Coproducida por la animadora de televisión Oprah Winfrey y dirigida por la cineasta Ava DuVernay, Selma pone en escena la campaña que Martin Luther King lanzó en una pequeña ciudad epónima de Alabama para protestar contra la prohibición de votar que regía para los negros en el sur de Estados Unidos. El movimiento concluyó el 7 de marzo de 1965 con una marcha ilegal que llegaba hasta la ciudad de Montgomery y que fue severamente reprimida por la policía. Las imágenes de ese “domingo sangriento” (bloody Sunday) dieron la vuelta al mundo y el hecho quedó grabado en las memorias como un símbolo de la lucha por los derechos civiles. Cinco meses más tarde, el Congreso votó una ley que autorizaba a los negros a ir a las urnas: así, la segregación racial desaparecía del derecho estadounidense.
Cuando la película se estrenó en Estados Unidos, algunos periodistas criticaron a DuVernay por no ser fiel a la verdad histórica, particularmente con el retrato que esboza del presidente Lyndon Johnson (1963-1969). La cineasta se defendió aduciendo que no había dirigido un documental y que tenía todo el derecho a expresar su punto de vista artístico. Maureen Dowd, célebre columnista del New York Times, señaló la contradicción inherente a ese tipo de argumentos: “La excusa clásica, ´sólo es una película´, ya está gastada. Los directores adoran esgrimir su libertad creadora, pero recalcan sistemáticamente la autenticidad porque saben que es un plus para los Oscar”(1).
Al igual que otras películas recientes que tratan sobre la condición negra y se centran en la esclavitud o la segregación (2), Selma parece considerar al pasado como un simple armario de accesorios, un variado catálogo de imágenes a las que se recurre para naturalizar, cubriéndolas con oropeles de épocas pasadas, ideas actuales, destinadas a halagar a la elite negra contemporánea: la reducción de la política al relato del triunfo de los justos contras los prejuicios, la lucha contra la adversidad para alcanzar el éxito y reconocimiento individuales, la construcción de un racismo escindido de todo contexto histórico y presentado como único obstáculo que impide el avance de los negros.
A este respecto, los argumentos de DuVernay sobre el papel de Johnson en la lucha por los derechos civiles son reveladores. El guión original mostraba a un presidente comprometido con la causa de los negros, pero la directora no quería “hacer una película en la que un blanco salvara a los negros”. “Quería hacer una película que mostrara a la gente de color como actores de sus propias vidas”, declaró a CBS el 8 de febrero de 2015. “No necesitamos que nos salve alguien que llega subido a su caballo blanco”, afirmó. Pero, de hecho, ella no aplica esos respetables principios: su película no habla de los “verdaderos participantes de la marcha de Selma”, como afirma, sino que se contenta con reemplazar al providencial hombre blanco por un negro.
Por más que la directora pretenda lo contrario, Selma sigue siendo un ejemplo perfecto del culto simplificador que se profesa a Martin Luther King (3). Así es como, en la película, la campaña de Selma se reduce a la acción de King y sus compañeros de la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur (Southern Leadership Conference, SCLC). Se oculta completamente el papel que desempeñó el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (Student Nonviolent Coordinating Committee, SNCC), al igual que el de uno de sus militantes más activos, James Forman, a quien se presenta como un joven exaltado y corto de luces. Por otra parte, la tensa relación entre ambas organizaciones se muestra como la simple voluntad juvenil y trivial de los activistas del SNCC de querer defender su territorio y se silencian las discrepancias políticas y estratégicas. Además, no es cierto que, como afirma DuVernay en su película, King “dirigió el movimiento de los derechos civiles hasta que lo asesinaron en 1968”. Como tampoco fue el principal organizador de la marcha en Washington el 28 de agosto de 1963, cuya paternidad corresponde principalmente a Philip Randolph y su Consejo Nacional de Trabajadores Afroamericanos (Negro American Labor Council).
“La intención de Selma no es educar, sino movilizar. Busca emocionarnos. Su objetivo no es ser verídica, sino jugar con la dimensión trágica, desgarradora”, justifica Jerome Christensen, profesor en la Universidad de California, con la intención de defender la película, a la que ve como un “eco de Ferguson” –donde un joven negro fue asesinado por la policía el 11 de agosto de 2014-. “Johnson no puede ser el héroe blanco que salva a todo el mundo, simplemente porque no se salvó nada”, concluye (4).
Falseamento político. Para los detractores de Selma, la imagen de un Johnson reticente a adoptar la nueva ley electoral no sólo es una licencia artística: desnaturaliza un aspecto significativo del movimiento de los derechos civiles, ofrece una representación errónea de la manera en que alcanzó su éxito y podría perjudicar los combates actuales por la emancipación. Más allá de esta controversia sobre utilización de la historia, la película de DuVernay plantea un problema político en la manera como representa a la “comunidad negra” estadounidense. Para entender esto, es necesario recordar la ley de 1965 y su impacto en los Estados del Sur, la militancia negra y el juego político en general.
El ejemplo de David Duke, un miembro del Ku Klux Klan que se reconocía abiertamente nazi, es absolutamente significativo. Fue candidato a senador por Louisiana en 1990 y luego a gobernador del Estado en 1991; en ambos casos obtuvo la mayoría de los votos de los electores blancos. Si bien no ganó, los resultados llevaron a un gran número de comentaristas a preguntarse si no se trataba del síntoma del carácter inmutable de los hábitos políticos en el sur de Estados Unidos. Por el contrario, su fracaso relativo en ambos escrutinios en realidad ilustraba la eficacia de la ley de 1965. Si, veinticinco años antes, Duke hubiera obtenido una parte tan sustancial de los votos de los blancos, habría ganado. Y no es sólo una cuestión de aritmética, una mera consecuencia mecánica del peso demográfico de la población negra: en 1991, el 40% de los electores blancos eligió candidatos apoyados por la inmensa mayoría de negros.
