The Vast of Night es una película hecha a contrapelo del cine americano de los últimos tiempos. En primer lugar, porque vuelve sobre una historia que transcurre en un tiempo indeterminado pero que podemos suponer que se trata de la década del 50. Hay algo en ese tiempo que parece ser atractivo, no solamente para el retorno ocasional del cine americano, sino para el espectador ajeno de su matriz cultural. Como si en esa época residiera algo que define a la cultura americana: el último estertor de un clasicismo que sucumbiría ante la modernidad y la liberación que traerían los años 60. No se trata solamente de la última década de reinado indiscutible de ese modelo que puede llamarse “cine clásico” o “cine de estudios”, sino de la eclosión de la televisión –no por nada la película se presenta como si fuera un episodio de un serial de la época del blanco y negro-. Pero también de la recuperación de una de las fuentes de mayor creatividad del cine americano de esa década: el cine clase B, absolutamente liberado de todos los corsés que podían imponer los estudios, y que triunfó en el tiempo, sobre todo en su exploración de la ciencia ficción, el terror y el fantástico, como modos de comprender la paranoia de la Guerra Fría y la invasión soviética (aquí hay en algún momento una referencia a esa probabilidad, duplicada por la invasión cultural que en ese pueblo, Cayuga, se recibe por la cercanía con la frontera mexicana).

Ver  una película así es remontarse a Jack Arnold, a Nathan Juran, a esas historias en donde los pequeños pueblitos de los Estados Unidos profundos –de Tarántula Attack of the 50 Foot Woman– se volvían centrales en la representación de la cultura conservadora y la irrupción de lo anormal a partir del desvío de lo científico o de lo armamentístico (que a veces, eran la misma cosa). En todo caso, la remembranza parece tocar otros puertos. Y aunque no hay menciones directas ni el desarrollo de su historia pueda ser similar, uno piensa sobre todo en La invasión de los usurpadores de cuerpos, aunque aquí no haya cambios de carácter en la gente del pueblo que despierten sospechas. Y también, por qué no, ciertas señales a un cine que recuperó los motivos de la década del 50 para actualizarlos en los 80 –Los exploradores– o en búsquedas más recientes –Super 8, The Hole-. Lo extraño como elemento invasor en una pequeña comunidad anestesiada, incapaz siquiera de ver más allá de sus narices, de levantar la vista hacia el cielo, de escuchar los sonidos extraños que provienen de otros lugares.

Aquí, la cultura conservadora se establece con sutileza por oposición. Esa noche en la que transcurre toda la historia, el epicentro del pueblo es un partido de básquet en el gimnasio del club de Cayuga. Allí irán casi todos, como a un evento que los convoca de manera especial. Pero queda claro que a la película le importa poco ese partido, más que como simbolización de un ritual de la comunidad. Desde el momento en que ese juego queda lateralizado en tanto decide seguir  a Everett (Jake Horowitz), el conductor del programa de radio, para buscar en los márgenes: no importa el partido del que pende la atención de todo el pueblo, sino todo eso que queda oculto o en segundo plano. No por nada, cuando Everett llega al estadio, importa lo que ocurre en las tribunas –la gente que va llegando, los amigos que lo saludan- o debajo de ellas –de hecho, lo primero que hacen es llevarlo a ver el desperfecto que hay en el sistema de electricidad y que están tratando de resolver. El cruce con Fay (Sierra McCormick) acrecienta esa decisión de ir a contramano del resto del pueblo. Mientras todos llegan al partido, ellos se marchan, prueban el grabador que Fay pidió prestado, entrevistan a la gente que llega, a la que espera para entrar. Ponen distancia del resto de los jóvenes que parecen atrapados por el deporte y las rivalidades con pueblos vecinos: no solamente se marchan del lugar, sino que en el camino, se establecen los rasgos de sus intereses particulares (las revistas científicas, la radio, la música) que reafirman esa ausencia de pertenencia.

Lo que sigue es la confirmación visual de que los dos personajes centrales de la historia parecen no pertenecer a los patrones de ese pueblo: el silencio y la soledad de las calles hace pensar que están prácticamente solos en ese espacio. Everett lo recalca cuando inicia su programa en la radio y señala que quizás haya unos “cuatro o cinco que estén escuchando”.  Pero es justamente ese carácter el que permite descubrir lo extraño e ir a su búsqueda. En el sonido bullicioso del estadio, en la concentración en el partido de básquet –lo poco que vemos del partido es notoriamente anodino, tan esquemático como el pueblo todo-, en la multitud, es imposible el descubrimiento (hay que notar un par de detalles que lo revelan con claridad: nadie advierte que Fay roba una bicicleta y Everett un auto; y a la salida del partido, observan sorprendidos el auto abandonado con las puertas abiertas en la calle). Allá afuera, un pequeño puñado de seres solitarios que han elegido obviar el evento del pueblo, descubren el sonido extraño primero, las interferencias después, y finalmente los relatos que permiten dar a esos elementos un sustento.

