El plano general nos muestra un enorme y suntuoso palacio con un amplio parque. Se trata del Instituto Baratta, una prestigiosa residencia geriátrica en la zona de Lombardía, en cuya administración toma parte la iglesia católica. Allí llega la joven Nina (Cristiana Capotondi) junto a su hija Caterina, de edad escolar, para entrevistarse con el jefe de personal, el padre Roberto Ferrari (Bebo Storti). Nina es aceptada para ocupar un puesto temporario durante el verano como empleada doméstica de los ancianos, pero se le anticipa que si trabaja bien podrá ser tomada de manera permanente. Nina es madre soltera. Caterina es fruto de una relación que llevaba pocos meses y de la cual el hombre se desentendió al saber del embarazo. La protagonista ha criado sola a su hija y su situación económica es precaria. Por ello, acceder al trabajo en el instituto geriátrico es un alivio por los beneficios sociales que incluye. No obstante estar actualmente en pareja con Luca (Stefano Scandaletti), quien trabaja en Milán y le ha ofrecido mudarse con él, la protagonista decide mantener su independencia económica. En esta entrevista, el cura ya presenta una actitud prejuiciosa y despectiva, tanto respecto a su condición de madre soltera como a sus uñas pintadas. Madre soltera y uñas pintadas son signos de pecado para la Iglesia, pero nosotros podemos pensarlos como signos de lo femenino en tanto mujer que seduce, que causa el deseo del hombre y disfruta del sexo con él; fuente de fascinación y angustia a la vez. Este comienzo de El valor de una mujer (Nome di donna, 2018) del director italiano Marco Tullio Giordana, ya sitúa claramente el lugar de la protagonista en ese contexto.
Todo va muy bien para Nina en su nuevo trabajo, sus compañeras la reciben bien y hasta la invitan a formar parte de las reuniones informales que organizan fuera del horario laboral. Pero, a poco comenzar sus labores, un hombre trajeado la observa desde una ventana, en lo alto del edificio, mientras ella realiza sus tareas en el parque del jardín. Esta decisión es interesante, porque sitúa una diferencia de poder tanto en la jerarquía institucional como económica entre ambos personajes. Se trata del director del instituto, el doctor Torri (Valerio Binasco), quien un día le hace saber, a través de su secretaria, que la espera en su oficina luego de su horario de trabajo. Tanto la secretaria como sus compañeras no dicen palabra respecto de porqué la requeriría el director en esa circunstancia. Nina llega a la cita con retraso por una demora en su trabajo, y el doctor la rechaza por haber asistido con su ropa de calle e insiste en que se presente al día siguiente, al mismo horario con su uniforme.
Casi al mismo tiempo de la reunión frustrada comienzan las murmuraciones entre sus compañeras. Y María le reprocha a Nina su decisión de ser una mujer independiente, punto que expresa el juicio despectivo y el rechazo de lo femenino en las propias mujeres. Juzgando a otra mujer como ligera o puta, por no optar por el rol de la esposa, María no sólo rechaza lo femenino que representa la otra mujer, sino lo femenino en ella misma.
El detalle de la mención a su uniforme ya dice algo, aunque Nina no lo note. Cuando llega al día siguiente a la oficina del doctor Torri, él insiste en que se ponga cómoda y se relaje. Poco a poco la acorrala, bajo el pretexto de que conoce su dura vida como madre soltera, y le asegura que él puede ayudarla. Nina lo aparta con fuerza y escapa. Se trata de una clara situación de abuso laboral, donde desde el lugar de poder, el consentimiento al acto por parte de la mujer, es tomado como condición para lograr un ascenso laboral, así como el rechazo es fuente de consecuencias negativas para la víctima. La insistente mención a que se presente con uniforme de mucama da cuenta de la modalidad fetichista de elección de objeto del doctor Torri: una mujer de clase inferior y vulnerable es condición erótica para su deseo. El encuentro se expresa en términos de dominación, donde la mujer es un puro objeto de uso, cuyo consentimiento no importa y que es tomado para su propia satisfacción y para confirmar y reforzar su virilidad. El doctor Torri encarna una típica personalidad narcisista (que se hace llamar doctor cuando es en realidad un contador) y psicópatica, que se presenta como un lobo disfrazado de cordero: hacia afuera agradable, respetuoso y defensor de los derechos de las mujeres con el fin de ganarse su confianza, pero que en la intimidad las trata de manera degradada y agresiva.
Otro punto interesante y típico de estos casos, es el de endilgar la culpa a la mujer por ser causa de deseo, que se expresa cuando Torri dice: “Mira qué cosa me estás haciendo (en alusión a su erección), mira qué cosa me estás haciendo hacer (en alusión a abalanzarse contra el cuerpo de ella)”. Aquí es clara la posición machista que no soporta la pasividad que todo hombre experimenta frente a la causa de deseo que es la mujer y, por lo tanto, responde culpabilizándola como modo de recuperar su posición activa de macho dominador.
Consumado el abuso, la película despliega el difícil y largo camino de la víctima a partir del día después. No tanto a nivel psicológico, como a nivel laboral, social y judicial a partir de la estigmatización y revictimización producto de realizar la denuncia pública. Aquí es donde el título en español «El valor de una mujer» es acertado y encuentra toda su resonancia. Tomar la decisión de avanzar en estos procesos requiere mucha fortaleza psíquica para la cual la víctima debe realizar un proceso para prepararse y bancar las consecuencias que se derivan de dicha decisión.
