1. En el primer episodio a Don lo interpela francamente una cliente, “la mujer judía”, una soltera independiente, proactiva y desenvuelta. Una mujer que mientras Don la seduce con un trago en la mano, ella lo mira directo a los ojos y lo reconoce como alguien desconectado del mundo, como alguien que un mundo de hombres mira desde fuera, detrás de un cristal. Y se lo dice, le dice que en el fondo debe saber cómo se sintió ella toda su vida en un mundo diseñado para los hombres: aislada detrás de un vidrio, desfasada, diferida de una realidad fuera de alcance.

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2. Don y Betty. Don llevó a Betty, por demanda y exigencia de su jefe, a una cena de negocios.

Betty: Me encanta verte así.

Don: Te sentaste del lado de mi mejor perfil.

Betty: Me refiero a cómo te ven los demás. Cuando estás con extraños, sabés exactamente lo que querés.

Don: Me gusta pensar que siempre sé lo que quiero.

Don Draper no tiene la menor idea de quién es ni de qué cosa quiere en el mundo. Tiene talento, un inmenso talento, y se forjó un carácter. Don simplemente sabe como lo ven los demás y actúa al respecto. En ese espejo de autoimagen se siente reconocido, un espejo que le llevó tiempo y dedicación absoluta. Un espejo que es una catedral de cristales cuidadosamente dispuestos para que todos los perfiles refracten un único punto de vista: elegante, determinante, incuestionable, opaco, crepuscular, definitivo Don Draper.

El problema para Don, su verdadero problema, no son los extraños. El problema son aquellas personas que están demasiado cerca, aquellas personas que necesitan de los dos perfiles. Las personas íntimas que demandan, no sólo apariencia, sino sobre todo esencia, son aquellas personas a quienes nos debemos, respondemos por ellas, y tienen derecho a preguntar.

Pero Don no quiere que se acerquen demasiado y detesta (profundamente, con el corazón estrujado, hecho una pasa seca), detesta ese derecho a preguntar aunque, eventualmente, su perfecto espejo de autoimagen estallará en añicos, porque desde el primer día en que Don la construyó, esa endeble catedral de cristales empezó a agrietarse, a astillarse en fisuras a través de las que Don también quiere mirar: afuera.

El domingo es el último episodio de la última gran saga de la televisión. No sabemos qué viene después.

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