noah-posterNo’é El resplandor, eh.

Sí, ya sé que pasó el estreno de Noé y que mucha agua corrió bajo el puente -o por donde sea, menos por la película- pero, de alguna manera, la historia fue tomando forma y ¿sentido? con los días, pensándola y charlándola, más desde la sorpresa que su puesta estrafalaria me generó que por un genuino valor analítico. La cosa es que a Darren Aronofsky se le ocurrió convertir el relato bíblico en una mezcla entre nueva entrega de El señor de los anillos y relectura de El resplandor.

Más que una obediencia religiosa, el cuadro que presenta Noé es el de una psicosis patriarcal galopante. Parece que el espíritu altruista para con los animales volvió al hombre un poquito intolerante con los de su sangre y especie. En ese sentido, es acertada la elección de Russell Crowe, tan adorable como pueden serlo Gibson o Eastwood, cabronazos a los que les terminamos dándoles la derecha (la mano y la ideología) porque los progres que los rodean se pasan de insufribles. El encierro de Russell Crowe dentro del arca de Noé es como el de Jack Nicholson dentro del hotel de El resplandor, y si en la de Kubrick las apariciones espectrales eran la excusa, en esta lo es la voz de Dios, aunque lo que claramente quieren estos tipos es asesinar a sus familias. Imagínense si, para colmo, a Nicholson, en lugar del pequeño y dulce Danny, le hubieran encajado un hijo de más edad como a Russell (Sem, interpretado por el modelo Douglas Booth) que cada vez que aparece en pantalla uno tiene la sensación de estar viendo una publicidad importada de perfume o lencería masculina. Su otro hijo, Cam (Logan Lerman), parece sacado de un programa de Disney Channel y, además, tiene como esposa a Jennifer Connelly, tan linda pero tan fría que acá se ve todavía más tensa y chupada que en Réquiem para un sueño. Jafet (Leo McHugh Carroll) ni habla, el muy santo.

Como si al relato original le faltara emoción, Aronofsky (no Luis) decidió tergiversar los aspectos psicológicos y emocionales de sus personajes, dejando de lado aquellos que podrían haber enriquecido la experiencia cinematográfica. Si uno decide ir a ver este tipo de películas, mezcla de cine bíblico-épico con cine catástrofe, es porque busca impacto visual, algo que al menos lo mantenga atado a las imágenes cuando el cuentito no diga demasiado. El diluvio pasa sin pena ni gloria y terminamos encerrados dentro del arca padeciendo todos los mambos familiares no resueltos. Nuestro viejo y querido Noé se enoja mucho pero no mueve un pelo. Lo que en el relato bíblico original le llevó unos 120 años, la magia del cine (o la impunidad de Aronofsky, no Luis, insisto) lo resuelve con un breve montaje elíptico y la ayuda de unos golems salidos de vaya a saber uno qué trance psicodélico. Los animales, inteligentísimos, se mandan solitos y apolillan todo el viaje, sin exigir demasiados cuidados. Absolutamente todo el esfuerzo físico original es desplazado a un esfuerzo espiritual sobrehumano por conseguirle una mina a Cam, lograr que Sem e Ilá (Emma Watson), su nuera, no tengan hijos en plena ebullición hormonal, y que su mujer no le queme la cabeza ante cuanta decisión jodida el hombre deba tomar.

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Pero como sentencia la Ley de Murphy: todo lo que pueda salir mal, saldrá peor. Los bichos terminan siendo carne de cañón de Tubalcaín (Ray Winstone), una especie de okupa anti-vegetarianismo que se aprovecha del rencor que Cam siente por su padre -no es para menos: cuando al fin consigue una piba para ponerla, el viejo deja que una turba le pase por encima- para tomar control de la situación y salvar su vida; y la originalmente infértil Ilá termina quedando embarazada de Sem luego de que el anciano Matusalén (Anthony Hopkins) meta mano en el asunto. El pobre Noé, encima, tendrá que soportar toda clase de reproches por tomar la decisión de asesinar a esos bebés (sí, mellizos) recién nacidos. Siempre y cuando sean mujeres, claro.

Lo mejor de esta película ante-semita es la lucidez de su final tras tanto delirio narrativo. ¿De qué otra manera puede terminar un tipo como Noé si no es decadente, borracho, sucio y en bolas frente al mar? Viendo cómo la humanidad vuelve a propagarse contra su voluntad en manos de Sem y Hermione. Y con menos animales.

gato-negro¡Es cierto, es cierto!

