704Atención: Se revelan detalles importantes del argumento.

Julia Cotonese (Mercedes Oviedo) está cenando un suculento asado al horno en su hermosa casa en Zapala. Julia es la menor de los hijos de una familia de ganaderos. La bucólica cena se ve alterada por «cierta presencia» que provoca en ella un notable nerviosismo. De ahí en más todo se pone peor. Así comienza Naturaleza Muerta, con una escena de la más previsible tradición de género, no ya del thriller, sino decididamente del terror clásico.

Inmediatamente estamos en otra geografía y conocemos a Jazmín (Luz Cipriota) una periodista de TV que es enviada al pueblo a entrevistar a Miguel Kraczawer (Juan Palomino) autor de un libro sobre el pernicioso efecto de las heces de las vacas (y sus gases) en el calentamiento global. En el viaje, mientras lamenta su suerte profesional, escucha en la radio la noticia sobre la «misteriosa desaparición» de Julia Cotonese ocurrida justo en el pueblo al que se dirige y, entusiasmada, decide que precisamente una historia como ésa es lo que ella necesita para impulsar su alicaída carrera.

En el mismo pueblo tenemos a Dan Truman (Amín Yoma), líder de la ONG «Ejército de Salvación Animal», un activista vegano en campaña de concientización por el interior del país («los humanos somos herbívoros por naturaleza y omnívoros por cultura») dando charlas, repartiendo volantes y entrevistando ganaderos para sumarlos a la causa. Completan el cuadro Gerardo Basavilbaso (Nicolás Pauls), un agricultor vegetariano que come carne de soja (¿otro carnívoro en el closet?) y Joaquín (Nicolás Maiqués), un entusiasta e incomprendido protovegano.

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Naturaleza Muerta es la ópera prima de Gabriel Grieco quién además la produce y es corresponsable del guión junto a uno de los protagonistas, Amin Yoma. La película es de una factura técnica impecable, la fotografía es impecable (fue filmada en Buenos Aires, Neuquén y La Rioja), al igual que el uso de los espacios, el sonido y el color; sin embargo, adolece de un guión descuidado, con muchísimos baches y construcciones de trazo muy, pero muy grueso.

Los malos, malísimos son -obviamente- los ganaderos, su descendencia y todos los que consumen carne. De hecho los «Cotonese» son presentados como «gente jodida (…) son cazadores y suben fotos al Facebook posando con animales degollados y cosas así» y los buenos, que no consumen carne, declaman premisas como: «deberíamos dejar de consumir carne porque somos seres sintientes (dixit), sentimos dolor». Por otro lado está nuestra heroína, la periodista Jazmín Alsina, que, persiguiendo la nota que la sacará de encargos que no le interesan a nadie (como la entrevista que la llevó allí), no tiene ningún reparo en «meterse» en cuanta casa tenga oportunidad, revisar papeles, sacar fotos e incluso, cuando encuentra un cadáver (y antes de vomitar por la impresión), llamar a su camarógrafo para que inmediatamente se haga presente en el lugar y así registrar todo (no a la policía, claro), o cuando encuentra la billetera de la desaparecida y muy buscada Julia Cotonese sólo se la guarda. Todo un canto a la ética profesional quizás funcional al guión, pero innecesario.

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Mientras tanto las desapariciones de ganaderos y allegados se suceden sin interrupción, aunque el pueblo no parece alterar su rutina en lo más mínimo, los malos siguen siendo malos y los buenos sufren por justos como lo hace Joaquín (un personaje decididamente freak) cuando implora por una empanada de verdura que la vendedora le niega (porque «no hay más») hasta que, al borde de la angustia -y para sacárselo de encima- parece que le encuentran una: pero no, los carnívoros son jodidos, y le dan una empanada de ¡carne!; luego del primer bocado el muchacho escupe con horror y llora, sí, llora desconsoladamente por la afrenta.

Otro precioso bache aparece hacia la mitad de la película cuando Jazmín parece ser atacada por la presencia maligna y animal que asola las noches de Zapala. Grita horrorizada (fuera de campo) y lego es rescatada por Dan quien, al verla ensangrentada y alterada, le pregunta ¿qué pasó? y ella responde, bastante calmada, «no sé».

A esta altura ya no quedan demasiados misterios por develar: una sucesión de velados homenajes al género (con el cine de Rob Zombie a la cabeza, pasando por la primera El juego del miedo, algo de gore y el viejo recurso de la chica que se salva a último momento porque tiene a mano un objeto contundente -una piedra- para acertar en la cabeza de su atacante) que van desde el psicópata asesino, su máscara (su muy interesante torso), sus motivos (una trabajosa campaña de concientización de las masas carnívoras para que dejen de serlo), la aparición en el último minuto de un desdibujado héroe (Pauls) que sí llamó a la policía -que lo acompaña- aunque no sabemos bien por qué y la acertada cercanía del agua, un río torrentoso en el que una didáctica cámara se detiene como repitiendo: se lo llevó el río, no tenemos el cadáver, ¡ojo!

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Naturaleza Muerta se presenta como el «el primer thriller vegano de la historia del cine», sobre lo que su director amplía: “Me pareció interesante mover la moral de los slasher ochentosos a una moral animalista, y que considere los Derechos de los Animales”. Pero lo cierto es que de los animales hay poco y nada. El mismo final parece refutar esta premisa y reducirla a una estrategia de marketing al adjudicar la ola de violencia a «un psicótico que viajaba de pueblo en pueblo buscando excusas para matar» y, como si esto fuera poco, el vegetariano bueno de Pauls deviene en buchón ante las cáramas: «siempre me pareció un tipo raro», dirá.  Y con los títulos finales tenemos un gran bonus track, al mejor estilo de las sagas Freddy Krueger o Jason protagonizada por una versión absolutamente trash de Batman y Robin. ¿Tendremos Naturaleza Muerta II, el regreso?

Naturaleza muerta (Argentina, 2014), de Gabriel Grieco, c/Luz Cipriota, Nicolás Pauls, Mercedes Oviedo, Amin Yoma, Juan Palomino, Nicolás Maiqués, 98′.

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