Esty (memorable papel de Shira Hass) le dice a su marido Yanky (AmitRahav) que quiere placer; que en la Torá está escrito que el hombre le debe dar placer a su mujer. Yanky, que no tiene la menor de las ideas -sexuales y de cualquier tipo- de cómo dárselo y que hace un año que fracasa rotundamente en el acto sexual con ella, tan sólo responde ofuscado que las mujeres no deben leer la Torá. Esty tiene 19 años y Yanky, apenas algunos más. Ninguno de los dos tiene mucha más idea del mundo salvo la que el jasidismo en el barrio de Wellinsburg, en New York, les ha provisto con una disciplina tan férrea como atroz. Ambos entienden que la prioridad de su matrimonio es tener muchos hijos para equilibrar el desastre de muertes que fue la Shoa. Ambos son judíos religiosos ultraortodoxos por herencia (e imposición) más que por deseo o elección. Ambos no se pueden penetrar, dar placer, besarse, tocarse, lamerse, disfrutarse como marido y mujer. Ambos, siquiera, se pueden mostrar mutuamente sus cuerpos desnudos. Ambos son absolutamente inútiles -por herencia (e imposición)- para satisfacerse. Y eso les genera un desequilibrio dentro de su dura tradición, irremontable, pues, al no poder consumar el acto sexual y, bíblicamente, reproducirse, son inútiles: tanto para ellos como, sobre todo, para su comunidad. Esty detesta esa inutilidad, detesta sentirse inútil; en especial, porque Yanky es igual de inútil que ella o, peor, es el que la vuelve inútil, justamente, por no saberle dar placer. Esty decide huir entonces. Huir desesperadamente. Y lo hace. Y se va al lugar simbólicamente más irónico para un judío que busca refugio del propio judaísmo: Alemania. Esty huye a Berlín. Allí está su madre (una exiliada de la comunidad jasídica), la única persona que conoce fuera de la colectividad ultraortodoxa que le puede dar una mano en su huida además de su profesora de piano.
Hasta aquí, detalles más, detalles menos, las crónicas autobiográficas de vida de Deborah Feldman -la Esther “Esty” Shapiro de la historia- escritas en su libro Unorthodox: The Scandalous Rejection of My Hasidic Roots del 2012. Hasta aquí, la negación del deseo y la represión de la capacidad de desear como punto de clímax para que una niña hecha “mujer” a la fuerza intente renunciar a una tradición medievalista (más que medieval) dentro del judaísmo, buscando evadir todo un ambiente de represión y violencia que la tenían sometida desde chiquita y que la iban a tener igual de sometida hasta su vejez. Y ese es el contrapunto que le da continuidad a la miniserie de Netflix de cuatro capítulos: el placer vs. la represión.
En Alemania, todo es libertad y (auto)descubrimiento para Esty: amigos de su edad instantáneos y super progres, de mente muy abierta, músicos de un conservatorio muy prestigioso integrado por un nigeriano gay y su novio rubio, una israelí violinista (que, curiosamente, es la que peor trata a Esty), una chelista árabe (que, curiosamente también, es la que mejor trata a Esty) y un alemán morocho, pura sepa, con el que Esty entabla una tensión erótica desde el primer momento que se lo cruza en un bar. En Alemania, la madre de Esty puede ser lesbiana y vivir con su novia sin problemas. En Alemania, Esty puede obtener una beca para estudiar música en el conservatorio de sus amigos de la noche a la mañana. En Alemania, Esty puede hablar inglés abiertamente y no Yiddish. En Alemania, Esty puede tirar su peluca de mujer casada a un lago e ir a bailar a un boliche de reviente toda una noche entera con la boca pintada. En Alemania, Esty aprende a usar internet por primera vez y lo primero que pone en el buscador es la pregunta de si “Dios existe”. En Alemania, Esty puede sentir placer: el placer de la amistad genuina, el placer de la música, el placer de ser querida por su madre, el placer de la comida libre de lo kosher, el placer del sexo, el placer, incluso, del amor: el amor por sí misma.
En Alemania, en esta Alemania narrada en la historia, todo lo que Esty “siente” nunca le pasó a la autora de las crónicas en las que se basa la serie, Deborah Feldman, pues, como ella misma afirma junto a la directora de la serie, Maria Schrader, todo lo que pasa en Alemania es totalmente inventado, ficcional.
Y aquí la serie adquiere una textura simbólica muy especial: la Alemania de Esty es ficcional pero necesaria; necesaria para mostrar a una joven de 19 años buscando el placer: en ella misma y en los otros; para darlo y recibirlo; para saberlo dar y recibir. No importa si Esty es ultraortodoxa o no; importa que quiere ser penetrada por un hombre que lo sepa hacer. Importa que quiere recibir placer porque se lo merece. Porque lo busca y necesita. Porque el placer es una forma de conocerse para conocer el mundo. Porque en El cantar de los cantares sale poética y hermosamente sugerido. Porque en el Zohar, la Primera Ley del equilibrio del Árbol de la Vida y las Sefirot (atributos de Dios) que lo diagraman es el de la correlación. Porque como cuenta el gran Amos Oz en su libro Los judíos y las palabras (2012) co-escrito con su hija Fania, toda la instrucción judía al conocimiento se hace a través del placer: por eso se come, se canta y se bebe en las celebraciones religiosas al mismo tiempo que se recita y aprenden pasajes del Tanaj; por eso a los niños se les da caramelos después de que leen y memorizan algún pasaje de la Torá durante su instrucción para el Bar Mitzvah. Porque la inmensa tragedia que fue para el pueblo judío la Shoa no se puede repetir dentro del propio pueblo judío, con Esty perdiendo su hermoso cabello todo afeitado para su matrimonio como si estuviera pálido, doliente, en un campo de concentración.
Poco ortodoxa es la traducción al español que se le hizo al título original de Netflix, Unorthodox, perdiendo notablemente el sentido poderoso que tiene el título en inglés: Esty no es “poco” ortodoxa, Esty es, más bien, totalmente heterodoxa porque sabe muy bien que en lo heterodoxo radica el principio de curiosidad y de deseo; Esty sabe, intuye, que el deseo y el placer son continuidades hermosas que ella misma debe saber trazarse más allá de sus tradiciones y ambientes, de las geografías urbanas y espirituales que la rodean desde su infancia. Esty sabe que su pueblo está adentro de ella -como lo demuestra con esa hermosísima canción final en Yiddish que interpreta- pero que, precisamente, lo tiene que liberar de ese adentro para poderse liberar ella misma. Para poder liberar al bebé que lleva en su vientre. Para poder liberar al propio Yanky que desesperado va a buscarla a Alemania para que vuelva. Para poder liberar, en definitiva, una vida atada a una tradición que reprime en una identidad opresora, terriblemente contradictoria a la vida judía en general, sin ortodoxias ni ultras que la encarcelen.
Feminista, caricaturesca por momentos, estereotipada y sin miedo al cliché, aunque particularmente dinámica y bellamente reflexiva, Poco ortodoxa muestra la isla de la isla dentro de la colectividad judía y cómo la misma puede ser usada de símbolo de liberación de toda aquella mujer que cumple -porque le obligan a cumplir- mandatos sociales que reniegan del placer, que lo esconden, que lo condicionan, que lo reprimen y, en el peor de los casos, que lo boicotean con violencia y prepotencia extrema. Poco ortodoxa es la pequeña Esty (inmensa Shira Hass) en su periplo de autodescubrimiento y celebración; de liberación y autoestima; de reconocimiento y presencia en un mundo que es demasiado joven para ella por más viejo que sea para todos los demás; para todos aquellos que nunca se lo quisieron mostrar, escondiéndoselo tras una molesta peluca y un marido inútil que ni siquiera la sabía acariciar de verdad.
Poco ortodoxa (Unortodox, Alemania, 2020). Dirección: Maria Schrader. Guion: Deborah Feldman, Daniel Hendler, Alexa Karolinski, Eli Rosen, Ana Winger. Fotografía: Wolfgang Thaler. Montaje: Hansjörg Weißbrich, Gesa Jäger. Elenco: Shira Haas, Amit Rahaav, Jeff Wilbusch, Alex Reid, Ronit Asheri, Delia Mayer. Duración: 213 minutos. Disponible en Netflix.
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