cuSxIy7YoB2JoNMAftdkcRFRMaxReplantearse el «CyberPunk» como subgénero literario es replantearse, también, los géneros literarios. ¿Sirven, explican algo o, finalmente, no sirven ni explican nada? Este es el punto de partida. Y no hay ninguna conclusión. Las definiciones que se balbucean hablan sobre distopías y futuros alternativos, altamente tecnificados, donde las sociedades quedaron fragmentadas o deshechas, por una peculiar y desafortunada relación entre individuos, ética y el uso de los diferentes avances tecnológicos. Aunque también se dicen muchas otras cosas y se solapan subgéneros sobre subgéneros, hasta que toda definición pierde sentido.

Sin embargo, a lo largo de los géneros y sub-genéros (literarios y cinematográficos), hay algo inmanente y poderoso que se sostiene. Y esto sí es importante. Lo indefinido e indefinible que, sin embargo, se vuelve evidente. El misterio y lo indefinible como factor determinante, como valor absoluto, como validación y justificación de una serie de sensaciones que no sabemos describir, pero que permanecen. El arte como una obsesión sin nombre, como una atracción sin nombre. Un conocimiento intransferible que se puede rastrear y evidenciar, pero que -en rigor- no está en ninguna parte. La literatura no es un libro. El cine no es una película. Sin embargo, los contienen. El arte no es nada en particular y, al mismo tiempo, todo puede ser arte. La incertidumbre es la fortaleza en la que nos refugiamos.

La cosa es así: El capitalismo ha triunfado y el dinero, antes que ninguna otra cosa, es la argamasa del mundo. Luego, hay grandes corporaciones multinacionales que controlan la economía a nivel mundial. Luego, hay una suerte de asociación entre el poder y la ciencia, es decir; estos monopolios económicos dependen de los avances científicos y viceversa. Por lo tanto, los científicos son codiciados por la gente que controla el mundo porque el conocimiento que poseen o que pueden desarrollar en un ambiente propicio, puede, finalmente, definir el mundo. Por descontado, esto supone un gran problema ético que acaso es el gran tema del CyberPunk como subgénero.

En Hotel New Rose, el cuento de William Gibson, se conocen como Zaibatsus a estas mega corporaciones que terminan decidiendo el futuro de la civilización. Fox es un hombre clave de la guerra de cerebros, un intermediario de traspasos empresariales (una suerte de espía que consigue los mejores científicos, al mejor postor). El narrador, que nunca revela su nombre, se enamora de Sandii, hija de un ejecutivo de Tokio, proscrito por la Hosaka, la más grande de todas las Zaibatsus.

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Fox persigue a los ingenieros genetistas y estudia minuciosamente sus movimientos y trayectorias, ya no por obligación, sino por placer. La admiración que siente por los científicos es genuina, el placer se mezcla con el trabajo. Esto es importante: constantemente se borran los límites entre lo privado y lo público. Entre la objetividad profesional y la subjetividad emotiva.

Hiroshi Yomiuri es una rareza dentro de los raros, una anomalía, un científico excepcional. La empresa que posea sus favores sabe que apuesta por la verdadera vanguardia. Por lo tanto, obtener esos favores deviene en negociaciones multimillonarias. La Hosaka les paga muchísimo dinero a Fox y su socio (el narrador en el cuento de William Gibson) sólo por intermediar para que Hiroshi Yomiuri trabaje para ellos. La parte complicada es que la diferencia, en esos niveles de abstracción y exageración, no se establece con más dinero, sino con cuestiones más abstractas como, por ejemplo, la felicidad que acaso puede proporcionar el amor, que los socios quieren lograr a través de la intermediación de Sandii, quien trabajando como prostituta. A través de ella, Fox y su socio consiguen que Hiroshi Yomiuri se convenza de trabajar para Hosaka. Sin embargo, luego la cosa se echa a perder, acaso por culpa de Sandii.

Creyeron que Sandii era apenas un eslabón en un plan minuciosamente trazado, pero luego resultó que no. De una manera compleja y enrevesada, aquí la trama se bifurca y explica bajo el tópico del cazador cazado. Aunque Fox creyera que estaban utilizando a Sandii para sus fines, fue al revés. La Hosaka supone que han sido traicionados por Fox. Todos los grandes científicos de la Hosaka mueren, en lo que parecería ser una guerra bacteriológica. Quizás, planificada por la mega-corporación llamada Maas, la competencia de Hosaka. Todos mueren, incluyendo a Hiroshi Yomiuri. El narrador se refugia en el New Rose Hotel. Deduce que Sandii estaba asociada a Maas. El amor del narrador por Sandii es tan grande que no le importa haber sido traicionado. Sólo desea poder estar con Sandii una vez más.

