Cuando murió uno de sus hijos en un hecho casi absurdo, Nick Cave estaba comenzando a preparar un nuevo disco. Las muertes dejan sus huellas, y ésta en particular amenazó con cerrar la carrera del músico. Abandonó lo que venía escribiendo, se sumergió en el silencio del duelo y lo inexplicable, hasta que finalmente las palabras volvieron a aparecer. Skeleton Tree (cuya traducción más aproximada sería “árbol desnudo”) apareció a fines de 2016 con una estética externa minimalista: apenas un sobre de cartón, el cd, el nombre de los temas. Como si no hubiera más que decir. Unos meses después comenzó a circular un documental realizado por Andrew Dominik (para quien Cave compuso la banda de sonido de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) llamado One More Time With Feeling, que registra el proceso de grabación del disco y a la vez muestra las señales de vida del músico después de la tragedia.
Hay una dependencia mutua entre disco y documental. Un registro visual desarrollado en paralelo con un registro sonoro. Pero, por sobre todo, One more… funciona como una necesaria puerta de entrada al universo del disco. No tanto por los detalles del detrás de escena, sino por la forma en que puede entenderse desde allí, el concepto general del álbum.
Desde lo estrictamente musical, hay dos cuestiones que el documental allana. En primera instancia, el rol que cumple Warren Ellis desde la partida de Mick Harvey, guitarrista histórico de los Bad Seeds. Después de décadas en la banda, Harvey se marchó antes de la grabación del anterior disco, Push The Sky Away, lo cual motivó una notable definición del propio Cave aludiendo a la sonoridad de esa grabación: “Fue como si Mick se hubiera llevado consigo todas las guitarras”. Si ese era el sonido central de la furia musical de los Bad Seeds, su alejamiento implicó una reconversión. Ellis, que ya venía trabajando con Cave en las bandas sonoras para películas, redefinió el concepto sonoro de la banda. El grupo dejó de ser explosivo para volverse climático: el piano de Cave y los teclados y sintetizadores de Ellis dominan la instrumentación. Son ellos los protagonistas centrales de la grabación, como queda de manifiesto en esa escena casi fantasmática del documental en la que Ellis dirige una orquesta de cuerdas en el estudio, ante la mirada de Cave.
En segunda instancia, que Skeleton Tree no era el disco que Cave iba a grabar. Ni siquiera el que estaba componiendo. En todo caso, es solo lo que pudo grabar después de la tragedia. Y lo que quedó, ese puñado de canciones que fluctúan entre motivos que recuerdan a los temas de The Boatman’s Call hasta ciertos arreglos que bordean lo kitsch, se contrapone una y otra vez con la voz de Cave. Una voz que proviene de su interior, como si observara a su propio cuerpo desde una distancia irreductible. Un doble juego establecido entonces en la película. Por un lado, ejercer como un comentarista de los hechos. Por el otro, establecer un contrapunto entre lo que es (los temas del disco) y lo que no pudo ser (las letras de canciones que quedaron en el camino, recitadas como poemas al borde de la desesperación). Cave escindido en dos tiempos y lugares, uno presente y otro pasado al que no puede volver sino por el recuerdo.
“Pasás de ser una persona que conocés”, sintetiza Cave en un momento del documental, y desde allí parte Dominik para conseguir un objetivo que vaya más allá del mero registro. One More Time With Feeling puede –y debe- verse en contraste con 20.000 Days On Earth (Ian Forsyth & Jane Pollard, 2014): si allí había un constante juego con el pasado, con el recuerdo elaborado en complicidad con sus músicos y amigos (desde el propio Ellis a Kylie Minogue), articulándose entre la supuesta ficción de la vida de un músico sin nombre y la constatación documental de que no podía tratarse de nadie más que del propio Cave, aquí el pasado circula como imposibilidad palpable, como la figura de un hombre que ahora no se puede reconocer porque el presente se ha trastocado y el futuro no se llega a avizorar.
El Cave que muestra Dominik es un puro presente continuo que va enhebrando canciones. Un hombre que se refleja en las ojeras que no sabe de dónde salieron. “Según el director, parezco un monumento en ruinas” dice, y allí parece cifrarse la definición más concreta del artista. A los que estamos acostumbrados a la presencia de Cave en movimiento como factor esencial incluso en su música, nos cuesta reconocer a este hombre quieto, torturado hasta por la necesidad de sobregrabar voces. Nos cuesta verlo como un animal acorralado por los sucesos (algo que la puesta en escena tiende a remarcar con planos cortos y la persistencia de espacios cerrados y de un clima opresivo) y a la vez dispuesto a no construir su obra como una suerte de diario de vida. Y sin embargo, el episodio del hijo aparece una y otra vez como marca indeleble. En el encuentro en el estudio con su esposa Susie y con su otro hijo, fundidos en un abrazo, lo que se advierte es la ausencia. En la propia Susie también, cuando sostiene su trabajo en la necesidad de distraerse. En el cuadro que parece recoger las mismas premoniciones que Susie ve en las letras de su marido. En la imposibilidad de armar el rompecabezas: “Cada vez que intento articularlo todo, él sale perjudicado. Porque nos pasó a todos, pero le pasó a él”. Y en las letras de las canciones, porque aunque sugiera que tuvo que contener la fuerza de las palabras es inevitable entender de qué habla cuando canta “Nada importa/cuando el que amas ya no está”.
Ese Cave disociado en dos que no parecen reconocerse, se hace uno en el factor que atraviesa el documental. La idea de la pérdida, que empieza con el hijo que muere, se multiplica. Perder el espacio que la imaginación necesita para inventar. Pensar que está perdiendo la voz, cuando no puede identificar las notas que debe cantar. Sentir que, de esa manera, pierde el control sobre las cosas, la posibilidad de reaccionar ante los hechos. Perder, al fin de cuentas, la fe en todo y en sí mismo (algo de eso dice cuando canta “Nos dijeron que nuestros dioses vivirían más que nosotros/ pero nos mintieron”).
One More Time With Feeling puede parecer engañoso, en algún punto situado entre su depurada estética en blanco y negro y la circularidad que implica registrar un registro. Pero detrás siempre emerge Cave. Y su tristeza irreparable. El documental no es más que la puesta en imagen de un proceso personal signado por un dolor en el que la música parece ser el único atisbo de luz. Eso que le hace cantar: “Mi música dice que no me muera/que alguien debe cantarle a las estrellas/alguien debe cantarle a la sangre/alguien debe cantarle al dolor”.
One More Time With Feeling (Gran Bretaña/Francia, 2016), de Andrew Dominik, c/Nick Cave, Warren Ellis, 113′.
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La descripción de este documental que hacen me parece estupendo. Había escuchado el disco Skeleton Tree y me parece excelente, ahora voy a tener que ver está película. Muchas gracias por la crónica.