“Casa paloma caída en la noche de la sin razón,
de temblor de pájaros y llantos de niños”
Nelly Llorens.
Valentina Llorens, la directora de esta película, nació en 1975 en cautiverio, mientras su madre Fátima estaba detenida debido a su militancia política, a instancias de los operativos paramilitares previos a la dictadura más oscura que sufrió nuestro país. Vivió en la cárcel de Mendoza junto a su madre hasta cerca de cumplir el primer año de vida y luego fue criada por sus abuelos Tian y Nelly Llorens en Córdoba. Su madre fue liberada, pero al tiempo los militares volvieron a buscarla. Decidió entonces pasar a la clandestinidad, exiliándose en Suecia y retornando al país con el advenimiento de la democracia. En este contexto, la opera prima documental de Valentina Llorens, La casa de Argüello (2018), es un intento de recuperar la historia familiar, de situarse en la genealogía de la familia y de retomar el tiempo interrumpido en la relación con su madre.
El documental se plantea de entrada en una primera persona, la de la directora, que en el año 2000 (tras regresar de un viaje, separarse de su novio y comenzar a estudiar pintura) comienza a filmar haciendo foco en la historia de su abuela Nelly (madre de Plaza de Mayo), sin un objetivo demasiado claro.
Nelly, junto a su esposo, crió a sus hijos en una casa en Argüello (Córdoba). Siendo los hijos militantes políticos del PRT, sufrieron la persecución sistemática de fuerzas paramilitares y militares que incluyó incontables allanamientos, reiteradas detenciones de sus hijos, el asesinato de uno de ellos en el monte tucumano, la desaparición de su hijo Sebastián, e incluso la detonación de una bomba que destruyó su vivienda completamente.
En este marco, la cámara nos permite conocer a una abuela Nelly, oriunda de Santiago del Estero, que con su vitalidad, con sus actividades en grupos literarios, sus vidalitas y sus anécdotas de los años de amargura vividos, se vuelve un personaje sumamente interesante. Una mujer muy especial, que supo mantenerse en pie a pesar del horror padecido, porque revela en su vida una singular disposición para la poesía, de la cual dan cuenta los bellos versos que escribió después de la voladura de su casa en Argüello.
El momento en que la abuela Nelly filma a Valentina en medio del paisaje serrano anticipa un cambio. Nelly dejar de ser el foco del documental para pasar a ser Valentina misma, doce años después (2012), casada y con dos hijos (Frida y Lorenzo), la narradora y la protagonista del film. Valentina rastrea la genealogía familiar, intenta achicar el abismo que la separa de su madre y busca inscribirse en una filiación, porque al haber sido criada por su abuelos se le vuelve confusa su posición en esa familia.
En medio de esto, el azaroso hallazgo de los huesos del hasta entonces desaparecido Sebastián por parte de una familia que buscaba construir en un terreno en el Conurbano bonaerense, marca todo un acontecimiento para la familia Llorens. Sus restos son devueltos a la familia para darle digna sepultura.
El pasaje del estatuto jurídico de desaparecido al de asesinado es un acto fecundo en sus consecuencias para la familia. Es un pequeño triunfo que, al destituir la muerte simbólica que implica la figura del desaparecido (al no permitir la inscripción de su muerte) como parte del plan sistemático de exterminio del genocidio militar, permite a sus familiares hacer el duelo por la muerte y, a la vez, abre la pregunta por el lugar en la serie de las generaciones.
En las imágenes del acto de sepultura de Sebastián, se deja ver por primera vez Fátima, la madre de Valentina, con quien la separa una hiancia no sólo física (Fátima vive en Córdoba, mientras que la directora en Buenos Aires), sino también verbal, desde hace varios años. Fátima nunca pudo hablar con su hija acerca de cómo fue su infancia, su juventud, tampoco sobre su amor por el padre de ella ni sobre su militancia. Este silencio crea un agujero en la filiación, que Valentina rellenó a la largo de los años como pudo. Pero la palabra materna le acercaría elementos para escribir una novela familiar.
A lo largo del documental, la directora crea una trama plástica a partir de la mixtura de distintos materiales: filmaciones de las diferentes temporalidades que atraviesa el film, fotografías de los años setenta, filmaciones actuales a las que se agrega la textura de fílmico, los dibujos que su mamá le enviaba desde la cárcel y los dibujos que realiza ella en el presente del relato. El documental todo puede leerse entonces como el esfuerzo de Valentina, como bien dice ella, de captar la textura de los años en que su mamá no estuvo con ella y de inscribirse en la genealogía de las mujeres de la familia. Y es desde esta inscripción que puede así incluir (desde la transmisión que implica el documental en sí mismo) a su hija en esta serie femenina.
La filiación está ligada a la función paterna (entendiendo esta función no necesariamente encarnada por el padre biológico, ni por un hombre). Del padre de la directora solo sabemos que durante sus años de clandestinidad, alguna vez lo visitó en México. Pero el documental de Valentina está dedicado al abuelo Tian, que es de quien toma el apellido, al nacer en cautiverio, y posiblemente quien haya operado como padre para ella durante sus primeros años. En este punto, recuperar la palabra de Fátima, su madre, sobre aquellos años oscuros, se vuelve crucial para Valentina para inscribir la diferencia de generaciones. Y, poco a poco, las palabras de Fátima llegan y se puede recuperar de ella tanto su espíritu sensible y generoso para con los humildes y desdichados, como la valentía de su decisión de no ceder terreno a los monstruos genocidas, aún a costa del dolor de la separación.
La voladura de la casa de Argüello, conforme avanza el film, adquiere el valor de un símbolo icónico y potente en sus resonancias. Porque se trata del derrumbe de los sueños de un país diferente (que esa casa cobijó) y también de la dispersión fragmentaria de las piezas de la historia de la familia. En este sentido, Valentina procede como una suerte de arqueóloga que busca recomponer las piezas del rompecabezas de la novela familiar para hallarse a sí misma. No es casual que sea Valentina y su hija Frida, con sus insistentes preguntas (como lo fueron siempre las abuelas y madres de plaza de Mayo), las que busquen la verdad de lo acontecido. Es que hay una relación estrecha entre lo femenino y la verdad, porque está más dispuesta a poner en cuestión los saberes del amo de turno. Y, por supuesto, como todo lo que está roto, en el recorrido que hace Valentina entre el testimonio de su abuela y el de su madre Fátima, algo se recupera pero siempre faltan piezas, quedan huecos, hiancias, cicatrices que no se pueden suturar. Porque el horror de la humillación y la tortura y el dolor desgarrador de las separaciones y las pérdidas no pueden ser dichos sino a medias. Un desafío importante de este documental, por la dureza de la historia familiar, es cómo cuidar la frontera entre lo íntimo y lo público, evitando el empuje a la pura catarsis, la caída en golpes de efecto o en pasajes que se vuelvan obscenos. Es en este punto donde Valentina se capta conectada al río de la vida que emana de su abuela. Porque de lo indecible del horror, del dolor de los años perdidos, sólo se puede hacer poesía. Y este es precisamente el valor de La casa de Argüello, trascender el relato anecdótico o testimonial de los hechos al modo de la reconstrucción periodística, para transformarse por pleno derecho en una experiencia estética capaz de resonar en relación a las ausencias irrecuperables de cada espectador.
Calificación: 7/10
La casa de Argüello (Argentina; 2018). Dirección: Valentina Llorens. Guion: Leonel D’Agostino. Duración: 82 minutos.
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