En efecto, este episodio demuestra que ha habido un profundo cambio en la cultura política estadounidense e ilustra las nuevas perspectivas electorales abiertas por la ley de 1965, tanto en las zonas rurales como en las grandes ciudades y, en particular, en las circunscripciones con mayoría negra. En los años 1960, por primera vez desde el periodo de la Reconstrucción (1865-1977) que siguió a la Guerra de Secesión (1861-1865), se eligieron sheriffs negros en algunos estados del Sur. El fenómeno también se dio en el norte del país, donde el número de parlamentarios negros en el Congreso pasó de nueve en 1969 a cuarenta y tres en 2013. Asimismo, a mediados de los años 1980, surgieron “regímenes urbanos negros”(5), es decir, administraciones municipales dirigidas y dominadas por negros con una sólida mayoría de consejeros (en oposición a las ciudades en las que alcaldes negros, como Tom Bradley en Los Ángeles o Wellington Webb en Denver, fueron elegidos gracias a una coalición dominada por los blancos) en trece ciudades de más de cien mil habitantes. El número de afroamericanos electos en el país pasó de mil quinientos en 1970 a nueve mil en 2006.
Dichas transformaciones fueron ampliamente celebradas como la culminación del movimiento de los derechos civiles. Sin embargo, la clase de burócratas negros que comenzó a aparecer en los años 1960 nunca intentó poner en duda la repartición desigual de la riqueza y prefirió valorar el éxito individual en detrimento de la emancipación colectiva. Esta constatación concuerda con una falla recurrente en la mayoría de los trabajos sobre los afroamericanos. Un gran número de especialistas de los black studies (estudios sobre la condición negra) retoma los conceptos de “movimiento de liberación negra“ y “comunidad negra” como si fueran homogéneos, coherentes y no estuviesen relacionados con la dinámica política de la sociedad estadounidense. Como lo demostraron los universitarios Cedric Johnson y Dean Robinson(6), esta interpretación está arraigada en la ideología del black power (poder negro), desarrollada en los años 1960 y 1970, que postula la idea de una unidad racial natural. En ese entonces, este discurso era comprensible: el nuevo régimen político estaba aún en pañales y la lucha contra la discriminación racial seguía exigiendo una retórica centrada en la unidad de pensamiento y acción.
Pero el contexto ha cambiado. En la actualidad, mientras algunos negros que alardean sobre su “conciencia de raza” hacen carrera y adoptan ideologías que refuerzan la desvalorización de la educación y los servicios públicos, la especulación inmobiliaria, la gentrificación, etc., se vuelve particularmente problemático postular la existencia de una “comunidad negra” o incluso de “masas populares negras”. Desde hace unos años, algunos investigadores han puesto en evidencia las diferenciaciones y tensiones de clase que se dan en el seno de la población negra desde el periodo de la segregación hasta nuestros días.
En esta historia, la ley de 1965 sobre el derecho al voto desempeñó un papel fundamental. Al permitir que los negros participaran del funcionamiento ordinario de la política interior estadounidense, mostró que los intereses de los políticos afroamericanos electos, así como los de los políticos blancos o latinoamericanos electos, no necesariamente coincidían con los de su “comunidad”. Lo que la película de DuVernay hace no es tanto analizar el movimiento de los derechos civiles en su complejidad, ubicándolo en la larga historia política de los negros en Estados Unidos y en la de la lucha por la justicia social y la igualdad, sino sacralizar la victoria de 1965 al punto de transformarla en una pieza de museo.
(1) Maureen Dowd, “Not just a movie”, The New York Times, 17 de enero de 2015.
(2) Por ejemplo, Historias cruzadas (2011), de Tate Taylor, Django sin cadenas (2012), de Quentin Tarantino, o incluso Lincoln (2012), de Steven Spielberg.
(3) Sin embargo, DuVernay no pudo reproducir fielmente las declaraciones del pastor, pues éstas se encuentran bajo la propiedad intelectual de Spielberg…
(4) Citado en Cara Buckley, “When films and facts collidle in questions”, The New York Times, 21 de enero de 2015.
(5) Véase Stirrings in the Jug: Black Politics in the Post-Segregation Era, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1999.
(6) Cedric Johnson, Revolutionaries to Race Leaders: Black Power and the Making of African American Politics, University of Minnesota Press, 2007; Dean E. Robinson, Black Nationalism in American Politics and Thought, Cambridge University Press, New York y Cambridge, 2001.
(*) Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Pensilvania. Autor de Whithout Justice for All: The New Liberalism and Our Retreat from Racial Equality, Westview Press, Boulder (Colorado), 2001.
Traducción: Georgina Fraser.
Fuente: Le Monde diplomatique, Marzo 2015, Argentina.
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Excelente artículo!
Lo dice alguien que está podrida de las películas de «negros que sufren» tipo Selma o la de las mucamas o la bazofia pretenciosa de Vidas Cruzadas….
Y de repente me acordé del documental sobre Nina Simone de Netflix y de como todo lo que ella y muchos militantes negros de esa época estaban muy comprometidos con su comunidad, y muy enojados. En qué quedó todo éso? Se despolitizó al negro, y te muestran que lo mejor que le puede pasar es hacer guita jugando al básquet, ser Will Smith o un rapero misógino y/o violento.
Ahora, los negros más representativos son Beyoncé y Kanye West.
En fin…
Gracias por tu aporte. Me ha sido de gran utilidad.
Estaría bien que todos los blogueros escribieran un post tan interesante como el suyo.
De nuevo, Gracias. Saludos :)