En el comienzo de La conferencia tenemos el primer plano de una mano que dispone carteles con la ubicación de los invitados en una mesa de reunión. El orden y la organización son detalles no menores, sobre todo cuando luego sepamos que el rostro que se corresponde a esa mano es el de un joven Adolf Eichmann (Johannes Allmayer). La voz en off nos sitúa en Berlín, en el invierno bélico de 1942, en una etapa crítica de la Segunda Guerra Mundial para Alemania: Estados Unidos ya entró en la contienda y la contraofensiva rusa se ha hecho más dura. En ese momento, en una mansión cerca del lago Wannsee, Reinhard Heydrich (Philipp Hochmair), el jefe de la SS del Reich, convoca a una reunión a los principales jerarcas de la SS, del Partido Nazi y de la Administración Ministerial para discutir como orden del día la llamada “Solución Final a la cuestión judía”. La conferencia (Die Wannseekonferenz, 2022), dirigida por el realizador alemán Matti Geschonneck, es la ficción histórico-política de lo que pasó a la historia como “La conferencia de Wannsee”.
Lo que sigue es la llegada de cada uno de los invitados, las presentaciones, el juego de alianzas y envidias, en la previa; para luego entrar de lleno a la reunión en cuestión. El marco del gélido y gris invierno, la penumbra de la mansión y la paleta de colores fríos en la gama del gris, el verde musgo y el azul, dan cuenta de la asepsia y el formalismo burocrático con que es tratada la denominada “cuestión judía” por cada uno de los participantes, al tiempo que la amplitud y la opulencia de la mansión contrastan con las condiciones que se refieren a la situación presente de los judíos en los guetos: hambre y hacinamiento.
De entrada ya resultan chocantes -conociendo los resultados de esta reunión-, los eufemismos reiterados a lo largo del film en boca de los diversos asistentes: “cuestión judía” y “solución final”. Pero son claves para entender porqué se pudo hacer lo que se hizo: deportar, a través de una aceitada logística, a millones de judíos en trenes hacia su destino final en los campos de exterminio situados en el Este. Estos eufemismos ya apuntan a la deshumanización del judío, al despojo de las marcas identificatorias que permitan situarlo en el terreno de lo humano. Estas maniobras discursivas son necesarias para que sea posible cometer la atrocidad del genocidio de todo un pueblo. Tenemos entonces un primer movimiento: la segregación discursiva, mediante la cual constituir el conjunto de “todos arios” solo es posible a partir de la expulsión de quienes no lo son. Por eso en la primera fase, como se va develando en el intercambio que se da en la reunión, se apuntó a la emigración masiva y forzada de los judíos o a su apartamiento en los guetos.
Pero hay un segundo nivel en el que ya se trata de un discurso de odio, que apunta a eliminar el ser de aquel cuya manera diferente de gozar no tolero. En esta línea operan la metáfora higienista de la nación germánica como cuerpo biológico que debe ser saneado de sus agentes patógenos (no por casualidad la “solución final” es el exterminio mediante un producto controlador de plagas que en contacto con el aire se convierte en gas) y el reiterado tratamiento del problema judío en términos de una pura cantidad, de cifras numéricas (donde el papel de Eichmann en el film se vuelve central por su meticulosidad), del gasto económico que representa, ya sea en su manutención o en su reducción para el sostenimiento de la fuerza de trabajo necesaria para la fabricación de las armas en un momento tan crítico de la guerra.
El fanatismo redentor también es otro mecanismo propio del discurso totalitario, de allí que ninguno de los asistentes se oponga directamente a la “Solución Final”. Los participantes de la conferencia se creen destinados, por sumisión a la sugestiva e imperativa voz de mando del Fuhrer (lo que Hannah Aredt denominó banalidad del mal), a la misión mesiánica de eliminar a los elementos impuros de la sociedad bajo la égida de un plan de germanización pura de toda Europa. En ese sentido, el film crea y sostiene sus momentos de tensión y suspenso cuando aparecen ciertas voces disidentes, como la del Secretario de Estado Wilhem Stuckart (Godehard Giese), especialista en la elaboración de las Leyes judías del Reich cuando se trata la cuestión de los judíos mestizos, que parece sostener cierto orden de derecho, y la del Secretario de Cancillería Friedich Kritzinger (Thomas Loibl), quien introduce cierta cuestión humanística pero sólo respecto del efecto que tendría sobre los soldados alemanes la matanza masiva y reiterada de los judíos. Ambas posiciones se irán revelando como una apariencia de cuestionamiento. La primera porque obedece a motivos personales de puro narcisismo y la segunda porque revela su costado siniestro, al terminar siendo el aval para el uso del método impersonal y anónimo de la cámara de gas.
Lo que deja entrever entonces la película de Geschonneck es cómo la reunión de Wannsee fue en realidad una búsqueda de consenso burocrático y político, más que una discusión y debate reales, sobre la llamada “Solución Final de la cuestión judía”, pues ésta ya estaba plenamente decidida con firmeza de antemano. En este punto, la frase del afiche promocional del film: “Cuando la humanidad perdió la guerra” es acertada. La película revela el triunfo del discurso de odio por sobre el humanismo.
La conferencia es una película lograda y prolija, pero se queda en el plano del revisionismo histórico. No obstante, no deja de tener sus resonancias en el presente con el aumento de los discursos de odio a nivel global, que justifican como natural la deshumanización del diferente y cuyo caldo de cultivo decanta en eventos como por ejemplo: las matanzas sobre determinadas minorías en Estados Unidos, los atentados terroristas islámicos sobre blancos occidentales en diversos países o la violencia política del reciente intento de magnicidio hacia la vicepresidenta en Argentina.
Calificación: 7.5/10
La conferencia (Die Wannseekonferenz, Alemania, 2022). Dirección: Matti Geschonneck. Guion: Magnus Vattrodt, Paul Mommertz. Fotografía: Theo Bierkens. Montaje: Dirk Grau. Elenco: Philipp Hochmair, Johannes Allmayer, Thomas Loibl, Godehard Giese, Maximilian Brückner, Matthias Bundschuh, Fabian Busch, Jakob Diehl, Lilli Fichtner. Duración: 108 minutos.
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Lamentablemente aún no la pude ver. Y al cine de mi barrio no ha llegado (y hace tiempo que no me dan ganas de moverme a un complejo o cadena de la c.a.b.a.; de hecho la ultima vez fue una experiencia desagradable). Habia escuchado 2 reseñas radiales y como suele suceder, carecen de rigor técnico, enfoque político y análisis multidisciplinario. Carla, en un artículo encuentro motivos para ver la película y a la vez leo un análisis que me baja el entusiasmo; como para no sentirme decepcionado al salir de la sala. El tema sin dudas es tristemente actual. Y solo por eso vale la pena verla y difundirla, la memoria ejercitada suele ser el mejor sistema de inmunidad para la libertad. ¡Muy buen articulo!