Los ojos útiles. De un soneto alejandrino que intenté garabatear cuando era pibe y destruí poco después tras fracasar estrepitosamente, conservo en la memoria una línea de la que no consigo desprenderme (“los ojos útiles de Borges sobre un libro”) y que confirma tanto mi deficiente matemática métrica como la potencia visual de la imagen que la inspiró, una de esas fotos en las que puede verse la cara del viejo prácticamente pegada a la página de un libro que procura leer pese a todos los impedimentos físicos. Aunque quizás no sea la fotografía de Borges sino una instantánea mental de mi abuelo materno, Atilio Marinacci, quien nació y vivió en un pueblo de la provincia de Buenos Aires llamado Polvaredas y que, a fuerza de estudiar por correspondencia, se ganó la vida como mecánico y gustaba de conversar atinada y serenamente con quien fuese y sobre lo que fuere. Todavía recuerdo el placer con que esperaba los viajes mensuales desde la Capital, no sólo por vernos sino también para abalanzarse lupa en mano sobre cuanto periódico, libro o revista le lleváramos. También recuerdo que caminaba con las manos agarradas en la espalda, como Nanni Moretti en sus películas.
Haurou-ki (Lonely Lane, 1962) es un biopic de Mikio Naruse sobre Fumiko Hayashi, una escritora japonesa que se ganó un lugar en el panorama literario de su país desde la nada. Para no seguir siendo vendedora ambulante junto con sus padres, a mediados de la primera mitad del siglo pasado se muda sola a Tokio. Trabaja en lo que sea, convive con los hombres que ama, la mayoría de ellos mucho más débiles y menos audaces que ella, y mientras tanto escribe y escribe y escribe hasta que consigue ser publicada, disfrutando finalmente del reconocimiento necesario como para llevar una vida económicamente cómoda. La película de Naruse despliega una practicidad que la aleja de la mitificación con que el cine se acerca a la figura del artista (no se concentra en su escritura, sino en su manera de ganarse la vida, en el día a día económico del personaje, en la relación cotidiana con sus parejas, en el modo en que el dinero condiciona a hombres y mujeres) y filma todo el tiempo a Hideko Takamine, quien trabajó bajo sus órdenes en una veintena de películas, y es una de las más grandes actrices de la historia del cine. Decir que lo hizo ‘a las órdenes’ de Naruse es un lugar común, a juzgar por lo que ella misma ha dicho sobre la casi completa carencia de instrucciones por parte del director durante toda su relación profesional. Lo cierto es que su desempeño y la película son elocuentes, entre otras cosas por la miopía del personaje, que actriz y director caracterizan con un sentido del humor invencible, y cuya dificultad óptica condicionan la composición del plano y nuestra relación de afectuosa incomodidad con la película.
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