whiplash_posterEl sexo es una cuestión solitaria. Puede llegar a ser cosa de dos si se acepta que nada se comparte, que más bien se establece una lucha por adaptarse o imponerse al deseo del otro, que nunca es como el propio y que no tiene la misma intensidad. No estoy siendo pesimista, al contrario, señalo que ahí reside la riqueza de la experiencia, en la batalla. Whiplash: Música y obsesión es la sublimación de la sublimación, y el desplazamiento del desplazamiento. El entrenamiento musical de Andrew (Milles Teller) se emparenta con la educación militarizada, que, a su vez, sublima una sexualidad reprimida mediante el uso de la violencia. El nombre de la película es “Latigazo”, y el idéntico vestuario de los músicos (no así el del baterista, que responde a otro rango) simboliza el uniforme militar, aunque por sus características se acerca a un ropaje sadomasoquista. El color elegido es el negro, puede verse alguna que otra hebilla metálica, y Fletcher (J. K. Simmons) exhibe unos brazos muy bien formados que amenazan desde una camiseta ajustadísima. En este ir y venir se edificará la relación entre alumno y tutor, o entre sargento y soldado, o entre deseante y deseado. El desplazamiento será clave en todos los órdenes del relato.

Tomemos como ejemplo la escena que lo rubrica: los tres bateristas preseleccionados compiten por la titularidad del puesto. Cada uno de ellos encuadra la disciplina, la técnica y la pasión pura (militarización/música/sexo). El reto consiste en ir desplazándose hasta que uno dé con el tempo que satisfaga al sádico profesor. Pero, en una mirada más amplia, todos son constantemente desplazados de un rol a otro (o a ninguno, que será el gran vacío a evitar). El padre es desplazado por el tutor, la novia por la música, el protagonista por un nuevo noviecito, la mujer por el homoerotismo, el deseo por la soledad, el sexo por la técnica, y todo entronca en un final que intensifica el gran mito del orgasmo simultáneo. El final adecuado para una película repleta de mitos. La película es tan estimulante porque se trata de un relato de iniciación sexual construido sobre un montaje rítmico y métrico, repleto de planos detalle, que utiliza el jazz como banda sonora y cuyo objeto de deseo mayor es Simmons, un tipo que no es precisamente atractivo pero que calza muy bien la virilidad de la que el protagonista adolece.

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La implícita militarización, que por su cualidad bélica remite a lo destructivo, se desplaza a una instancia creativa, por ende constructiva, como es la musical. Por eso mismo creo que la película no podría ser calificada de fascista en tanto asume una inherente violencia cultural que debe ser dirigida hacia una actividad artística que no genere más daño que el que uno pueda autoinfligirse. Sí es correcto decir que la postura asumida por Fletcher responde a esa rigurosidad reaccionaria, pero no así la película, que todo el tiempo nos posiciona en la subjetividad de Andrew. Donde Whiplash: Música y obsesión se vuelve conservadora es en su universo exclusivamente masculino construido sobre lo reprimido homosexual. La mujer es desplazada hacia un fuera de campo absoluto e insignificante y todas las tensiones se concentran entre dos hombres que buscan al compañero de sus vidas y descargan sobre sus instrumentos (musicales) todo lo que contienen. Los arranques de furia de estos personajes expresan profundas frustraciones que exceden lo estrictamente profesional.

Aquí puede leerse un texto de Andrés del Pino, uno de Santiago Martínez Cartier y uno de Marcos Vieytes sobre la misma película.

Whiplash, música y obsesión (EE.UU,, 2014) de Damien Chazelle, c/ Miles Teller, J.K. Simmons, Paul Reiser, 107′.

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