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Detalle más, detalle menos, este resumen argumental sirve tanto para explicar la trama del cuento de William Gibson como la adaptación cinematográfica de Abel Ferrara. Desde luego, es una tontería contar el argumento de una película, a menos que se trate de un argumento enrevesado. Entonces ya no es tan innecesario contar el argumento. Por el contrario, sirve para establecer un punto de partida, para corroborar que los juicios de valor sobre la película no están malogrados por su ininteligibilidad. De hecho, la película tuvo (y aún tiene) muy malas críticas y yo sospecho que, en gran parte, es pura y exclusivamente porque no ha sido comprendida. Y no me refiero a una incomprensión relacionada con una discrepancia estética, sino con la simple incomprensión de su argumento.

Por lo demás, en lo que respecta específicamente a su adaptación cinematográfica, queda claro que se trata de un ave raris sólo con prestar atención a la secuencia de títulos. Las imágenes tienen la textura de fotografías viejas, con ciertas reminiscencias al film noir, mientras los créditos aparecen expresados con letras japonesas y suena música electrónica. Es decir, una amalgama singular que sólo tiene sentido en retrospectiva pero que al principio produce una sensación de extrañamiento. Y es esa sensación de extrañamiento la que permanece a lo largo de toda la película, hasta el final.

La proximidad con el film noir reaparece en detalles, la textura de las imágenes y el timing con en el que Abel Ferrara resuelve la relación entre las mega-corporaciones y el espionaje. Digamos que el argumento que sirve de base podría haberse relatado con el ritmo y la impronta habitual de la estética y dinámica de la ciencia ficción, pero no encontramos nada de eso en New Rose Hotel. Por el contrario, los personajes actúan como mafiosos románticos, se habla de tráfico de tecnología como quien habla de tráfico de drogas. Los personajes son dados a la introspección y a la filosofía pero toman decisiones que bien podrían caracterizar a los mafiosos de una película de gángsters.

También hay una gran influencia de la estética del videoclip y del porno soft. Es imperdible la escena en la que Sandii (Asia Argento) canta una canción completa como parte de un espectáculo en el cabaret en el que Fox (Christopher Walken) y su socio (Willem Dafoe) la conocen.  Muchos colores rojos tenues. Mucha trasnoche y música lenta. Básicamente, un rejunte de géneros marginales y menores. Una película de amor inserta en una fantasía apocalíptica en la que el amor ha sido proscripto, construida con residuos de literatura pulp y de CyberPunk con visos poéticos.

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Fox le pide a su socio que le enseñe a Sandii a enamorarse, sin enamorarse él. El plan es que Sandii enamore a Hiroshi Yomiuri (detalle para nerds: el actor que lo interpreta es Yoshitaka Amano, famoso ilustrador japonés que, entre tantas cosas, trabajó con Neil Gaiman y diseñó a varios personajes de Vampire Hunter y de Final Fantasy). Sin embargo… ¿cómo enseñar el amor sin sentirlo realmente? ¿Dónde comienza y dónde terminan las emociones verdaderas y las simuladas? De hecho, en este punto es donde la película se justifica ampliamente dentro del subgénero CyberPunk, porque plantea la famosa dialéctica entre simulación y realidad, pero desde un abordaje inteligente y sofisticado.

Para terminar, cabe destacar que New Rose Hotel, incluso con sus anomalías y su enrevesado argumento, podía agotarse (y de hecho se agota) en la primera hora de película. La última media hora es una suerte de extenso epílogo, en el que varias escenas se repiten en loop sin ningún sentido en particular, excepto -tal vez- el de confirmar o repasar el argumento que acaba de contarse para atar cabos sueltos o para sobreexplicar las cosas. En lugar de resultar tediosa, esta última media hora es donde la película estalla en toda su libertad creativa. Como si, tras haberse despojado del peso de relatar el argumento, pudiera abandonarse al placer de contar con imágenes algo que no necesita explicación. O de contar dos y hasta tres veces lo mismo, sólo porque sí. Porque es un acto bello. El socio de Fox, entonces, se abandona a los recuerdos, repasa lo que hemos estado viendo como una suerte de delirio febril, como un abandono onírico. Y los espectadores también se extravían y quizás de eso se trata toda la película.

New Rose Hotel (EUA, 1998), de Abel Ferrara, c/Christopher Walken, Willem Dafoe, Asia Argento, Anabella Sciorra, 93′.

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