Sevilla como idea, como un espacio de la memoria y un río del presente. Sevilla y las tradiciones mestizas: el flamenco, el toreo, las raíces gitanas, el erotismo y el deseo. El rescate de lo “impuro”, la belleza de sus gentes y un animal cruzando en la noche como un símbolo de libertad indomable. Todo eso y mucho más cabe en la película de Gonzalo García Pelayo y Pedro G. Romero, quienes parecen tirar de la cuerda de Vivir en Sevilla (1978), una de las obras maestras previas de García Pelayo, para actualizar su indagación sobre lo andaluz, con un ojo atento en el pasado, y ambos mirando de frente al aquí y ahora. Los directores se apropian del espacio arquitectónico, lo pueblan de voces, músicas e ideas: gitanos, inmigrantes, desclasados, cantantes e intelectuales del más diverso origen, desandan el patrimonio cultural de la ciudad y lo riegan de verdades, de historias no oficiales, multiplican sus rostros y echan a correr sus cuerpos libres, a veces dolientes y siempre orgullosos de sus raíces. Y entre todas esas voces, las mujeres ocupan un lugar central, como esa gitana que vive la eterna espera de un techo mientras orilla los márgenes urbanos con robusta simpleza. La música, como en toda la obra de García Pelayo, ocupa un lugar central en la estructura de esta película libre e inagotable, que en sus más de dos horas y media de duración se permite jugar con la tradición, retorcerla e inyectarle sangre nueva en cada plano, siempre con un espíritu lúdico que no reniega de la profundidad, y que nos regala un montón de hallazgos visuales. “Lo que se mueve es el mundo”, postulan García Pelayo y su hermano delante de cámara, y conversan sobre la radicalidad de un plano fijo. El mundo al que hacen referencia es el que mejor conocen: el de una ciudad que lejos de estar quieta, tiene mucho para decir si se sabe mirar. Los gestos se multiplican: una misteriosa mujer cruza la noche montada a caballo, un grupo de personas se reúne para celebrar la música y sus orígenes, un guitarrista desarma sonidos en la cuna de la tradición católica.

De todos los cuadros musicales, hay uno que por su cuota de azar, sensualidad y maestría en el encuadre parece contener las coordenadas de toda la película: en un teatro vacío, sobre un escenario casi despojado, un hombre y una mujer componen una danza sin palabras; una mesa se desplaza al compás de los cuerpos, y los objetos que la pueblan caen uno a uno, como en un duelo rítmico a contraluz. El hombre y la mujer se miran; hay algo de ferocidad en sus movimientos, de duelo erótico en sus ojos. La cámara observa y deja espacio para el devenir de los sonidos, hasta que poco a poco va ganando el silencio. El instante es extraordinario, y la cámara nos convence de haber asistido a un momento irrepetible. Ese mismo nivel de intimidad se vive en cada secuencia de esta película única, que no para de expandirse en cada nueva escena.

El encuadre en Nueve Sevillas es una superficie múltiple: los cuerpos en tránsito, el movimiento permanente por las calles, los sonidos a veces asincrónicos, los textos que se insertan recuperando una marca de estilo cuya huella se remonta a Vivir en Sevilla, que renace en muchos fotogramas dándole un nuevo sentido a imágenes que no envejecen. García Pelayo y Romero honran y releen esa película de cuarenta años atrás, actualizando sus personajes, politizando aún más esa deconstrucción de una ciudad que no se queda quieta, sin resignar su cuota de juego ni sus miradas a veces polémicas, otras contradictorias, siempre cargadas de verdades y, sobre todo, de una unión entre discurso, música y palabra que parece indestructible.

Todo festival parece tener sus películas secretas, esas maravillas poco difundidas que justifican su existencia. La proyección de una película de García Pelayo es sin duda un acontecimiento en sí mismo, y Nueve Sevillas no deja indiferente a nadie: continúa, más de cuarenta años después, el camino singular de una obra inclasificable y el de una ciudad creada a la medida de su autor.

Nueve Sevillas (España, 2020). Dirección: Gonzalo García Pelayo, Pedro G. Romero. Guion: Pedro G. Romero. Fotografía: Juan Manuel Carmona Batán. Elenco: Rosalía, Pastora Filigrana, Javiera de la Fuente, Gonzalo García Pelayo, Vanesa Montoya. Duración: 158 minutos. Proyectada en la sección Trayectorias del 22° Bafici.

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