Filmada con una cámara de fotos, de manera subrepticia, a hurtadillas, en trenes y hospitales, captando momentos íntimos y fugaces, Declaración de vida (La guerre est déclarée, 2011) es el testimonio de una experiencia íntima y personal, contada con la sabiduría y la audacia que otorga la primera persona. La segunda película de Valérie Donzelli –que debutó como directora con La reine des pommes en 2009, luego de haber realizado algunos cortos- es la prueba fehaciente no sólo de su talento en el control del universo que propone, sino también del riesgo que es capaz de asumir cuando de filmar se trata.

Nació en la ciudad de Épinal, al noreste de Francia, en una zona de castillos medievales e historias napoleónicas. Cuando era una joven estudiante de arquitectura conoció a Jérémie Elkaïm, quien sería su pareja y el padre de su hijo, y él la convenció de que tenía que ser actriz. “Dejé la arquitectura porque el peso de la estructura en la profesión era demasiado. En cambio, en el cine, sentía que el no saber demasiado sobre las reglas de la profesión era liberador. Encontré la libertad que no podía encontrar en la arquitectura”, cuenta Donzelli a Helen Barlow, del portal www.sbs.com.au

Un poco como un juego, un poco como una aventura, apareció en algunos cortos, luego en series de televisión y finalmente llegó al cine. La vimos en la pantalla grande cuando se estrenó en Buenos Aires 7 años, allá por el 2007, dirigida por Jean-Pascal Hattu y donde ella interpretó a Maïté, una mujer que inicia un affaire intenso y problemático con un hombre que conoce mientras visita a su esposo en la cárcel. El rostro de Donzelli, amable y cotidiano, transmite emociones oscuras y contradictorias, ocultas en un fuego interior y presas de la angustia de esa fugaz libertad que otorga lo prohibido. Para ella, actuar en historias de otros se convirtió en la plataforma para crear las propias, aceptando así el desafío que supone, ahora, imponer las reglas del juego.

Cuando comenzó el proyecto de La reine des pommes, co-escrita con Elkaïm –entonces ya su ex- sabían que se enfrentaban a un escenario bastante complicado para ese tipo de películas de bajísmo presupuesto y, de hecho, el recibimiento –incluso en Francia- no fue demasiado caluroso. La reine des pommes es una película rara, mezcla de comedia de enredos con arrebatos de musical amateur, que utiliza las canciones como comentario distanciado sobre las situaciones y el estado de ánimo de sus personajes. Aquí la joven Adèle (siempre Donzelli) se deprime hasta la desesperación por una ruptura sentimental y termina siendo rescatada, bastante a regañadientes, por una prima excéntrica que la regresa al mundo y a sus ganas de vivir. Los devaneos sexuales de Adèle con distintos hombres, narrados con esa destreza y agilidad que se permiten los franceses cuando se sienten superados, otorga a la película –pensada casi como un ensayo de dirección- una frescura más que bienvenida.

Tiempo después, Donzelli y Elkaïm decidieron emprender juntos un nuevo viaje, en este caso a un pasado doloroso y reciente, el de la enfermedad de su pequeño hijo. “Quería hacer una película muy diferente, tanto en la forma como en la energía, a La reine des pommes -cuenta a la revista española Fotogramas-, y también quería volver a trabajar con Jérémie, ya que seguimos teniendo muy buena química. Pensamos que la historia que habíamos vivido juntos era una materia prima interesante”. Con un presupuesto de U$S1.7 millones, una Canon 5D y un equipo de 8 personas, la historia de amor y supervivencia de Romeo y Julieta –los alter ego de Elkaïm y Donzelli en Declaración de vida– generó un interesante fenómeno en la taquilla francesa, convirtiéndose en la película de bajo presupuesto más exitosa de la década, obteniendo varias nominaciones a los premios César y presentándose con mucha expectativa en el Festival de Cannes.
“Fue una experiencia increíble que la película llegue a Cannes y que luego sea elegida para representar a Francia en los Oscar [finalmente no fue elegida por la Academia]. Creo que es la primera vez que Francia manda una película de tan bajo presupuesto, y encima dirigida por una mujer”. Casi como un docudrama –como señala el crítico Andrew O’Hehir de Salon.com– con números musicales, interludios coreografiados y un nervio cinematográfico prodigioso, Declaración de vida logra un tono perfectamente equilibrado entre angustia y liberación, que evoca la tradición francesa transitada por cineastas como Jacques Demy o el más reciente Francois Ozon.

El artificio con el cual Donzelli viste a sus criaturas, enredadas en rimas musicales, ritmos y flujos plásticos, convive con sus emociones sin opacarlas nunca. “Cuando te pasan este tipo de cosas, no estás solamente triste. Sentís muchas cosas, muy diferentes, al mismo tiempo. En vez de hacer una película sobre la angustia de la muerte, quería hacer una película sobre el instinto de supervivencia y las ganas de vivir”. Ese gesto de representarse en su propia obra, de exponer sus miedos casi como en un proceso de catarsis, nada tiene de autoindulgente. Su recorrido inverso frente a la crisis que supone la enfermedad de un hijo, eludiendo la inmersión en la tragedia y sobrevolando la experiencia con brío y aire renovado, supone una consciente reflexión sobre el amor y la familia.
El cine de Donzelli promete un honesto recorrido por los detalles cotidianos que definen nuestras vidas, como un paseo en tren, el llanto frente a las pérdidas, la música que nos embriaga cuando estamos felices y eufóricos, la tristeza de la separación y la ardua tarea de volver a ponerse de pie. Sin máscaras ni tibiezas, su contacto con la esencia de lo humano, desmontando los valores que definen una sociedad en busca de sus bases, primarias, genuinas, imperecederas, es la clave de su valentía. Mientras esperamos el estreno en Argentina de Declaración de vida y palpitamos su próxima Main dans la main, también sobre el amor y la música, la melodía de Ton grain de beauté resuena en nuestros oídos, como el recuerdo de una emoción que nunca hemos perdido.

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