“Yo veía a esa gente a diario. Era como si el mundo que yo conocía fuera importante”, resume la voz en off de Scorsese mientras se ven imágenes de Nido de ratas (On the waterfront, 1954). El cine de Elia Kazan de la segunda mitad de la década del 50 se presenta de esa manera, como un doble espejo: de quien evoca devuelve un relato familiar y barrial, la relación con su padre y con su hermano; del evocado revela de qué manera ideas relacionadas con la traición, las relaciones familiares y la marca de la migración marcaron su historia.

La traición se modela en el afuera del acto cinematográfico (la delación de Kazan ante los comités del macartismo) y se representa en el adentro (Charley traicionando a su hermano Terry en Nido de ratas) con un halo de inevitabilidad que Scorsese conecta con la referencia en voz de Kazan: “Hice lo que hice porque era la alternativa más tolerable. Por un lado u otro perdías”.

De esa manera, la delación como acto se constituye en una divisoria de aguas que Scorsese redirecciona hacia lo cinematográfico: allí está el cine más personal de Kazan, argumenta, centrándose en Nido de ratas, en Al este del Edén (East of Eden, 1955) y en América, América (1963). No hay ingenuidad en el descarte del resto: apenas sobreviven algunas imágenes de Río salvaje (Wild river, 1960), Esplendor en la hierba (Splendor in the grass, 1961), la referencia a la dirección de actores en Lazos humanos (A tree grows in Brooklyn, 1945), a la cámara que sale de los estudios en Pánico en las calles (Panic in the streets, 1950). Hay conciencia en que agregan más bien poco al núcleo de lo que interesa remarcar: esa idea de un cine vivo y conflictivo, más cerca de lo real que de la comodidad del cine americano clásico.

Pero la disolución del peso de la traición es lo que hace de A letter to Elia una película explícitamente política, poniendo a un hombre ante la encrucijada que le plantean sus circunstancias. Scorsese no juzga la ética de Kazan: solo intenta comprender el impacto de su cine y su exposición como reflejo de una aparente culpa. Es en esa discusión en la que arriesga, quizás como en ninguna de sus películas, aunque esté enmascarada por su construcción como un paralelo de la escena final de A este del Edén: en el documental, Scorsese le habla a su padre cinematográfico como James Dean le habla al suyo en la ficción, remarcando cuán importante han sido sus obras, despejando en ese relato, la maraña de cuestiones que pueden resultar conflictivas.

Lo que podría verse como una coda de A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies (1995) adquiere entonces una dimensión más ligada a lo personal. Asumir una defensa explícita, confesar una devoción aún contra un pensamiento generalizado. El problema es que cuando un cineasta se sumerge en el terreno de las confesiones personales, como en este caso, su capacidad para construir un relato queda en un segundo plano, preocupado ante todo por el sujeto de su defensa. Sujeto al que, a diferencia de las acciones del mismo en el pasado, hay que reconocerlo, no traiciona en ningún momento.

A Letter to Elia (EUA, 2010), Martin Scorsese & Kent Jones, 60′.

 

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