Atención: Se revelan importantes detalles del argumento y del final de la película.
No vi la primera. Dicen que no importa, que se entiende igual. La premisa parece ingeniosa. Durante una noche no hay pena legal por ningún acto: vale todo, absolutamente todo. El Estado se toma un descanso de doce horas en su monopolio del uso de la fuerza. Los ciudadanos de bien deciden entonces esconderse, resguardarse en sus casas fortificadas, durante esas horas. Mientras tanto aquellos que lo deseen pueden “purgar” sus bajos instintos.
Obviamente algo de esto falla. Una pareja anglosajona y una mujer latina con su hija veinteañera quedan en la calle. A ellos se les suma un hombre que no está afuera por accidente como ellos, pero tampoco es alguien que disfrute de asesinar. Quiere usar esa noche para vengarse del hombre que atropelló y mató a su hijo, asunto que descubriremos al final.
La premisa parece ingeniosa pero en realidad no lo es tanto: no es más que una excusa argumentativa para que todo lo que rodea a estos cinco protagonistas sea una amenaza. El guión se saltea el esfuerzo de llegar a esa situación en el mundo tal como lo conocemos, se inventa una realidad en la que ya tenemos la situación creada, casi porque sí. Una especie de deus ex machina, pero no para resolver el argumento sino para iniciarlo.
El clima conseguido es equivalente al de una película de terror o suspenso en la que, en algún espacio inaccesible para las fuerzas del bien, los personajes empáticos deben arreglárselas para sobrevivir donde todo es amenaza y no hay posibilidad de ayuda externa. Hay algo de ciudad tomada por los zombis, más aún cuando en algunas ocasiones los enmascarados perseguidores no se deciden a acelerar el paso.
Por un lado tenemos el recorrido de estos cinco personajes intentando llegar hasta una casa segura. Por el otro el contenido político que abre esta decisión del Estado: permitir una vez al año el asesinato como algo necesario para la convivencia en paz los otros 364 días.
Cuando termina la película, entre los títulos, se intercalan imágenes. La primera de ellas es la de un hombre enseñándole a su hijo menor de diez años a disparar un arma de fuego. Es la única escena documental, el resto serán fragmentos de esa ficticia noche de purga. Este amague por hacer del contenido político algo importante es un resumen de todo la película.
12 horas para sobrevivir decide ser impulsada por las peripecias de esos cinco personajes en su andar episódico y vulgar en lugar de dejarse llevar por sus posiciones políticas, que amagan con tomar la posta y enriquecer su universo.
Aparecerán grupos de ricos que organizan durante la noche de purga festines en los que secuestran personas para ser asesinadas por diversión. Habrá homeless sin posibilidades de refugiarse perseguidos a tiros. Habrá mercenarios recorriendo las calles buscando gente para entregar por dinero a aquellos festines de ricos. Y habrá una banda, una especie de Panteras Negras clandestinas, enfrentándose a tiros contra el sistema impuesto por los Nuevos Padres Fundadores, creadores de este status quo.
Estas situaciones circundantes corresponden a un discurso políticamente incorrecto: no hay una propuesta de solución pacífica o entendimiento, no hay diálogo posible con el opresor, y el sistema, igual para todos en la letra, en los hechos perjudica siempre al más débil. Sin embargo, las motivaciones que moverán a los personajes, los conflictos principales y la tensión estarán centradas en los desafíos individuales y familiares, los objetivos colectivos le pasarán de lado a los protagonistas.
Ya sin nazismo ni Guerra Fría, Hollywood dejó de lado los ideales de liberación y libertad para concentrarse en su fetichismo obsesivo e individualista con la familia. Así vemos como en Guerra mundial Z a Brad Pitt no le alcanza con que todo el mundo tal como lo conocemos desaparezca, para actuar necesita que su mujer y su hija estén amenazadas. Además, se supone que esa es la forma para lograr la empatía con el protagonista: siempre necesitamos que esté amenazado lo más personal. ¿No es suficiente la amenaza de la hecatombe? ¿Nadie tiene amigos? ¿A nadie le importa otra cosa que sí mismo y su familia? ¿Debemos suponer que ocuparse solo de sí mismo es la normalidad y el bien?
Así es como 12 horas… necesita, a pesar de sus coqueteos con algo mayor, de esas motivaciones individuales para movilizar la acción. Tanto es así que el final tranquilizador pone todo en su lugar de una forma casi absurda. El hombre que busca venganza encuentra al que atropelló a su hijo, resulta un buen hombre de familia, llegamos a ver a sus hijos en su casa prolija. No puede matarlo, claro. Pero no alcanza con esto. Para que no sintamos el dolor de la muerte sin arreglo del hijo atropellado, el hombre que lo atropelló, termina salvando la vida del ex vengador. De esa forma el universo se equilibra entre los hombres de bien, de familia, entre los que cuidan lo suyo. Los otros, los de la lucha colectiva quedan olvidados. Nada sabemos de ellos cuando amanece y las tropas policiales vuelven a tomar el control.
12 Horas para sobrevivir (The Purge 2, EUA, 2014), de James DeMonaco, c/Zach Gilford, Frank Grillo y Carmen Egojo, 103′.
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