la familia, o una cínica que debe desconfiar de todo y mandar todo al diablo?

Evelyn y Helen debaten sobre este mismo punto, pero sin hablar de la familia, sino de la compañía. Ella está en las sombras de él, bancándolo, pero a veces duda si eso vale la pena. Este “ella” es las dos. Por momentos, también parece que hablaran del “matrimonio” Disney-Pixar donde, uno pone el talento y el análisis profundo de la cosa y, el otro, el tono marketinero y la venta de ilusiones. Bird manda una patada solapada mientras profundiza ambos personajes. Por eso la trama no es tan importante, porque el subtexto está por encima del plot.

En otra escena, que emula a los jueguitos de Playstation de Batman (y dale con Batman), Elastigirl usa el discurso de Screen-slaver para localizarlo. El discurso queda en segundo plano porque es un medio para un fin. Pero ya que la película está dada vuelta, esto para el espectador debería funcionar al revés. No importa atrapar a Screen-slaver, porque -irónicamente- es una pantalla. No existe más que para ser una distracción -camuflado de McGuffin- para Helen. El discurso ya lo mencionamos arriba, y entra de manera subliminal  tal como querría el personaje.

A nivel interno de la trama, el plan de Helen es medio raro y chanflea: quiere operar negativamente sobre la opinión pública (recordando un poco a lo que Bird plantea en Tomorrowland (2015), su primera película live action y otra operación publicitaria de la Disney que Bird utiliza para transmitir sus ideas) para que los súper no puedan ser legales jamás, tras -suponemos- atacar a un montón de diplomáticos muy a la Magneto en la primera película de los X-Men. Y piensa hacer eso con los mismos dispositivos que usaba como Screen-slaver para hipnotizar a la audiencia. Así, hipnotizados, Helen y Bob pelean hasta que son rescatados por sus hijos, sobre todo el bebé, Jack-Jack.

Igualmente, es curioso notar que aunque esta situación particular se resuelve, el villano que apareció en ambas películas, Underminer -que amenaza con derrumbar desde abajo todo aquello que traiga paz y felicidad- sigue suelto.

Y no es el único. Hay otro impune más dando vueltas, porque hay otra situación, ya más sutil, que también se repite y queda sin resolver porque está de fondo. Es el otro villano abstracto después del Tiempo: la opresión social. Bird, en la primera película, muestra al jefe de Bob como un abusador total al manipular las acciones de su empleado con la amenaza del despido. Síndrome habla de países oprimidos dispuestos a comprar armas para ser respetados. Violet, cuando Evelyn va presa, menciona que los ricos son influyentes y no va a durar mucho tiempo presa. Es una temática pesada, dura y, por ahora, tangencial. Queda por verse si Bird la traerá al frente en algún momento.

A la misma hora, por el mismo canal. Los Increíbles 2 es un gran éxito, en su primer fin de semana de estreno alcanzó los 180 millones de dólares en recaudación, posicionándose como la más vista de todas las películas animadas que se estrenaron en la historia. Pero la apuesta que hizo Bird fue, de alguna manera, riesgosa, considerando el contexto de saturación de superhéroes y que la original es una pieza demasiado bien articulada, lo que invita constantemente a ser comparada.

Por eso Bird fue inteligente y trató de alejarse de dichas expectativas, por eso no buscó repetir más que lo justo para decir algo diferente con los mismos elementos. La idea de un drama con alegorías de industria cultural no podía funcionar, porque era una movida necia. Dar vuelta el tablero e invertirlo todo fue una jugada arriesgada de la que parece haber salido airoso.

Ya no está en el argumento el golpe de efecto de la flamante saga, sino en el efecto de sentido de sus huellas, dispersas alrededor de la trama que explicitan el acto de reproducción masiva en sí. Es una película de superhéroes que se plantea como tal, a un modo extremo, fagocitándose a si misma, volviéndose un elemento de consumo con absoluta conciencia. Así es como los superhéroes se “legalizan” nuevamente, así es como Brad Bird anula Los Increíbles (la película “única”), dando vuelta todo y dándole vida nuevamente a Los Increíbles (la franquicia). Decide dejar a los personajes suspendidos en sus edades, en su propia temporalidad, para que sean, ya no personajes, sino íconos culturales.

Sin embargo, y aún considerando estos factores, si fuéramos como Evelyn Deavor podríamos decir que la película es dispersa, un poco larga y repetitiva, sobre todo en comparación con la anterior. Por otro lado, si nos posicionamos como Winston, diríamos varias de las cosas que mencionamos antes, que la dispersión es solo aparente, y lo importante está en las ideas y subtextos sugeridos, que la película es fluida, divertida, dinámica y compleja, como el propio personaje de Elastigirl.

El riesgo último es que las sutilezas se pasen de sutiles, que gane el espectáculo – y el marketing-  y, para colmo, nos deje con un sabor demasiado conocido: como a Bob en la primera película, añorando glorias pasadas y sintiéndonos demasiado estancados en un mismo lugar. Que al terminar nos quedemos con la de idea de que, con tanto superhéroe dando vuelta y con tanta repetición de lo mismo, pensemos que ya todo se volvió increíble. Y esa es una forma elegante de decir que ya nada lo es.

Pero ya veremos lo que termina por suceder, porque -después de todo- esta historia continuará…

Los increíbles 2 (Incredibles 2, Estados Unidos, 2018). Guion y dirección: Brad Bird. Fotografía: Mahyar Abousaeedi, Erik Smitt. Edición: Stephen Schaffer. Elenco: Craig T. Nelson, Holly Hunter, Sarah Vowell, Samuel L. Jackson, Brad Bird, John Ratzenberger. Duración: 118 minutos.

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