P.: ¿Y cómo hacer para participar en esa “fiesta”?
P.R.: …en el momento que esto suceda, le aconsejo dejar su vocación periodística en las boleterías para “perder la forma humana” de manera más adecuada.
Entrevista apócrifa a Patricio Rey, publicada en la revista Expreso imaginario en 1979.
Reivindico mi derecho a ser un monstruo. En el prólogo de El libro de los seres imaginarios, que Borges escribió junto a Margarita Guerrero, el escritor aclara que se han atenido a lo que inmediatamente sugiere la locución “seres imaginarios”, aquellos entes que la fantasía de los hombres ha engendrado a lo largo del tiempo y del espacio. Pero antes sugiere que el nombre de la compilación también justificaría la inclusión del punto y de la línea, de la superficie y del hipercubo. En este sentido, el asterisco también es un ser imaginario, un punto desmembrado, un animal que camina sobre la tierra con sus vísceras a la vista, un monstruo que ahora ha decidido salir a la calle y que, bajo la forma de un festival de cine, nos mira de frente.
La realización de este primer festival de cine LGBTIQ no sólo da cuenta de los logros obtenidos en los últimos años en materia de igualdad de derechos, sino que también confirma la visibilidad de una comunidad enorme que ya lleva muchos años librando batallas por el reconocimiento y la aceptación. Hace rato que no se percibía una vitalidad y un espíritu de libertad tan grande en un festival de cine como el que se vivió por estos días en el cine Gaumont y en las otras sedes. La gran cantidad de funciones a sala llena y a toda hora, son la prueba irrefutable de la necesidad de ver otra cosa. Y digo “cosa” por lo indefinible y a la vez concreto de una programación tan diversa como inabarcable. Tratar de adjudicarles un género único y encasillar a las películas exhibidas dentro de un formato compacto, clásico digamos, no sólo sería un error, sino también una limitación que el propio festival rechaza. En este Asterisco nadie sabe quién es quién y, al mismo tiempo, todos pueden ser todos. Por las noches nos resultó imposible saber quién era María y quién Freida, las gemelas protagonistas de Twins of evil; nunca supimos si la belleza vampírica que teníamos delante nuestro era Carmilla, Marcilla o Mircalla. Pasada la medianoche, una vez que el castillo de los Karstein se prendía fuego (y con él la pantalla), salíamos a la calle abrigándonos y cubriéndonos la garganta y el pecho. Las vampiras lesbianas de la Hammer nos enseñaron que a falta de cuellos, buenas son las tetas.
Ni varón, ni mujer. Las frases que abren cada uno de los párrafos de este texto pertenecen a una canción que las artistas trans Karen Bennet y Susy Shock interpretaron la noche de apertura del festival. Manifiesto breve y contundente sobre un/los modo/s de estar en el mundo, verbalización del cuerpo todo como identidad multiforme a la vez que singular. En el catálogo del festival, su directora artística Albertina Carri señala que, si bien se vive en un mundo que es un poquito mejor que ayer, el mismo aún se rige por una “organización binaria de género, una maquinaria que nos vulnera y nos ahoga”. Varias películas diron cuenta de esa asignatura pendiente y reclamaron por la necesidad de lo andrógino, por la necesidad de ser, a la manera de los cyborgs, criaturas compuestas de muchas partes, por la necesidad de vivir en el punto medio: desde Weiland Speck, protagonista de un corto de Rosa Von Praunheim y programador de la sección diversa en la Berlinale, quien aboga y reclama el reconocimiento de siete o más géneros, como lo hacían los pueblos originarios de los Estados Unidos, hasta los generonautas de Monika Treut, esos exploradores del género que, comandados por la diosa que habita en los cables de la comunicación, Sandy Stone, navegan el mar del deseo y la identidad.
