La fascinación que me provocaba la violencia en los cómics de Deadpool aún se mantiene, nada mejor que ver un cuadro donde éste mercenario entre y haga destrozos, rompa objetos y cuerpos en pedazos. Tenía el recuerdo de que Deadpool (o Masacre, como lo conocimos en los noventa) era uno de esos personajes parecidos a Lobo o Cazador, quizás por la impronta grotesca y sanguinaria donde el sexo con chicas voluptuosas estaba metido, al menos, en cada número. Al volver a las historietas me di cuenta de que era todo lo contrario: allí donde la moral no parecía tener lugar era lo que rodeaba a la historia, donde sólo parecía haber sexualidad había amor, a pesar de que a Deadpool nada pareciera importarle demasiado. A pesar de que muy lejos se encuentre de querer el bienestar general de la humanidad, en algunas sagas se lo puede ver preocupado por eso (los cuatro números de la breve Deadpool, Persecución en círculos escrita por Fabián Nicieza, creador y guionista).
Deadpool es, a su pesar, más héroe que antihéroe, por momentos más tonto que gracioso. Es la sensación que mantuve durante la nueva película de Marvel y Fox, o al revés, otra de esas con estos personajes de historieta que desde aproximadamente 2002 se han multiplicado como gremlins bajo la ducha. Al parecer el negocio ha funcionado y seguramente lo seguirá haciendo. Los noventa fueron de Batman, pero ahora los personajes de compañías como DC y Marvel Comic comienzan surgir y ampliar su universo en la pantalla grande bajo interpretaciones diversas de distintos guionistas y directores, como muchas veces sucedió en las mismas historietas. El cambio de aires que recibió Batman bajo la pluma de Frank Miller se puede asociar a esa otra mirada que le dio Christopher Nolan a la historia del enmascarado, distanciándose de Tim Burton y del último fracaso de Joel Schumacher.
En los últimos años nos acostumbramos a los estrenos de X-Men, Wolverine, las interminables sagas de los diferentes Spiderman, los intentos de mejorar a Superman, los polémicos 4 Fantásticos, Capitán América, Iron Man, etc. A la vez, sus mundos se mezclan dando como resultados nuevas películas de Los Vengadores o, como sucederá en poco tiempo, La liga de la Justicia. Los héroes, o superhéroes, y sus colores son tan variados como productos en góndolas que la lógica capitalista nos ofrece día a día. Hay infinidad de comics para comprar en los locales especializados, esa misma variedad comenzó a surgir en el mundo del cine y la televisión. Y los ejemplos en este último caso también abundan. Tenemos para elegir.
Deadpool parece corroborar la infinitud de estas producciones, y eso que es un recién nacido en la historia de los comics de superhéroes. Creado a principios de los noventa –New Mutants número 98- es, quizás, el más nuevo de todos éstos extraordinarios muchachos que tiene su papel protagónico. Lo cual hace pensar que también existirían posibilidades de que tengamos a Howard the duck en los cines dentro de un par de años como entrevimos en ese guiño luego de los créditos de Los guardianes de la galaxia. Héroes pequeños dentro de historias de otros héroes grandes: una supermamushka, un spin-off eterno.
A Wade Wilson (Ryan Reynolds), un mercenario o caza recompensas, le diagnostican cáncer de hígado y, alejándose de su novia Vanessa para que no lo recuerde sufriendo durante sus últimos días de vida, se somete al plan Arma X –éste nombre es un dato que obtuve exclusivamente del comic, en la película no tiene identidad- para curarse con la promesa de convertirse en un superhéroe. En un principio opta pensando solamente en su bienestar, luego se da cuenta de que ese plan forma parte de un programa para crear y reclutar mutantes esclavos y venderlos como mano de obra. Durante ese proceso se vuelve horrible e inmortal, su cuerpo se regenera con facilidad. Después de lograr escapar enfrentará en varias ocasiones a Ajax, villano y científico –también mutante- que lo torturó durante la transformación. Ya con traje, Wade Wilson decide llamarse Deadpool y comenzar a desparramar sangre.
Cargado de violencia y chistes, a veces malos, durante las escenas de acción –característica irritable del personaje original-, muy en el fondo el mercenario sostiene cierta actitud heroica de la cual pretende renegar. Sin embargo, lo hace a su manera, tomando una actitud hostil frente a lo solemne que el heroísmo pretende mantener. Lo heroico de Deadpool no es portar la bandera del bien ni de salvar a Norteamérica de algún tipo de ataque externo, sino cumplir con dos objetivos: curarse los daños en la piel que provocó el villano en cuestión y salvar a su chica. Pero, como ocurrió en alguna saga, quizás en una posible segunda entrega Deadpool sí quiera salvar el mundo.
Puede que el humor sea el elemento que marca diferencias frente al resto de los personajes, tanto de Marvel como DC, representados en el cine y, principalmente, su complicidad con el espectador. Al igual que en el comic Deadpool rompe la cuarta pared, interactúa fuera de la diégesis y hace chistes con el mundo de los superhéroes: con total justicia se reiteran las burlas frente al propio Ryan Reynolds y a su anterior papel como superhéroe en la desgraciada Linterna verde. En el medio de tanta violencia exagerada y un vínculo amoroso apasionado todo se vuelve una gran burla o una parodia a los mismos personajes de historietas que vienen copando las pantallas en estos últimos tiempos. “Pensarán a quién se la tuve que chupar para tener mi propia película” nos dice casi al comienzo. Y los ejemplos son miles. Atrás quedaron las canchereadas de Tony Stark, Deadpool lo supera hasta empalagar.
Deadpool (EE.UU. / Canadá, 2016), de Tim Miller, c/ Ryan Reynolds, Morena Baccarin, T.J. Miller, 108’.
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