El aparentemente tonto y estereotipado flirteo entre el ingeniero entrenador de velociraptores y la asistente del dueño del parque jurásico se quiebra, y abre una dimensión realmente interesante de esta joya del cine mudo en el momento en que el joven y musculoso ex marine atrapa un mosquito que molestaba a la pelirroja con la mano.
Efectos especiales en bancarrota, un elenco de mediopelo, chispas de humor barato, el sentimiento fraterno que se fortalece en la adversidad, la anécdota descolgada que pretende dar sabiduría y temple en el presente, la muerte del negro que hace de negro, la conspiración militarista de freeshop, el escape fantástico, el malo -que es el origen de la verdadera maldad del mundo jurásico- devorado por los velociraptores en el laboratorio, el enfrentamiento godzillesco entre los pesos pesados, la pareja despareja que se ama para siempre en la supervivencia, e inclusive la tenebrosa sombra del divorcio que parece alejarse con el reencuentro, ninguno de estos elementos es suficiente para desmembrar la tarea titánica de resucitar, tras más de veinte años, este paquete.
Jurassic World busca un efecto vintage al recuperar aquellos tópicos que cautivaron e hicieron las delicias de grandes y chicos: otra vez una isla y la fuga de un dinosaurio que pone en jaque a toda la parafernalia de seguridad y sofisticación con la que nos habían endulzado en los primeros minutos. A diferencia de los noventas, ahora todos vivábamos por el escape y alguno sufría con la terrible idea de un vuelco en la horma de esta saga y que solo fuese un aburrido pasaje por un locus amoenus prehistórico. La película hace un guiño hacia la propia brand que integra: un dinosaurio en sí ya no es atractivo, entonces surge el tema de esta nueva entrega: el diseño genético de un nuevo tipo de dinosaurio que sea más atractivo al público, al ficticio que asiste al parque y a nosotros que asistimos a la laptop. A la media hora uno cree que la película ya está por terminar, pero no, todavía queda mucho por demostrar: que no hay nada para decir porque el bicho es extremadamente inteligente, se escapa, y pone a todo el parque en pánico, mientras Volkswagen hace valer los pesos que puso en esta obra de arte.
Cuando todo está bien desmadrado, los chicos malos, encabezados por el pérfido Vincent D’Onofrio, toman las riendas del lugar y planean acabar con el Indominus rex usando a los raptors entrenados. Más guiños de una historia sin par: las bestezuelas que eran el terror de la primera película de la saga, ahora parecen ser la única salvación y poseen un grado de domesticación fantástico. Al igual que el Tiranosaurio rex que todos sabemos que al final siempre es bueno. Y el Mosasaurio que convenientemente solo sale de su pecera cuando hay que comerse al malo y no para manyarse a alguno de los miles de visitantes que lo visitan a diario. También es vintage que la fría asistente ceda ante la catástrofe y pase a preocuparse por sus sobrinos (a quienes casi ni prestaba atención al principio), a casi llorar con la agonía de una diplodocus y a imprimir una escena de beso, en medio del caótico ataque de pterodáctilos, para así ser absorbida por un guión que la sumirá fácilmente en el estereotipo que a todos nos gusta.
Pero este artefacto de entretenimiento inexorable tiene algunas apuestas muy jugadas en el terreno del contenido social. Circulan algunas reflexiones sobre la eticidad del propio parque, en el cual la creación de una atracción implica también la creación de un ser vivo y que, por lo tanto, su manipulación y explotación deberían ser más arbitradas, poniendo sobre la mesa la dimensión sensible de estos animales que el tratamiento numérico, estadístico y netamente monetario le descuenta. El otro eje, emotivo por cierto, es que los niños protagonistas han sido enviados de vacaciones por dos agentes del mal: sus padres a punto de divorciarse, lo que potencia el grado de desamparo y el mar de lágrimas que les dedicaremos.
Sin embargo, este mundo jurásico va a dar vueltas las coordenadas de lo obvio en más de una oportunidad: una escena que condensa, casi en el minuto noventa y uno, la certeza de que estamos en un mundo mejor que cualquier otro: el coraje cristalizado en el neófito empleado que en las primeras escenas casi es devorado por su torpeza y luego se convierte en un mongol embravecido pues ha aprendido la lección. Todo ello condensado en ese pequeño gesto cargado de furia y determinación que, al abrir las compuertas, iniciará el fin de los males que aquejan a esta isla loca.
La carrera nocturna del bravío ingeniero en una motocicleta, rodeado de velociraptores enceguecidos en pos de su presa como mastines, nos advierte que estamos ante una pieza épica inmejorable, una de las mejores reactualizaciones del mito de David y Goliath; el mosquito que mata a la mano. Los condimentos parecieran estar todos pero no, hay más: el mito del eterno retorno. Mircea Eliade debe hacer cabriolas en su tumba porque pareciera que la gema creativa de los responsables de esta saga está intacta, como si no hubiera pasado nada en estos 20 años.
Jurassic World (EUA/China, 2015), de Colin Trevorrow, c/Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Vincent D’Onofrio, Nick Robinson, Ty Simpkins, 124’.
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