Los rostros tristes y los cánticos de lamento de despedida velatoria de una mujer miembro de la comunidad afrocolombiana en la región de Chocó, como imágenes de inicio, ya anticipan el tono de la opera prima del realizador Jhonny Hendrix Hinestrosa, que es un director de raíces africanas y que se crió en dichas tierras. Chocó (2012) es entonces el retrato del olvido y la vulnerabilidad social en el que viven muchas comunidades negras en Colombia y muy especialmente las mujeres.
Desde el punto de vista del género la película es una ficción en clave de realismo social, que en ciertos pasajes bordea el tono documental para el registro de las costumbres y dificultades con que deben lidiar los miembros de la comunidad afrocolombiana. Este acento de realismo está vehiculizado mediante el uso frecuente de planos abiertos, que colocan a los personajes en su contexto social.
Pero si bien la realidad retratada es sumamente dura, el tono que impera en la película no es totalmente pesimista. Esto lo logra el director balanceando los momentos de corte realista, con insertos subjetivos que corresponden a la protagonista y que surgen de cierta manera imprevista, agregando una nota de color entre lo oniroide y lo fantástico. Estos planos subjetivos que fragmentan la continuidad dramática remiten a anhelos de liberación o a recuerdos de pasados tiempos felices, que empujan a buscar un cambio.
La protagonista del relato es una joven mujer llamada Chocó (Karent Hinestrosa), quien tiene dos hijos de edad escolar. Su marido (Esteban Copete) es un músico que toca la marimba y se la pasa de juerga en fiestas o jugando al dominó con los hombres del pueblo hasta altas horas de la noche, en las que regresa al hogar generalmente borracho. Chocó vive junto a sus hijos en un precario rancho junto a la vera del río San Juan. La endeble construcción es de madera con techo de paja, tiene luz eléctrica pero sin gas o agua corriente, y los adultos conviven con los niños en condiciones de hacinamiento habitacional.
La mujer es el sostén económico de la familia. Por la mañana Chocó trabaja en una mina en condiciones de explotación económica y exposición sanitaria, y por la tarde se dedica a cargar sobre su cabeza hasta el hogar los paquetes de ropa para lavar que le encargan algunas familias del pueblo. La joven lleva una vida dura y sacrificada, de pocas alegrías (a excepción de los momentos con sus hijos) y se refugia en su devoción por San Francisco, como invocando un milagro que la salve del encierro en esa situación de miseria.
La condición de ser desecho del capitalismo voraz se evidencia en la película en el magro pago que reciben por el duro trabajo aquellos que, como Chocó, trabajan en la mina y en la codicia del dueño de la tienda del pueblo, que no está dispuesto a hacer ninguna excepción o rebaja solidaria en los precios de sus productos a sus clientes de menor estrato social.
Pero las cosas no culminan aquí. Chocó encarna una triple condición de segregación y rechazo: es negra, pobre y mujer. De esta manera, el personaje (que lleva el mismo nombre que la región retratada) se constituye en la metáfora de esa tierra saqueada y violentada, pero a la vez rica y pujante en su fortaleza por salir adelante de la condición de pobreza, dolor y sacrificio.
La película toma unos pocos días en la vida de Chocó y su familia, iniciando con la madrugada del cumpleaños de la pequeña Candelaria, a quien le promete en la mañana que de regreso del trabajo le traerá una torta. A partir de aquí, se van sucediendo una serie de situaciones humillantes que se van acumulando y colmando la aceptación pasiva de Chocó.
Como desclasada, la vemos trabajar condiciones inhumanas en una mina de oro ilegal. El cumpleaños de la hija, que cifra su anhelo de brindarle a sus hijos una vida mejor, la lleva a desistir de la situación de opresión y a buscar una mejor alternativa trabajando en una mina artesanal con una hombre de la zona y su familia.
Como mujer, Chocó se mueve diariamente en un ambiente hostil de constitución claramente patriarcal. Así, es víctima de diversas formas de violencia de género: el acoso callejero y el abuso sexual fundado en la necesidad económica por parte el dueño de la tienda, la violencia física con que la somete su esposo borracho para que ceda al acceso carnal y la consecuente violación, además del robo de las migajas de dinero que llegaba a juntar y esconder de él.
Es claro que cuando la violencia machista se desata dentro de la esfera doméstica, nadie puede intervenir. Pero el clima asfixiante es mayor cuando Chocó es golpeada en la vía pública por su esposo al reclamarle el dinero, y todo el vecindario (trátese de mujeres u hombres) mira la escena sin intervenir. Nadie contiene la violencia de ese hombre, ni lo increpa luego del acto ni tampoco va en ayuda de Chocó, quien debe levantarse del suelo sola y como puede.
El director retrata así una sociedad que naturaliza la violencia contra la mujer, donde ella tiene deberes hacia su esposo en tanto objeto de su pertenencia, pero carece de derecho alguno a reclamar ser tratada con dignidad. Falta de medios económicos y quizás también cierto convencimiento de la propia mujer de que las cosas “son así” entre el hombre y la mujer, no permiten que Chocó pueda abandonar a su esposo. Por otro lado, tratándose de un entorno social vulnerable y marginal en ningún momento aparece referencia, mención u horizonte alguno relacionado con una instancia externa (sea la policía u alguna organización social) a la cual Chocó pueda recurrir para salir del infierno.
Pero un cuerpo siempre tiene límites frente al desprecio y la hostilidad que puede soportar en medio de la enferma y espesa maleza que crece en esa selva, no obstante rica en abundancia. El día del cumpleaños de su hija Candelaria es el umbral que posiciona a Chocó de otra manera. Ya no puede continuar resignada y se constituye como mujer activa, que reacciona frente a la crueldad de ese hombre, que es también producto de la desigualdad social y de una estructura de relaciones de poder patriarcal que lo determina en sus actos y que lamentablemente no puede leer.
Seguramente la violencia vengativa de Chocó, que apunta a las claras a poner un límite a la omnipotencia viril del macho, no sea sin consecuencias; pero también probablemente le abra la puerta a una posible emancipación. La opera prima de Jhonny Hinestrosa no sólo es un logrado trabajo cinematográfico, sino que impresiona por su vigente actualidad, luego de ocho años de su estreno. Lejos estamos de que el racismo y el olvido en que vive la comunidad afro esté superado en el mundo, como lo demuestran los recientes levantamientos por el asesinato de George Floyd. Lejos estamos de que la misoginia y la violencia contra las mujeres hayan sido erradicadas. Y por eso que continuamos marchando cada 8 de Marzo. Con todo, Chocó es un fresco social que celebra el orgullo de ser negro y de ser mujer, y que muestra la incansable y tenaz lucha de los oprimidos, pulsando por abrirse a una vida más feliz, como los brotes entre las piedras, aún en medio de las circunstancias más adversas.
Calificación: 7.5/10
Chocó (Colombia, 2012). Dirección: Jhonny Hendrix Hinestrosa. Guion: Alfonso Acosta, Jhonny Hendrix Hinestrosa. Fotografía: Paulo Pérez. Montaje: Mauricio Vergara. Elenco: Karent Hinestrosa, Esteban Copete, Sebastián Mosqueira, Daniela Mosquera, Fabio restrepo. Duración: 80 minutos.
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