La pregunta sobre la cual se articula el documental alrededor de Sara Rus es también la que cuestiona su procedimiento. La formula la nieta de Sara: ¿cuál es la distancia justa con el pasado? Ese intento por establecer un punto en el cual la narratividad sobre el pasado sería equilibrada implica construir el relato desde la corrección. Buscar el punto de equilibrio en relación con el pasado no es solo un imposible, sino que en el mismo movimiento omite lo importante: el pasado no es un elemento narrable en sí mismo, sino por lo que lo compone. En la generalización sobre el pasado subyace una idea abstracta: narrar lo imposible de narrar es desechar las peculiaridades de ese pasado. De allí que quizás la pregunta debió haber sido, con más propiedad: ¿cuál es la distancia que debe existir con los objetos que representan ese pasado? Lo que puede parecer un detalle, tal vez insignificante, es en verdad la clave para desentrañar el funcionamiento de La memoria y después. Y es que en el documental hay una cercanía entre el objeto de la narración –Sara Rus- y la voz narradora –su nieta- que no permite dar cuenta del itinerario que recorren ambas. No es que la relación de parentesco impida la construcción de una narración –ahí nomás está la poderosa El silencio es un cuerpo que cae para demostrarlo- sino que en este caso se establece una barrera que la voz de esa nieta no logra sortear, al ponerse por delante del relato antes que funcionar como parte de lo narrado.
Lo que se advierte es una falta de puesta en relación de esas voces, como si esa ausencia de distancia lo impidiera. Hay un momento en el que ese cruce parece revelar una conflictividad, que queda apenas enunciada: hija y nieta señalan la manera en la que el paso del tiempo ha ido acomodando el discurso de Sara, agregando o quitando detalles. Hay un momento en que esa reflexión parece que va a ser llevada a un primer plano, generando un efecto potenciador: es cuando la imagen de Daniel, el hijo desaparecido de Sara, sale de la formulación que implican las filmaciones familiares y se instala en el recuerdo diferenciado de la madre y de la hermana. Pero ese contrapunto, rápidamente abandonado en aras de la “distancia justa”, revela por sobre todo el mayor conflicto no resuelto del documental: el que genera la oscilación entre la idea de concentrarse en Sara o la permanente irrupción de la ausencia como elemento central del relato. Quizás la cuestión esté allí: la indefinición entre la imagen de un personaje –potente de por sí, en tanto sobreviviente de la Shoah y posteriormente Madre de Plaza de Mayo, pero que ya había desarrollado la serie de Canal Encuentro Sara Rus-Tengo que contar– y las ausencias masculinas del esposo y del hijo como eje del relato, condenan a la imposibilidad de salir de una medianía que solo las preguntas en off de la nieta –sin respuestas posibles exploradas- intentan contrarrestar.
Esa formulación trunca de la forma en que se construyen los recuerdos y su ligazón con las figuras ausentes es lo que parece estar reclamando el documental. Hay en ese camino una potencialidad y un riesgo que parece no querer asumirse, en relación con aquella cuestión de la distancia con lo narrado. Si la voz de la nieta, y su presencia como una pretendida investigadora de la memoria, se disuelve en la falta de constancia para mantenerla en ese lugar, el procedimiento se debilita aún más en la decisión de incluir entrevistas con un formato periodístico. Ni los fragmentos de la charla entre Baltasar Garzón y Sara, ni las entrevistas a la representante de la Comunidad de la Shoá o a Herman Schiller logran aportar elementos significativos que no hubieran podido resolverse de otro modo. Peor aún, quiebran con su formalidad el intento de un registro de cierta intimidad despojada y familiar del personaje. Aunque quizás la medida de la oportunidad desaprovechada está dada por ese momento en que la nieta descubre una foto de su abuela, de su pasado como actriz, en la que llevaba un pañuelo blanco. Dejar pasar como si nada uno de los pocos hallazgos que conecta la memoria a lo largo de la historia, es una señal de cómo a partir de un material interesante se puede tomar un camino equivocado para desarrollarlo.
La memoria y después (Argentina, 2018). Dirección: Eduardo Feller. Guion: Federico Posternak, Eduardo Feller, Paula Scheinkopf. Montaje: Martín Delrieux. Duración: 75 minutos.
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