Más que una ciencia ficción científica, The Vast of Night se sustenta en una de lo extraño. El mundo que cuenta carece de científicos e inventos extraordinarios (el detalle de que los protagonistas manejan los medios de comunicación del lugar en ese tiempo –el teléfono desde una centralita, la radio- indica el acotamiento a la época), los cuales son solo enunciados hacia el futuro en los comentarios de Fay (los que son parte de la cotidianeidad de estos años del siglo XXI). Lo extraño no es el descubrimiento científico, sino el de lo que se corre de la normalidad: una disrupción del entorno que es captada y percibida como algo amenazante. Pero lo notable es que más que combatir, Everett y Fay quieren saber: es el conocimiento lo que interesa, antes que la eventualidad de lo amenazante. No corren hacia el estadio, a refugiarse en el desconocimiento del resto del pueblo, sino que avanzan hacia la necesidad de saber qué es eso que aparece interfiriendo literalmente la vida normal.

Son esos desplazamientos que la película practica lo que la hacen particularmente disruptiva de la forma del cine americano de los últimos años. Despreciando la espectacularidad y la referencia al heroísmo y al individuo que salva a toda una población –una posible síntesis del cine de superhéroes de las últimas décadas-, se construye sobre los personajes y sobre los hechos que, puestos en el papel, pueden parecer insignificantes: una chica que atiende la central telefónica del pueblo, una interferencia en la radio, un sonido que se reproduce en el programa, un llamado telefónico de un oyente, un diálogo con una mujer del pueblo. Y sin embargo, si no lo son es porque The Vast of Night es una película hecha de tiempo.

No solamente por la compresión temporal de la totalidad de la historia –todo sucede en el tiempo que transcurre entre unos minutos antes y unos minutos después de un partido de básquet-, sino porque es la materia sobre la que trabaja y a partir del cual articula los ritmos narrativos. No hay capricho, sino una construcción en la que cada escena y secuencia tiene una cadencia propia determinadas por sus propias necesidades. Si la secuencia inicial en el estadio o la salida de Everett con Fay son resueltas como largos travellings que van siguiendo a los personajes –y el ritmo es el de la caminata de los personajes-, la conexión que se establece entre ambos está resuelta en un travelling hiper-rápido que lleva la cámara desde la central telefónica a la radio y en la que los límites de lo privado quedan transgredidos –la cámara atraviesa fondos de las casas, jardines, fábricas, sin detenerse-. Pero a esa necesaria velocidad que parece estar generando la sensación de que algo está ocurriendo –de la misma manera en la escena en que van en el auto de la pareja que los lleva-, le opone momentos que en su detención de lo temporal están señalando, por contraste, la irrupción de lo extraño. De eso que requiere de otro tiempo, de otra atención para ser aprendido, comprendido. Cuando hay que saber qué es lo extraño, el tiempo circula de otra manera, todo se desacelera, como si de pronto, todo volviera a ser parte del ritmo de esa década lejana.

El momento de la primera interferencia en la radio, y los sucesivos intentos de Fay de conectarse con otras telefonistas para verificar si solo a ella le ha ocurrido. La secuencia que comienza con el pasaje de la grabación del ruido en la radio y culmina con el diálogo telefónico con el hombre que llama para contar su historia. La visita a la mujer que espera el retorno de eso extraño que se llevó, hace años, a su hijo. El descubrimiento del hueco entre los árboles del bosque y la aparición final de una nave. Todos esos momentos rompen con el molde del cine estandarizado. Dejan que sea el tiempo interior de las escenas, los diálogos, los movimientos limitados, los que establezcan la duración de esas secuencias. Tanto que da la sensación que duran mucho más de lo que estamos acostumbrados, pero si uno se detiene en analizar cada una de ellas, no duran más que lo necesario. Porque allí se condensa toda la película. Allí se pone en valor, más que el sonido de una comunidad, todos los sonidos que se corren de la normalidad para llegar a lo extraño. Sonidos revalorizados hasta el silencio que se hace entre una frase y la otra. Los personajes de esas escenas saben que en esa conjunción de tiempo y sonido está la posibilidad de acceder al conocimiento, de entender lo ominoso de la amenaza que solo esos seres solitarios parecen advertir. El mérito de The Vast of Night es esencialmente el de correrse de la representación habitual de esos seres solitarios como una suerte de freaks dentro de la comunidad. Es justamente ese caminar contra la corriente del lugar que habitan lo que los lleva a ser objetos de interés para la cámara. Es esa decisión la que los lleva a otro lugar, a la curiosidad y al conocimiento. Lo que sobrevive a ellos es un grabador en medio de una montaña de cenizas. Y un grupo de gente que seguirá sin entender qué ha pasado, por qué la puerta de la central telefónica quedó abierta, por qué la radio está vacía, por qué un auto queda abandonado y con las puertas abiertas en medio de la calle más importante del pueblo. Peor todavía: que solo miran y siguen su camino sin preguntas, sin dudas, sin curiosidad.

Calificación: 7.5/10

The Vast of Night (Estados Unidos, 2019). Dirección: Andrew Patterson. Guion: Andrew Patterson, Craig W. Sanger. Fotografía: M. I. Littin-Menz. Montaje: Andrew Patterson. Elenco: Sierra McCormick, Jake Horowitz, Gail Cronauer, Bruce Davis, Cheyenne Barton. Duración: 91 minutos. Disponible en Amazon Prime Video.

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