Lo intersex, lo trans, lo queer, la piel que uno habita y el control (provisorio a veces) sobre la propia carne, como la forma más libre e intensa de cruzar/atravesar la representación binaria. De eso hablan los Generonautas de Treut tanto como los personajes de Von Praunheim, que son lo que son, pero que conservan aquello que fueron, y que viven el sexo y el género como un estado del ánimo y del cuerpo siempre cambiante. Max Valerio fue antes Anita Valerio. Hoy es Max, pero conserva aquello que Anita tenía de vital. Texas Tomboy es Texas, pero también hablan de él como si fuera ella, y de ella como si fuera él. Edith es Edith de Berlín, hombre y mujer simultáneamente, pero también es Marion Crane en Psicosis, también es Dj y Drag Queen por las noches.
Esta película de 150 horas realizada en found footage que es, en palabras de Carri, el festival Asterisco, está protagonizada por personajes que fueron, que son y que todavía pueden ser.
Ni XXY, ni H2O. Las películas del festival Asterisco exhiben su cuerpo desnudo sin tapujos y de manera frontal. Lejos están de la calma, blanda e incolora que puede resultar el agua, elemento vital pero al mismo tiempo invisible. Mucho más lejos están aún de ocultar lo monstruoso de los cuerpos, aquello que los embellece y los vuelve piezas únicas. Las películas del festival Asterisco son lo contario a la ópera prima de Lucía Puenzo, que llevaba por título el XXY que encabeza este párrafo. Porque si allí lo extraño, lo anormal, lo que no debía estar era ocultado desde un principio, presentando al personaje hermafrodita de Inés Efrón en el sótano, y luego negándole a puro corte y efecto su naturaleza, aquí lo diferente es lo que se reivindica y se celebra. Allí está la exposición fotográfica en plano detalle de distintos tipos de conchas que Laura Merrit ofrece en su casa: “la creación más grande del universo”, dice un visitante de la muestra. También hay almohadas con forma de vulva y cortinas hechas con conchas marinas. Por ahí también están Texas Tomboy saltando al vacío y Valerio -primero Anita y después Max- desafiando, en planos distintos en el tiempo pero iguales en su forma de enfrentar al mundo y sus convenciones, a golpes a la cámara.
No hay nada que ocultar ni formas que cuidar. Las películas del festival Asterisco muestran lo monstruoso con orgullo; tanto en su forma como en sus traducciones. En una decisión notable, las personas encargadas de subtitular las películas (Copia Cero) eligieron dejar de lado la neutralidad dialéctica a la que nos tiene acostumbrados la cartelera y optaron por un lenguaje directo, crudo y cercano, que se corresponde con el habla de los protagonistas de cada película. Por eso allí donde un personaje dice “dick”, el subtítulo no dice pito ni pene, sino “pija”; por eso cuando alguien dice “pussy”, el subtítulo no dice vagina sino “concha”; por eso cuando alguien dice “blowjob” no se traduce por sexo oral ni fellatio, sino por “pete”; por eso cuando Von Praunheim le pregunta a Volker sobre su vida sexual, lo que leemos es “¿Así que te cogió de una?”, y no si «tuvo sexo» o «hizo el amor» con alguien. En las películas del festival Asterisco se coge, y de una. Se coge como loca, como Eva Love, otra de las criaturas que habitan el mundo “rosa” de Von Praunheim.
Este primer Asterisco es un evento fundamental, un hecho trascendente, un festival de cine que nos interpela y nos mejora como sociedad. Lejos de la falsedad de los protocolos y las ceremonias artificiales, lejos de los intereses partidarios y las imposturas, lejos del mero panfleto, estos días de convivencia en libertad y de diversidad en las formas de relacionarse, dieron cuenta de un festival hecho con pasión y compromiso, con sinceridad y convicción, y demostraron una vez más que el cine sigue siendo la herramienta más poderosa para decir y mostrar las cosas que importan y que merecen ser debatidas. Para cambiar y mejorar, para aceptar y aceptarnos.
Este Asterisco, este ser imaginario, es ahora un monstruo visible y palpable, una cosa concreta que no teme mostrarse a plena luz del día, a pesar de lo indefinible de su forma y de las impresiones que pueda causar. Es un monstruo que ha abandonado el laberinto para siempre. La calle ahora es su casa. Pero no hay que tenerle miedo; mejor mirarlo a los ojos y, llegado el caso, abrazarlo con ganas.
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