Cetáceos parte de una anécdota mínima y hace de ella un mundo, demostrando que en el cine no hay películas sobre temas menores, sino que sobre pequeños temas se pueden construir grandes películas.

Una pareja de clase media intelectual llega a un nuevo hogar pero, apenas instalados, Alejandro debe partir hacia Bologña a dar una conferencia. A partir de allí el vínculo que tendrá con Clara será vía Skype y, mientras él realiza insistentes videollamadas y la interroga sobre cuestiones cotidianas tan anodinas como desembalar cajas y acomodar canastos, ella comienza un deambular por la ciudad que la lleva a correrse de sí misma y comenzar a buscar algo (lo que la mayoría de los seres humanos  hacemos en algún momento de nuestras vidas).Pareciera que al inicio de la ópera prima de Florencia Percia todo estuviera bien en esa pareja, pero hay una grieta en ese espacio que se va construyendo lentamente. Sostenida en un humor corrosivo y deforme que lleva desde la puesta en escena a indagar sobre el devenir de una notable y epifánica Elisa Carricajo (asidua colaboradora del cine de Matías Piñeiro).

Hay algo de fábula existencialista clásica en el film de Percia, y es extraordinario el pulso para la comedia que tiene Cetáceos y que se potencia con los personajes secundarios (personajes libres y que también parecieran transitar su propia deriva), fundamentales para seguir ese devenir deambulatorio de nuestra heroína, encerrada por momentos en un espacio tan hostil que la agobia y que la lleva a dar un salto a cualquier lado. La película crece al no dar respuestas simples sobre cuáles son los motivos de la angustia de Clara, pero sí hay una incomodidad evidente con la cotidianeidad. Es allí donde Percia realiza una lúcida critica a cierto confort de la clase media culta que pareciera no transitar problemas materiales. También su relato funciona a otro nivel, ya que a través del estado de alienación de la protagonista uno puede permitirse pensar sobre el lugar que ocupa la mujer en esta sociedad. Clara demanda libertad a los gritos, y esa libertad es  la que la cámara busca brindarle, potenciada por el enigma que encierra  la actuación de Carricajo que nunca confunde silencio con hermetismo (un problema de cierto cine indie nacional que a veces en vez de hacer preguntas solo tiende a generar silencios incómodos en el espectador). En la película de Percia hay una sutil mirada de clase y una evidente mirada de género, y ambas permiten que el conjunto sea vital y respire el aire de época de un modo muy personal y como muy pocas películas argentinas lo han logrado captar en los últimos años.

Clara no abre las cajas que tiene que abrir y no contesta las llamadas que tiene que contestar, a su vez se vincula con su vecina y sale a tomar cervezas con desconocidos. Hay algo heroico en la inconstancia de Clara que permite mostrar una crisis desde la liviandad de un humor absurdo que le explota en la cara al espectador y le hace reflexionar sobre la opacidad que muchas veces representa la comodidad de una rutina mecanizada. Cetáceos gana en ese humor asordinado y potencia la mirada femenina sobre un mundo en crisis, afirmando sin sensiblerías que allí donde hay una crisis existe una oportunidad.

En contraste con el personaje de Carricajo, Alejandro es insistente hasta la desesperación. Ese personaje (quizás el más estereotipado de la película, en tanto el propio Spregelbud es generador y merecedor de la distancia que ella ejerce sobre él) permite comprender algo de la crisis de Clara, quien termina huyendo hacia donde puede: primero dentro de la ciudad y luego saliendo de ella, iniciando hacia el final la posible búsqueda de la libertad total. Allí está el contraste entre esa rutina encorsetada, esas cajas por abrir, ese colchón comprado sin deseo, esa beca que no termina de concretar y ese viaje que no quiere hacer, y la necesidad de Clara de conectarse con su vida y con lo que quiere que su vida sea. La búsqueda de felicidad de la protagonista, frente a ese porvenir hecho y derecho, se refugia en la aventura; ese gesto eminentemente político termina transformando a la película en una historia política narrada en clave poética (casi como si Rohmer estuviera vivo y filmara un cuento moral en la Argentina macrista, en la que ser feliz cuesta cada vez más).

Cetáceos es tiene una personalidad notable para ser una ópera prima, y bucea en el horror del tedio contemporáneo presentando un personaje inolvidable que se niega a dar respuestas que vulgaricen sus  estados de ánimo, escapándole así a burdos psicologicismos que resuelvan por medio del guion los enigmas del ser. Percia filma  la angustia y la deriva de una figura apocalíptica pero jamás nihilista. Clara hace pie en el abismo y no le teme a ese derrotero que, detrás de las risas, produce un sustrato profundamente doloroso (como todo desgarramiento). Esa inercia que la lleva a aceptar todas las propuestas que se le cruzan por el camino jamás la sumerge en abismos sin salida, sino que captura en presente una radiografía del alma humana. Conmovedora, sin golpes bajos, nunca del lado de lo políticamente correcto y graciosa hasta lo doloroso con gestos mínimos -casi siguiendo una huella busterkeatoniana-, Cetáceos logra el milagro de que amemos la incertidumbre y que tengamos en claro que ese estado, que para el capital siempre es ineficaz y anti productivo, quizás es el punto de partida para una vida mejor con uno y con los otros.

También hay algo muy sutil en el film de Percia: Alejandro (se nota) quiere a Clara pero no la deja hablar o, lo que es peor, la deja hablar casi por compromiso como si en el fondo su ego no tuviera la posibilidad de amar más allá de él mismo. Ese ego mal domesticado es el que hace que tome decisiones por ella corriéndola de lugar (o dejándola en un lugar secundario) aunque en el fondo la quiera. Esas formas invisibilizadas de la violencia (naturalizadas en el cuerpo social) son las que detectanel cine luminoso de Percia.

Por último, es en los ojos y en ese rostro lleno de vida y humanidad de Clara, y en todo lo que su mirada trasmite, donde se encuentran las claves de Cetáceos. Se ha dicho de este film que es una comedia a la Rejtman, pero en Cetáceos hay un amor a sus personajes que se distancia de la mirada fría y de laboratorio que se observa en el cine del director de Rapado y Los guantes mágicos. En un sentido, Cetáceos es una oda radical a la libertad, aunque esa liberación duela y mucho.

Cetáceos (Argentina/Italia, 2018). Guion y dirección: Florencia Percia. Fotografía: Lucio Bonelli. Edición: Andrés Quaranta. Elenco: Elisa Carricajo, Rafael Spregelbud, Susana Pampín, Esteban Bigliardi. Duración: 75 minutos.

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