La narración de la película es lineal, con pequeños flashbacks de cada una de las compañeras con las cuales interactúa Nina hacia a la puerta de la oficina del Dr Torri, dando cuenta así de que el abuso sexual del doctor para con Nina no se trató de una situación puntual, sino de modus operandi a repetición que ya arrastraba con la empleada doméstica de su domicilio y que continuó realizando con empleadas con distinta función en del instituto. Incluso tampoco puede pensarse como un impulso del momento, en tanto teje toda una red de encubrimiento (monta la escena con su secretaria como testigo de verse por primera vez a plena luz del día), descalificación (¿quién creería en su testimonio cuando él es un hombre amable, culto y generoso con sus empleadas?) y manipulación (amenaza a Nina con el sufrimiento de su hija a partir de las habladurías) a las que puede acceder desde su lugar de poder. A lo que se agrega la complicidad de la iglesia católica que elige hacer la vista gorda por conveniencias económicas.
En el instituto, Nina se gana el afecto y la confianza de Inés (Adriana Asti), una paciente, antes actriz de trayectoria y admiradora de Giorgio Strehler, Luca Ronconi y Luchino Visconti, cuyos retratos venera en la mesa de luz. Inés se preocupa por Nina con una actitud maternal. Ella es la aliada que la escucha, que le da el empujón para que pueda realizar la denuncia por abuso laboral en el Sindicato y le brinda su apoyo durante todo el proceso, alentándola a que busque a una empleada que antes que ella había denunciado abuso laboral, pero que desapareció abruptamente del instituto.
No sin dudas, temores y discusiones con su pareja (que prefiere que se no se exponga y deje el trabajo); Nina decide pelear con coraje, a pesar de los riesgos, ya que es allí donde puede recuperar su dignidad como mujer. Avanza entonces con la denuncia contra el doctor Torri en los tribunales. A partir de aquí Nina debe lidiar con varios frentes. Por un lado, con el manto de silencio que la cofradía de empleadas ponen sobre este delito, sea por considerarlo natural a este tipo de trabajos de servilismo respecto de alguien que consideran superior, sea por temores de las consecuencias laborales por denunciarlo, así como también con la poca solidaridad de las compañeras que le hacen el vacío, la amedrentan o la difaman. Sobrevuelan los efectos del patriarcado en las mujeres mismas en cuando descreen de lo denunciado por Nina o en el prejuicio culpabilizador de ser causa del abuso al son de “por algo le habrá pasado (es decir porque lo quiso)”. Por otro lado, enfrenta las represalias por parte de la institución: ser cambiada al turno noche, teniendo una hija pequeña; ser denunciada por difamación y ser sancionada con un mes de suspensión sin sueldo. La posición de la institución es castigar a la víctima por haber osado hablar, más que instar al posible agresor a someterse a la justicia y responder por sus actos, el cual sigue en su puesto sin sobresaltos, como si nada hubiese sucedido.
También Nina debe soportar la re-victimización de una justicia sin perspectiva de género y corrupta, que primero desestima la demanda bajo pretexto de proteger la reputación del acusado y de una institución que considera intachables, que recién reabre la causa en los tribunales a partir de la presión pública cuando se filtra la información en la prensa a partir de una cámara oculta, que luego busca desacreditar su denuncia por haberla realizado un mes después del hecho, sin considerar su situación de shock que dicta en la primera instancia una sentencia mínima comparada con el daño ocasionado, y que somete a la víctima a apelar y a esperar una año más, para obtener una sentencia justa, que incluya también al eclesiástico jefe de personal. Todo el armado judicial apunta al desgaste y al debilitamiento anímico de la víctima tanto en cuanto a la exposición de su privacidad como a los largos tiempos de sus procesos.
Todo este largo y tortuoso periplo que debe transitar la protagonista hasta recuperar su dignidad se explica por el título del film en italiano: Nombre de mujer. Titulo interesante. Se trata de la nominación que tiene la causa legal, el cual al no especificar un nombre concreto da cuenta de varias cuestiones. Por un lado, de lo femenino como innombrable en tanto otro, en tanto enigma angustiante y que como tal sólo puede decírsela difamándola, o culpabilizándola en tanto “puta”, “zorra”; dando cuenta del rechazo o la represión de lo femenino en cada hombre y mujer. Y, al mismo tiempo, de cómo esa inscripción, ambigua y casi poética, en tanto sentencia que sienta un precedente en el marco de la ley; le permite acceder a Nina a una nominación que da cuenta del advenimiento de una posición más digna en tanto mujer que decide no consentir a ocupar el lugar de objeto encorsetado en las inclinaciones perversas del hombre.
En el marco de conocerse el pedido de captura de Juan Darthés en la causa por violación a Thelma Fardin por parte de la justicia de Nicaragua; y de los dichos de la también denunciante Calu Rivero expresando que esta noticia la hace sentir “más digna que nunca”; es evidente que El valor de una mujer resuena con la nueva ola del movimiento feminista y que retrata acertadamente cómo todavía se debe trabajar arduamente para deconstruirr la pregnancia que tiene (tanto en hombres como en mujeres) la maquinaria de la cultura patriarcal que inferioriza y cosifica a la mujer en los ámbitos laborales. El problema de la película de Tullio Giordana es que no va más allá de los estereotipos ni profundiza más hondamente en la problemática, perdiendo fuerza dramática. Además, carece de ideas visuales interesantes o innovadoras que acompañen el contenido, elevando su valor artístico. En suma, se trata de un film políticamente correcto, que logra hacerse eco de un estado de situación de la época, pero que podría haber sido mejor aprovechado.
Calificación: 6.5/10
El valor de una mujer (Nome di donna, Italia, 2019). Dirección: Marco Tullio Giordana. Guion: Marco Tullio Giordana, Cristiana Mainardi. Fotografía: Vincenzo Carpineta. Edición: Claudio Misantoni. Elenco: Michela Cescon, Cristiana Capotondi, Valerio Binasco, Stefano Scandaletti, Bebo Storti, Laura Marinoni. Duración: 91 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: