Todo lo que está destinado a perdurar y lo que está destinado a extinguirse. El arte como una necesidad efímera y vaporosa. Eufemismos para designar otros nombres del amor, que también son los nombres de la memoria. Somos el resultado de una recolección y selección de datos. Información que somos capaces de retener y que, eventualmente, olvidamos. ¿Podemos describir el dibujo en el firmamento de la sombra que proyecta un águila en su vuelo? No podemos, no deja huella.
Sin proponérselo, Escuchar a Dios es un documental sobre los mecanismos de la memoria, de la invención y del recuerdo. Si lo pensamos un poco, la realidad no es nada en sí misma. Un sonido que nos remite a cosas imprecisas. Balbuceos. Sin embargo, de una manera un tanto mágica y misteriosa, las cosas finalmente adquieren sentido, luego de ensayar variables lingüísticas y fonéticas.
Dios fue una banda de culto de los 90, en tanto repitamos que Dios fue una banda de culto de los 90. La historia no nos precede. Es necesario construirla. Y en esa construcción, siempre hay un resquicio para la magia. Si quisiera hablar sobre el rock under de los 90´s, sólo se me ocurriría una cosa: exponer un montón de palabras, más o menos hiladas con cierto orden, que acaso nos den una idea (siempre aproximada) de una verdad inatrapable. Exponer sensaciones como quien exhibe una serie de fotografías acaso relacionadas entre sí. La narración de los hechos, el argumento de los fenómenos acaecidos, corre por obra y gracia de la imaginación y perspicacia de cada uno.
Todo es posible al evocar el pasado, porque el pasado es una materia sin forma. A menos, claro está, que nos remitamos a las pruebas. Archivos de imágenes, grabaciones, declaraciones de primera mano que testifiquen que las cosas son como se dice que fueron, con más o menos cierta fidelidad. Para poder entrar, luego, en la pantanosa pero siempre interesante discusión del alcance del cine documental.
Pero, ¿qué es lo que convierte a Escuchar a Dios en baluarte del género? Al evocar y concentrarse en una banda cuya naturaleza misma tiende a ser evasiva, activa un mecanismo cuya fórmula se repite en todos los movimientos de vanguardia, desde dadá hasta el presente: la estética y el magnetismo de lo secreto, de lo oculto. El romanticismo de las minorías incomprendidas y visionarias. La estética de los malditos. Pero más interesante aún es pensar cómo dialoga ese mecanismo con las ventajas y posibilidades de la difusión masiva que nos brindan las nuevas tecnologías.
Hay una evidente fractura de sentido entre la ambición de las bandas contemporáneas que persiguen con obstinación la popularidad y el rechazo a la difusión tecnológica que, casual o intencional, envolvió con su manto oscurantista a los 90´s. El milagro no es que haya existido una banda como Dios. El milagro es haber contactado con las personas que la recuerdan. El milagro es que existan registros de video, archivos de imágenes, testimonios. De ese milagro habla este documental.
Si uno googlea un poco (la maldición de la banda ya aparece desde el nombre, tan difícil de rastrear con los habituales motores de búsqueda) encontrará con frecuencia que se destaca la originalidad de Dios. Me permito cuestionar dicha originalidad. Es decir, en un sentido abstracto y general, todas las bandas son únicas e irrepetibles, como cada ser humano lo es. Sin embargo, en lo que respecta a cuestiones concretas, como son la metodología que aplicaron a la formación de su estilo, yo no veo originalidad y aclaro que esa falta de originalidad no es un defecto. Más bien diría que, en retrospectiva, termina siendo una virtud.
A los muchachos pobres no nos queda más remedio que la vanguardia, dice un personaje de Roberto Bolaño.
Si uno era aficionado a la música y tenía la desgracia (o la fortuna) de no tener formación académica, ni dinero para tomar clases, ni una familia que te aliente en tu formación profesional, con frecuencia la consecuencia era que toques mal y que lo supieras y que no te importara nada. Y es más fácil tocar el bajo que la guitarra y es más fácil crear climas que componer canciones y es más fácil recitar (o gritar) que cantar. Definitivamente, insisto en que la originalidad de Dios no era que fuese un trío y que no usaran guitarra, ni que recitaran en lugar de cantar, ni que tocaran incorporando sonidos disonantes en sus melodías. Por el contrario, yo creo que existió cierta tendencia a realizar las cosas de ese modo. Sin ir más lejos, hay algo de ello en el punk de la vieja escuela.
Lo original de Dios era la visión deforme y extraterrestre que tenían las letras de Pedro Amodio sobre la realidad más inmediata. Ese cruce de género entre lo barrial y la sensibilidad existencialista. O quizás ni siquiera era eso. Si es cierto que fue una banda absolutamente irrepetible yo creo que es, precisamente, porque hizo algo que ninguna de las miles de bandas similares que existieron entonces consiguió. Me refiero a que se las ingenió para perdurar. Y este documental es un testimonio de esa operatoria. De nuevo: no es que no haya habido bandas como Dios. Lo que pasa es que todas las bandas que ensayaron formaciones y ambiciones similares, estaban destinadas de una manera lógica y natural a su propio fracaso. Lo que solía ocurrir con el under del under era que las bandas prosperaban o se extinguían. Las que consiguieron, por la razón que sea, perdurar en el tiempo y en la memoria, esas son las más raras y el hecho de que ahora podamos contar su historia es lo que vale la pena.
Todo lo que está destinado a permanecer oculto y sale a la luz se vuelve algo fascinante. Tanto da si nos causa terror o adoración. La cuestión es que pocas bandas (digamos por extensión que pocas obras de arte) consiguen franquear ese umbral. La mayoría se consagran o se olvidan. Dios consiguió perdurar en su malditismo y este documental da cuenta de ello con gran acierto y gracia.
Escuchar a Dios (Argentina, 2013), de Mariano Báez, c/ Tomás Nochteff, Pedro Amodio, Javier Aldana, 100′.
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