En Cerezos en flor, de la directora alemana Doris Dörrie, realizadora de películas como Nadie me quiere y ¿Soy linda?, hay un momento en que la protagonista femenina y la pareja de su hija acuden a una performance de Tadashi Endo. Tiene muchas similitudes con el comienzo de Hable con ella, de Almodóvar, en el que los personajes de Darío Grandinetti y Javier Cámara ven un espectáculo de Pina Bausch. Lo distinto es que en la primera los dos personajes acuden juntos al teatro y en la segunda no, aunque luego se relacionarán, pero uno de los miembros de ambas parejas se emociona mientras el otro asiste de reojo al espectáculo de esa emoción. No hace falta saber con exactitud quiénes son y qué hacen Pina Bausch y Tadashi Endo, porque la película pone en escena la mirada del neófito, del outsider, del no iniciado. Y porque las artes de Pina Bausch y Tadashi Endo, si bien susceptibles y capaces de soportar racionalizaciones como cualquier otro arte, son artes del cuerpo presente y a él se dirigen primero, a fin de crear un pensamiento sensorial, una materia sensible. A diferencia de la película de Almodóvar, la de Dörrie no es para nada cinéfila. Quiero decir que no gravita sobre ella el riguroso peso de una tradición. El protagonista va a Japón, visita un cementerio, y alguien puede pensar en Ozu, pero también en Mongo Aurelio. Oxigena ver películas no cinéfilas porque nos libran de la endogamia catacumbera cinematográfica y porque nos abren a otros códigos. La cámara en mano de esta película, por ejemplo, está directamente vinculada a la importancia de una forma de la danza Butoh en la vida, muerte y viudez de un matrimonio alemán. De allí que no aparezca la rigurosa fijeza de Ozu, y ni falta que haga. En el plano narrativo habría que analizar el quiebre -que es también una quebrada, un firulete, una gambeta- ocurrido a los 40 minutos de película, así como la sutil transfiguración de la realidad fílmica debida al trasvestismo genérico que genera el viaje de uno de los protagonistas a Japón. Ningún plano dura mucho, ningún plano es imprescindible. Una sensibilidad humanista y circunstancial dictamina el tempo de las escenas. Sentido común ligeramente desviado.

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