Afirmo, con total certeza y algo de fascinación, que Gato negro está destinada a convertirse en una película de culto trash. Debe ser todo un arte filmar cine clase Z de alto presupuesto, pero Gastón Gallo logró trasladar la mala televisión al mainstream (si acaso ya tenemos uno propio). Su estética es la de las novelas de gran producción que suelen estrenarse en Telefé y, sin ir más lejos, algunos detalles de la puesta acercan Gato negro a las ficciones del canal de las pelotitas. Además, cuenta con un montaje elípticoatolondrado que, caprichosamente, puede indicarnos o no en qué década nos encontramos, cuántos años pasaron entre el plano anterior y el que estamos viendo, y otros detalles bastante desconcertantes y sorprendentes.

Hasta la mitad de la película no se entiende demasiado, y de la mitad en adelante se entenderá menos, pero si uno se entrega a su absurdo puede hasta terminar disfrutándola. Me atrevo a decir que la estructura dramática de Gato negro se divide en tres partes: mala, bizarra, trash. Llegados a un punto, es inevitable preguntarse cuánto de lo que estamos viendo fue intencional o involuntario.

La aparición de Luis Luque con ese peluquín hace pensar inmediatamente en las comedias de Montalbano, y Luciano Cáceres hablando con la boca torcida todo el tiempo para representar a un tipo del interior está más cerca de los personajes paródicos que interpreta en las tiras cómicas televisivas antes que del Tony Montana o el Sam Rothstein en quien Gallo pretende convertirlo. Tarea difícil, sobre todo si en lugar de mostrarlo metiendo la cabeza en una montaña de merca y calzándose una metralleta lo ponemos a traficar cubos mágicos, muñecas y planchitas de juguete mientras acaricia un gatito negro (sí, cachorro) en alguna que otra escena. Tal vez ponerle a Leticia Brédice como su Sharon Stone haya sido la mejor idea a la hora de armar el casting, aunque quede reducida a unas pocas escenas en las que la ponen en bolas, embarazada y alterada. En ese orden.

Lejos de complejas idas y venidas narrativas, Gallo logra tomarnos por sorpresa, desorientarnos y, finalmente, perdernos por completo gracias a un sentido del raccord prácticamente nulo. Si durante los primeros treinta o cuarenta minutos creemos que el amigo y compañero de Cáceres es su amiguito de la infancia crecido (recién iniciada la película, tras un plano de los dos chicos pasamos a un plano del protagonista con ese flaco, ya grandes), Fabio Posca aparecerá transportado vaya uno a saber desde qué tiempo y lugar -el vestuario es algo anacrónico- para ocupar ese lugar. De todas formas, da lo mismo porque ninguno de todos ellos tiene un rasgo en común con los pibes del comienzo.

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El otro tipo resulta ser el hermano del protagonista, que debe haber sido concebido en alguna de las elipsis o durante los títulos, aunque bien puede tratarse de un hermano adoptivo ya que mucho no se parecen. Para colmo, cuando Cáceres retorna a la casa de su madre enferma (¿?) un grupito considerable de nenes la acompañan en su lecho de muerte. Sigo sin entender quiénes son, pero parece que son sumamente funcionales como paisaje autóctono que corta con la carapálida del protagonista, al que le intentaron disimular los ojos casi transparentes con lentes de contacto marrones, pero generaron un efecto aún más extraño que oscila entre la risa y la perturbación.

Los personajes se mantienen bastante bien pese a que atraviesan prácticamente toda la historia argentina; esto también puede desorientar al espectador en términos temporales, además del hecho de que las coyunturas políticas importan muy poco. El único comentario que se hace sobre la dictadura tiene la misma importancia que un callo. Una conocida del protagonista que resulta ser ‘chupada’ por los milicos, según se comenta muy al pasar en una escena, es salvada por él mismo luego de mantener una reunión con un general que se la pasa jugando con un cubo mágico. No hay nada siniestro en ninguna de las dos escenas ni tampoco se parodia seriamente la figura del dictador. Todo es tibio, tibio como es el primer encuentro sexual entre Cáceres y Brédice, como los tiroteos (si es que hay más de uno, ya ni recuerdo), como la venganza final. Todo tibio y todo bajo el mismo tratamiento visual, el mismo nivel de audio, la misma importancia.

Apuntes finales:

*El enano es sublime y no necesita explicación.

*Sigo sin entender la relación entre la Salamanca y China.

Noé (EE.UU, 2014), de Darren Aronofsky, c/Russell Crowe, Jennifer Connelly, Anthony Hopkins, Douglas Booth, Ema Watson, Logan Lerman, Ray Winstone, 138′.

Gato negro (Argentina, 2014), de Gastón Gallo, c/Luciano Cáceres, Leticia Brédice, Lito Cruz, Luis Luque, Fabio Posca, 120’.

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