Hace un par de años, cuando el 2020 estaba terminando, los redactores de HLC votamos nuestras veinte películas preferidas de los últimos veinte años. Del resultado de ese comicio interno quedaron veinte elegidas y a cada una de ellas le correspondieron unas líneas, algún esbozo que justificara esa elección. Me tocó escribir sobre Un oso rojo (una de las que yo había votado), de cuyo estreno hoy se están cumpliendo 20 jóvenes y vigorosos años. Así que existe la posibilidad de que este texto sea tal vez un eco expandido de aquellas líneas.

Un western urbano: así definió la película el propio Caetano. Hay muchos factores y personajes del género que le dan la razón: Un oso rojo es, entre otras cosas, la historia de un hombre que intenta rehacer algo con los fragmentos de ese pasado terrible por el que ya pagó y que le hizo perder su familia y su libertad; un hombre que se sabe traicionado y que emerge con una curiosa (y no por curiosa menos sólida y válida) noción de justicia; el western, en tanto, es aludido hasta en la calle polvorienta que se ve cuando Rubén (el oso en cuestión) desciende del colectivo.

La película va al hueso, como el propio protagonista: antes de los veinte minutos, El Oso (Julio Chávez en la actuación de su vida) sale de la cárcel (donde también se muestra el porqué está ahí), busca y encuentra al Turco (René Lavand), le reclama su «plata», va a la casa de su ex esposa, le compra un juguete a su hija Alicia, consigue trabajo en una remisería y encuentra un hotel donde vivir.

El «tono» de Un oso rojo se puede calibrar por algunas escenas de esos primeros (y fantásticos) veinte minutos: las palabras y las acciones del Turco son ofrendas (alcohol y alabanzas) que van a estrellarse contra la aridez gestual y afectiva del que sólo busca lo que le corresponde.

La otra es la escena en la remisería de Güemes (un trabajo notable de Enrique Liporace) en cuanto a «calarse», medirse, estudiarse, «semblantearse» y todos los sinónimos que puedan definir sin palabras los códigos de tipos duros y pesados de verdad.

El concepto de «libertad» es puesto en duda en todo momento: El Oso tiene una visión más diáfana de lo relativo de su libertad: la violencia con que le arrojan la birome con la que firma su salida de prisión, el hotel donde se aloja, que también tiene sus horarios de visita, y un exterior, sobre todo, donde no hay menos rejas que adentro. Hay rejas en la casa de Natalia, en la remisería donde consigue trabajo y alrededor de la calesita donde lleva a su hija Alicia. Otros personajes también viven en alguna especie de prisión: en su infelicidad y desazón, Natalia (Soledad Villamil); en sus deudas de juego, Sergio (Luis Machín) (las ventanas del bar donde éste va a apostar también tienen rejas).

Ya se mencionó en otras oportunidades que la filmación de Un oso rojo coincidió con la dramática Argentina del corralito. Pues bien, esa coyuntura atroz se filtra por todos los costados y ámbitos del relato y es por eso que todo el tiempo casi todos los personajes están haciendo referencias al dinero, y para eso se usan casi todas las formas de denominarlo (yo conté dieciocho!!!)

Una de las cosas que más impresionan de Un oso rojo es la capacidad asombrosa de Caetano para mezclar lo duro y lo áspero con unos arrebatos insospechados de ternura: acero y seda, o seda y acero.

El mejor ejemplo de esto es la escena donde su hija Alicia le abre la puerta de su casa en medio de una lluvia torrencial y la cámara la sigue cuando va a cargar el termo para el mate. El plano va al rostro del Oso que se está secando la cara de algo que no sabemos (¿o sí?) si son lágrimas o agua de lluvia. Ese pudor y esa maestría con que filma Caetano se verá remarcada y reforzada luego por la hermosa secuencia de la pizzería.

El final de Un oso rojo es extraordinario y acorde con lo que se nos estuvo contando durante una hora y algo. El atraco, la violencia, las (nuevas) traiciones de los traidores y el castigo a estos. El jugarse todo a una sola baraja o, en este caso, a una sola bala…

Releyendo estas líneas encuentro algunos apagados e imperceptibles ecos de aquellas líneas de hace un par de años pero nada que sea muy detectable. 

Lo que reafirmo y en lo que insisto es en su rango de película magistral y, si me permiten la confidencia, una de mis preferidas de cualquier tiempo y lugar…

Un oso rojo (Argentina, 2002). Dirección: Israel Adrián Caetano. Guion y dirección: Israel Adrián Caetano, Graciela Esperanza. Fotografía: Willi Behnisch. Música: Diego Grimblat. Reparto: Julio Chávez, Soledad Villamil, Luis Machín, Agostina Lage, Enrique Liporace, Rene Lavand, Daniel Valenzuela, Freddy Flores, Ernesto Villegas. Duración: 94 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: