La-danza-de-la-realidad-PosterFácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real.

El inmortal, J. L. Borges.

La realidad. Definir la realidad puede ser una tarea tan complicada como precisar qué es la libertad.

Son conceptos imprecisos con tantas variables como culturas hay en el mundo. Su definición está siempre sujeta a la situación coyuntural del individuo que la esté analizando, su filosofía, su ideología y sus creencias religiosas. Para los sociólogos Luckmann y Berger la realidad es una construcción colectiva. Los medios de comunicación, los mitos y leyendas, el imaginario colectivo y las películas son los encargados de moldear nuestra realidad cotidiana. La realidad no es, la realidad se crea. La creamos entre todos. O nos la imponen.

“Todos sabemos que la luz de las estrellas necesita mucho tiempo para llegar a nosotros…esta no simultaneidad, es una parte ineludible de la ilusión del mundo, la ausencia en el centro del mundo que constituye la ilusión…la ilusión es la regla general del universo; la realidad no es más que una excepción”, dice Jean Baudrillard en su libro El pacto de la lucidez. Nuestra realidad se basa en construcciones colectivas, en ilusiones necesarias. Por esta razón los creadores de fantasías, los encantadores charlatanes, los magos de la imagen como Georges Méliès o Alejandro Jodorowsky, nos fascinan. Y siempre aguardamos su retorno. Eternamente.

Veintitrés años tuvo que esperar el cine para el regreso del ilusionista chileno, desde El ladrón del arcoíris, su última película allá a principios de los ´90. Veintitrés años y todavía se lo estaba esperando. Puede que hoy en día este demiurgo que manipula la realidad mediante el lenguaje cinematográfico sea un anciano, pero todavía sabe cómo generar expectativas por su arte.

Esta vez la vuelta fue por partida doble: por un lado, el documental Duna de Jodorowsky (2013) dirigido por Frank Pavich, que relata la titánica empresa de intentar llevar a cabo una versión cinematográfica del clásico de la ciencia ficción Dune (Frank Herbert), y por otro lado su retorno al cine de ficción  con la autobiográfica La danza de la realidad.

jodorowsky-poster1Duna. Duna de Jodorowsky es la prueba cabal de que el director franco-chileno puede convertir en una enorme influencia incluso aquello que no existe. Si no ¿cómo se explica que una de las películas más influyentes de la ciencia ficción moderna nunca haya sido realizada? Duna… es un documental clásico que reconstruye la historia de un grupo de artistas liderados por un hombre obsesivo y apasionado, quienes trataron de crear una de las películas más grandilocuentes, excesivas, arriesgadas y originales que jamás se haya realizado, y fallaron en el intento. Es el relato de una obsesión y un fracaso. Es la historia de un grupo de hermosos perdedores que naufragaron de la manera en la que aconsejó hacerlo Samuel Beckett, la única manera en la que vale la pena: a lo grande.

El mismo Jodorowsky –un gran contador de anécdotas- es quien va guiando el relato a través de entrevistas en las que narra su derrotero de historias increíbles, en un inglés poco comprensible, berreta y extraño como el de Slavoj Zizek, aunque no tan hipnótico.

Pavich utiliza las herramientas del documental clásico (entrevistas con cámara fija, material de archivo audiovisual, animaciones y narración lineal) para relatar minuciosamente desde la génesis en la idea de adaptar la novela, pasando por todo el mágico y temerario proceso de reunión del equipo técnico/artístico y la postproducción,  hasta el final por todos conocido pero no por eso menos descorazonador: la negativa de los productores a financiar esa monumental y arriesgadísima obra, un sueños destruido y un Jodorowsky derrotado yendo a ver la bizarra versión de David Lynch al cine.

