0fc3df - unnamedSi en El estudiante, primera película en solitario de Santiago Mitre, la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA se presentaba como el espacio de acción y de juego para el protagonista central, y si en Los posibles esa especie de depósito/galpón creaba un mundo cerrado, cercano a la ciencia ficción donde los personajes dialogaban a través de la interacción de los cuerpos, ahora la selva misionera es el lugar en el que se desarrolla La patota, remake libre de la película homónima de Daniel Tinayre de 1960. Con esta nueva versión, el cine de Mitre parece ir sentando las bases de sus temas e intereses: el recorte sobre un ámbito específico y los conflictos al interior del mismo, vinculados a la construcción y el ejercicio del poder. Con esta nueva versión, el cine de Mitre se agranda, tanto en presupuesto como en ambición, y parece apuntar definitivamente en esa dirección: la de un cine industrial de alcance masivo (queda pendiente para otra discusión -otro texto- las intenciones comerciales de la película, el rol de Axel Kuschevatzky como productor, figura fundamental de los últimos productos del cine mainstream argentino, y el de Mariano Llinás como guionista).

Lo de Mitre es toda una decisión y todo un riesgo, en principio y más allá de los resultados, más que bienvenidos. Iba a ser el guionista y terminó siendo el director. Se metió con un clásico difícil de abordar y lo reactualizó sin perder ni desviarse de los temas que lo obsesionan. Allí tal vez esté el primero de los méritos de La patota. Sin embargo, hay una diferencia que va más allá de la producción y que tiene que ver con lo temático, con el poder, pero más que nada con la inversión del mismo. En El estudiante, el personaje de Roque (Esteban Lamothe) llegaba desde el interior de la provincia y se iba metiendo en la rosca interna de los movimientos estudiantiles, construyendo su figura de líder desde adentro y de manera silenciosa. En La patota, Paulina (Dolores Fonzi) ya ocupa un espacio de poder, heredado por la posición de su padre juez (Oscar Martínez), y lo que va a hacer es poner en tensión ese privilegio a partir de la renuncia, aún cuando eso le cueste el ser avasallada tanto en lo moral como en lo físico.

Paulina renuncia. Renuncia a la abogacía y a una carrera brillante en Buenos Aires. Renuncia a las luces de la ciudad para volver a su tierra natal y ejercer la docencia desde los márgenes. Renuncia a los derechos y a la impunidad que le otorgan su profesión y su clase.

Desde el principio, desde los primeros planos, se establece la lucha, el enfrentamiento. No de Paulina con el entorno, sino de Paulina con su padre y con el poder que éste representa. Paulina enfrenta ese poder negándolo, negándose. En la película hay varios No: “no son”, dice en la rueda de reconocimiento al ver los rostros golpeados de los chicos acusados de haberla violado. “No lo vas a entender”, le dice sobre el final a su padre.

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Esos “No” son importantes, porque no sólo definen al personaje de Fonzi, con quien nunca llegamos a empatizar del todo, sino porque también dejan ver la derrota y más que nada la impotencia del poder, cosa que en El estudiante se nos negaba o, al menos, la película elegía quedarse con la victoria y la imagen de Lamothe al tiempo que dejaba fuera de campo al vencido. Aquí, en uno de los planos finales, después de una última negativa, Paulina camina de frente a la cámara para contarlo todo (la película es un gran flashback), mientras en el fondo del plano vemos a Martínez agachado, llorando, tomándose la cabeza, derrotado.

También hay otra diferencia interesante en La patota con respecto a El estudiante, que tiene que ver con el género. Si en esa primera película las convenciones del policial y del thriller habilitaban el espíritu lúdico, tanto del protagonista como del tono general de la historia, aquí el drama social trasciende el espacio y nos interpela. Por eso resulta incomprensible la decisión de Paulina, por eso no llegamos nunca a identificarnos del todo con lo que le pasa, por eso no queda claro su discurso. Pareciera incluso que la película tapa, o desdice, esas ideas un tanto superficiales, al menos desde los parlamentos con los gritos de su padre. Los “no” de Martínez reflejan la imposibilidad de la acción, mientras que los de Fonzi refuerzan una posición asumida e invariable. Esta decisión de la película, ya sea desde el guión o desde la forma, no parece gratuita, y eso tal vez sea otro mérito.

Porque el hecho de que no logremos, o nos cueste, comprender la decisión de Paulina también es un mérito. Porque, en definitiva, se trata de las sensaciones y experiencias de un cuerpo al que no pertenecemos, al que no podemos acceder ni justificar desde nuestra moral. Paulina se asume desde el presente no para transformar el pasado (su pasado), sino para construir el futuro (su futuro, y el de todos); se asume como persona y como cuerpo marcado que lucha a pesar de la tragedia contra un poder que sólo parece accionar cuando es necesario establecer jerarquías para seguir sosteniéndose, no para volver el mundo un poco más justo.

Aquí pueden leer un texto de Marcos Rodríguez y otro de Nuria Silva sobre La patota.

La patota (Argentina, 2015), de Santiago Mitre, c/Dolores Fonzi, Oscar Martínez, Esteban Lamothe, Cristian Salguero, Verónica Llinás, 103’.

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