Con once actores en escena, El mundo que somos parodia las más disparatadas y absurdas noticias periodísticas de la vida contemporánea, con mucha energía y simpática inteligencia. Antes del inicio de la función, son los mismos actores los que reciben al público, ya ataviados con sus coloridos atuendos, sus instrumentos musicales y la infinita energía que despliegan en cada uno de los cuadros que ponen en escena. El mundo que somos es una divertida reflexión sobre la sociedad contemporánea, el impacto de los medios de comunicación, la construcción del sentido común, los prejuicios, y los saberes más ridículos que han ido configurando la realidad presente. Ideada por los alumnos del taller de montaje del Moscú, Teatro Escuela, la obra no tiene nada que envidiarle a otros trabajos teatrales más profesionales y con muchos más recursos. Aquí es el ingenio y la dedicación lo que impulsa el funcionamiento de la pieza, logrando que, pese cierto aire de improvisación y complicidad entre los que están en escena y los que ponen luces y acomodan sillas, se note la consciente preparación de cada acto, la elaboración del hilo conductor que los hilvana, y el efectivo humor que despliega cada una de las interpretaciones.

Pensada como una colección de viñetas humorísticas, con variados cambios de vestuario, con entrada y salida de atrezos, y con buen timming en el pasaje entre uno y otro sketch, El mundo que somos comienza con una canción y concluye con otra. Los ritmos, las melodías que se desprenden de la guitarra o algún otro instrumento de percusión, y las letras entonadas a coro, sirven para mantener interesados a los espectadores, despertar alguna sonrisa, y conducir su atención a lo que se viene. Como sucede con todas las historias en episodios, hay algunos que funcionan mejor que otros. Podríamos pensar que la estrella de la obra es una notable parodia a esos programas estadounidenses de canales como Discovery: Health and Home, en los que personajes bizarros comparten vivencias ridículas, historias de vida rocambolescas, y situaciones de lo más exóticas. Aquí uno de los efectos más divertidos está en el juego del doblaje: dos actores en escena, haciendo la mímica de las situaciones más absurdas, y dos sentados sobre el escenario, recreando sus voces con tono centroamericano, con un gran efecto de conjunto, mérito de la interpretación y la ingeniosa puesta en escena. Cada recurso se aprovecha al máximo: desde la excelente parodia del conductor que presenta el “informe de vida”, hasta la iluminación que destaca a los protagonistas de sus dobladores, fuera del campo de atención del espectador.

Otras viñetas, también divertidas, dependen de una puesta teatral más clásica: la escena que juegan una hermana agobiada por cuidar a un padre enfermo y con problemas de esfínteres, y un hermano fóbico y oportunista que llega de visita para intentar sacar tajada antes que brindar ayuda. Allí es el grotesco la clave del humor, apoyado en cierta estridencia interpretativa, y un humor más convencional. Lo mismo sucede con el sketch del inspector del centro cultural, que se apoya en la habilidad de los dos actores en escena, el guiño hacia el público conocedor de la realidad porteña, y el uso inteligente del escenario. Hay otras viñetas más abstractas, menos predecibles pero no por ello menos efectivas.

El mundo que somos usa el humor como territorio de reflexión, pensando en cada una de las situaciones que pone en escena no solo el devenir de la sociedad contemporánea sino cómo la línea entre la tragedia y la farsa es mucho más delgada de lo que la imaginamos. Borges ya sabía algo de eso.

El mundo que somos. Dirección: Lisandro Penelas.

Teatro Moscú. Camargo 505. Viernes 22:15 hs. Entrada a la gorra.

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