Definitivamente lo más atractivo del documental no se encuentre en el aspecto formal sino en su contenido, en aquello que están contando quienes están siendo contados. No se puede negar que en una historia que incluye a Orson Welles aceptando trabajar a cambio de comida, Mick Jagger en un encuentro místico, H. R. Giger, los Pink Floyd, Moebius  o Dalí pidiendo una jirafa en llamas y ser el mejor actor pago del mundo, es irresistiblemente atrayente. Lo interesante en Duna …es lo que se cuenta, y cómo se lo cuenta. Es metaficción a lo Jodorowsky, una especie de metacine único, novedoso por el hecho de ser una película que habla de otra que nunca existió. Y ahí está el otro aspecto atrayente del documental: el espectador entra en el juego y se hace partícipe de la narración, se siente realizador, creador, porque al no existir la película más que en bocetos, storyboards y en la cabeza de Jodorowsky, tiene que irla inventando, reconstruyendo, dirigiéndola mentalmente a medida que se la cuentan.

¿Puede una película jamás filmada ser más interesante e influyente que miles que fueron realizadas y vistas por millones de espectadores? Este documental prueba que es posible. Según Jean Baudrillard, el crimen perfecto es un crimen que nunca ocurre. Posiblemente por eso Duna …de Jododrowsky sea la película de ciencia ficción perfecta: porque nunca ocurrió. Intuyo que su destino era no ser para existir, y vivir en la ilusión de cada persona que sueña imaginándola finalizada.

Danza Siesta

La danza. No existe mejor manera para entrar al cine de Jodorowsky que dejándose llevar por ese furioso mar de imágenes paganas llenas de simbolismo, metareferencias y surrealismo místico. Si el espectador no logra conectar con los códigos y el particular uso del lenguaje cinematográfico de este realizador, resulta casi imposible poder disfrutar de sus películas. Lo que propone es una experiencia sensorial y psicológica particular, a través de sus creencias artísticas-místicas-políticas.

La danza de la realidad es una adaptación del libro de nombre homólogo, que a su vez está basado en sus experiencias personales. El director narra su infancia en la ciudad chilena de Tocopilla, la complicada relación con sus padres, los turbulentos tiempos políticos que atravesaba el país, sus primeros encuentros con lo místico-religioso, el aprendizaje a puros golpes del destino.

¿Por qué sentarnos a ver la infancia de Jodorowsky resumida en dos horas? Por su estética camp, el uso de colores vibrantes y sugestivos, la fotografía cuidada y sin contrastes, el desfile de personajes deformes, las situaciones surrealistas llenas de simbolismos, el aire felliniano, la pasión de un autor en el ocaso de su vida. Porque está narrado como una fabula bizarra, y porque ya nadie se arriesga a contar estos cuentos –grotescos- para niños.

Todo tiene razón de ser en el cine de Jodorowsky. Nada está puesto al azar, el caos solo es aparente, y eso es lo que delimita la sutil separación entre puesta en escena y captura de lo real, la noción de alea del tipo «azar controlado», en el concepto de Noel Bürch. Si su madre canta como una soprano en un musical durante toda la película, no es por capricho o para enrarecer la trama sino porque -como él mismo confesó- su mamá siempre quiso ser cantante lírica. Si el padre es interpretado por uno de sus hijos (Brontis Jodorowsky) componiendo un personaje retrógrado y por momentos sobreactuado, es porque considera la mejor manera de plasmar su visión infantil de un padre estalinista, retrógrado y misógino.

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El director proyecta en cada personaje y cada escena sus deseos nostálgicos y sus recuerdos distorsionados de la niñez. El mismo Jodorowsky aparece por momentos como un narrador homodiegético que sirve de anclaje para evitar reducir su espacio fantasmagórico a la realidad común, para agrandar la brecha espacial/diferencial entre la realidad y su fantasía, y así evitar que desaparezca ese espacio privándolo del lugar en el que puede articular sus deseos, ese lugar que toma forma en la narración cinematográfica y que es donde sale a relucir lo mejor de su arte.

Como dijo el propio Jodorowsky, esta película no es representante del cine chileno, sino del cine de Pangea, que es el único país que en realidad existe. Desde una visión personalísima e introspectiva, pretende abarcar un todo mayor para llegar a cualquier espectador en el mundo, utilizando tópicos universales como el amor, la paternidad, la religión, la política o el paso de la niñez a la adolescencia.

La danza de la realidad (Chile/Francia, 2013), de Alejandro Jodorowsky, c/Brontis Jodorowsky, Pamela Flores, Jeremías Herskovits, Alejandro Jodorowsky, Bastián Bodenhöfer, 130′.

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