Hace algunos miles de años una piedra de metal cayó en el Chaco. Venía del cielo. Hay que creer que antes de eso había viajado sola por el espacio. Este hecho insignificante en la historia del universo provee desde entonces a mitologías y valores de los habitantes de la tierra.
El último de ellos tuvo un capítulo ayer en el BAFICI, es el mito del cine. La extraña idea de que un grupo de personas delante de luz reflejada en una pantalla está compartiendo algo más que esa sencilla experiencia: un diálogo con desconocidos y con una tradición centenaria.
El color que cayó del cielo empieza contando el mito que los mocovíes hicieron de esa piedra. El mito del sol que cayó del cielo y del guerrero que lo volvió a poner en su lugar. El viejo mocoví no volverá a aparecer hasta el final de la película.
Los mitos protagonistas serán otros. Primero el del conocimiento por el conocimiento mismo, encarnado en el académico investigador Bill Cassidy quien asegura que, para él, el agujero y sus datos valen más que la piedra que lo causó. Es un viejo muy querible; suave e irónico. Durante la primera parte de la película vemos el crecimiento de la zanja que cavó para encontrar el meteorito enterrado. Hasta ese momento la excusa era la búsqueda de un pedazo de ese meteorito, el mesón de fierro. Esa búsqueda será olvidada por el documental, más interesado en sus personajes.
El último personaje es Robert Haag, un yanqui en el peor sentido en el que nuestros prejuicios pueden interpretar ese término. Una especie de cocainómano maníaco hiperquinético que traducirá toda experiencia en la diferencia de dólares a favor obtenida a través de ella.
Los mocovíes lo vieron llegar y transmitieron la historia, Cassidy lo encontró, pero no lo pudo sacar. Haag lo puso en un camión con la intención de subirlo a un barco y venderlo. Un policía caminero chaqueño interceptó el camión y lo detuvo, Haag le ofreció miles de dólares, pero el agente no los aceptó. En la película cuenta personalmente ese momento. El policía podría ser el cultor del mito de la ley, pero no llega a tener ese estatus. Es más bien el antagonista de Haag.
Los progres debemos respetar a los mocovíes como a un viejo que no sabe lo que dice; idolatrar al científico y burlarnos con superioridad u odio del comerciante. Al policía hay que felicitarlo. Al menos eso fue lo que hizo la sala con su aplauso. ¿Felicitarlo como a un perro que te devuelve el palito que le tiraste? El cuento puede hacer pensar eso, pero el policía entrevistado es un hombre digno, parece feliz, no es perrito de su vida. Otras razones también válidas para aplaudirlo.
La película toma distancia de estos juicios, se cuida de no hacerlos. Un cuidado que a veces pasa por frialdad, como si no estuviera claro por donde pasa la pasión, qué es lo compartido. Puede ser que sea una distancia necesaria para dejar que el espectador viva su propio mito o puede ser que sea sólo eso, simple distancia.
El color que cayó del cielo (Argentina, 2014), de Sergio Wolf, c/William Cassidy, Robert Haag, 76′.
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