Voy a empezar por el objeto (ícono, devenido símbolo, devenido índice) que da sentido a They Live: los anteojos Hofmann. Sí, Hofmann como en Albert Hofmann, el hombre conocido por ser el primero en sintetizar, consumir y experimentar con el LSD (que hasta escribió un más que interesante libro sobre el tema titulado LSD: Mi hijo problemático). Con el solo gesto de nombrar un objeto (como también lo hizo con la iglesia de St. Goddard -léase Godard- en El príncipe de las tinieblas) Carpenter agrega una nueva dimensión especular a su película. Los anteojos, al igual que la sustancia de Hofmann, tienen la cualidad de alterar y magnificar la percepción estándar. Muestran una realidad alternativa negada al grueso de la sociedad por convenciones morales. Entonces, ¿cuál es la realidad en el mundo de John Carpenter? Que no somos libres. Que la raza humana está sometida sin saberlo a un poder mayor que está infiltrado a tal punto en la sociedad (tal vez también sea un invento ajeno) que no podemos distinguir un ser humano de un invasor. Como si los ladrones de cuerpos de Siegel fueran aún más inteligentes y su objetivo no fuera erradicar a la raza humana, sino aprovecharse de ella y explotarla hasta el hartazgo. Allí entra la teoría marxista.
En They Live, los invasores controlan a la humanidad a discreción con mensajes subliminales que van desde afiches publicitarios y programas de televisión hasta el mismo papel dinero (que también es creación alienígena y se autoproclama nuestro Dios). Las masas permanecen dormidas mientras los invasores (o los capitalistas) viven de ellos, y como la revolución es imposible debido a la falsa conciencia que impide una conciencia de clase real, esta situación parece irreversible, por lo menos hasta que entran en escena los benditos anteojos luego devenidos lentes de contacto, para reforzar la referencia al LSD mostrando otro de sus populares métodos de ingestión. Para Carpenter, la humanidad habita un mundo que no le pertenece, y esta idea que atraviesa toda su filmografía lo pone en relación directa con la literatura de Philip K. Dick, además de que la película misma está basada en un bello cuento corto de Ray Nelson, íntimo amigo de este autor.
Carpenter y Dick comparten muchos elementos a lo largo de su obra, y de base también comparten las referencias y/o alusiones a los efectos del LSD, ya que Dick fue un famoso (y hasta autoproclamado) consumidor de dicha sustancia. Ambos comparten la idea de subsistencia en un mundo ajeno reflejada en el simbólico grupo en peligro; ambos toman la ciencia ficción y el terror clase b como vehículo para hablar de política, religión, existencialismo y otras cuestiones; ambos fueron precursores del género conocido como slasher en sus respectivas disciplinas; ambos trataron un tema tan controversial como el aborto con un sentido del humor notable; y la lista podría seguir, pero el punto es que la influencia de Dick en Carpenter, aunque el director nunca lo haya admitido, es notoria y crucial para entender la filmografía de este hombre tan particular.
¿Cuál es la moraleja de todo esto? Que ellos viven y nosotros dormimos, o por lo menos así será hasta que algún John Nada aparezca para abrir los ojos de todos los que permanecen cómodos en su perpetuo sopor. La revolución parece imposible, pero Carpenter, desde su cinismo, no pierde las esperanzas.
They Live (EUA, 1988), de John Carpenter, c/Roddy Pipper, Keith David, Meg Foster, 93′.
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