Una película como Peeping Tom merecía mayor respeto por parte de los organizadores y presentadores en cada uno de los aspectos mencionados. No debería confundirse el espíritu juguetón del evento con la banalización de una obra maestra como la que nos convocaba. Banalización que terminó por desplazarse al público presente, que se reía frente a las escenas más acongojantes, como si la mayoría no pudiera desprenderse del ánimo jocoso para interpretar el trasfondo de un relato que reflexiona acerca de las consecuencias del abuso infantil, a la vez que discurre sobre el arte de hacer cine.
“El asesinato, en casos comunes donde la simpatía está enteramente dirigida al caso de la persona asesinada, es un incidente de horror tosco y vulgar; y por esta razón, que arroja el interés exclusivamente sobre el natural pero innoble instinto por el cual nos aferramos a la vida; un instinto que, indispensable a la primera ley de auto-preservación, es el mismo en tipo (aunque diferente en grado), entre todas las criaturas vivientes; este instinto, por tanto, a causa de que aniquila todas las distinciones y degrada la grandeza de los hombres al nivel del ‘pobre escarabajo que pisamos’, exhibe la naturaleza humana en su más abyecta y humillante actitud. Tal actitud sería poco conveniente a los propósitos del poeta. ¿Qué debe hacer entonces? Debe dirigir el interés sobre el asesino. Nuestra simpatía debe estar con él (por supuesto, quiero decir una simpatía de comprensión, una simpatía por la cual penetramos dentro de sus sentimientos y los entendemos, no una simpatía de piedad o aprobación). En la persona asesinada, toda pelea del pensamiento, todo flujo y reflujo de la pasión y de intención, están sometidos por un pánico irresistible; el miedo al instante de la muerte lo aplasta con su mazo petrificado. Pero en el asesino, un asesino que un poeta admitiría, debe estar latente una gran tormenta de pasión -celos, ambición, venganza, odio- que creará un infierno en él; y dentro de este infierno nosotros miraremos.” – El asesinato considerado como una de las bellas artes – Thomas De Quincey.
Si bien su título refiere a la práctica voyeurista (“peeping Tom”, en el slang inglés, podría ser traducido como “el mirón”), la película no presenta la subjetiva de un asesino psicópata, sino la de una víctima cuyo accionar deriva de los graves efectos de la crianza de un niño bajo la tutela de un padre sádico que lo utilizaba como conejillo de indias para experimentar las formas del miedo, filmándolo para registrar cada impacto. No hay que tener un ojo demasiado entrenado para percibir la inmensa complejidad de su estructura formal y narrativa -que además alude a la conducta del espectador de cine, ávido de violencia y perversión- mediante una puesta en abismo que se trasluce en las filmaciones realizadas por Mark (Karlheinz Bohm), luego visionadas por él mismo en la sala privada de su departamento, y en la revisión patológica de los registro fílmicos de su perverso tutor.
Si nuestra identificación primaria está depositada en la cámara misma -vale decir en la mirada directa de Mark-, extensión de nuestro órgano visual, la segunda no reposa tanto en el protagonista sino en la heroína -Vivian (Moira Shearer)- aparentemente espantada por el contenido, que no puede dejar de espiar con mórbida curiosidad las imágenes que ante ella se suscitan. Ningún aspecto del film podría jamás dar pie a una observación chabacana. La puesta en escena es deliciosamente trágica, los personajes se desarrollan de manera portentosa, y la trama despliega un retrato psicológico inclemente.
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Excelente nota. Concuerdo con todo!
Muchas gracias por tu comentario, Gustavo. Un abrazo y gracias por leer.
Saludos
Nuria
Creo que en tu frase «No debería confundirse el espíritu juguetón del evento con la banalización de una obra maestra como la que nos convocaba» está la clave de la cuestión. Un festival con espíritu juguetón se agota en eso mismo y es por ese espíritu que siempre huí y huiré del BARS. Genial post.
Hola Lila: Gracias por tu comentario! No creo que haya que huirle, a menos que no te interese el cine que proyectan (en mi caso es uno que disfruto enormemente), pero tras 14 ediciones uno espera que algunas cuestiones (manejo de horarios y presentaciones principalmente) terminen por pulirse correctamente, algo que beneficiaría tanto al festival como a los espectadores. Creo que uno puede divertirse sin que eso implique subestimar aquello que se dice amar. Como puse en un posteo de FB a propósito de esta crónica: «Peña cuando presenta películas (muchas veces bizarras) en el Bazofi se ríe, hace comentarios chistosos, pero al mismo tiempo baja una data impresionante y uno se va, además de entretenido, con la sensación de haber aprendido y profundizado sobre películas que en otros contextos podrían ser (o son) minimizadas o subestimadas»
Saludos!
Nuria Silva