Hay un elemento que aparece en un par escenas de La corazonada (Alejandro Montiel, 2020), se trata de un cubo de Rubik –también conocido como cubo mágico- completamente blanco. El elemento no es demasiado relevante en la trama, aparece apenas en un par de escenas, pero sí resulta impresionante lo bien que ilustra lo que uno está viendo. Giros y giros de absolutamente nada, que no aportan emoción alguna. Todo está dominado por un automatismo de clima monocorde y, como buen cubo mágico sin colores, de una habilidad escasa para el entretenimiento. Resulta que la primera película argentina producida por Netflix es apenas un episodio largo y lleno de vueltas inconducentes de alguna serie del estilo CSI.

En esta precuela de Perdida (Alejandro Montiel, 2018), nos enteramos cómo fue el caso que convirtió a Pipa (sí, Lopilato se llama Pipa, qué se yo, preguntale a Florencia Etcheves) en la gran detective que va a ser, aunque en realidad ya lo es  (apenas le preocupa si va a realizar bien un interrogatorio, y no va que es bárbara) y falla apenas en una pavada en la morgue después de dar una clase magistral. O sea, son los primeros pasos de Pipa (te digo que sí, que es el nombre del personaje) pero ya es una grosa desde siempre, vino así de fábrica se ve.

Resulta que sospechan que el nuevo jefe de Lopilato (Joaquín Furriel), otro súper detective al que ella admira, asesinó al delincuente que mató a su esposa. Entonces la usan a ella para investigarlo de cerca mientras resuelven otro caso, en el que mataron a una piba malcriada y mala onda a la que nadie quería (Delfina Chaves), y como creen que la sospechosa principal (Maite Lanata) se está autoincriminando para encubrir a alguien más, entonces también le meten a eso. Cuestión que hay mucho de intuiciones (“corazonadas”) y crímenes pasionales (término que quedó viejo, pero que también remite a otro tipo “corazonada”, como “cosa del corazón”) y en base a eso se estructuran los clichés y estereotipos, los diálogos imposibles y gestos mecánicos.

Volviendo a Luisana Lopilato, tengo que decir que hay algo en ella que me recuerda a la joven Mirtha Legrand. Ambas, con toda la frescura y gracia para la comedia, con un estilo entre inocente y pícaro, con un excelente timing y presencia para la comedia burguesa (Lopilato debería reunirse cuanto antes con Ariel Winograd, por ejemplo, que es el único que hoy mantiene, con un estilo aggiornado, a la screwball comedy local), terminan emperradas con estos papeles dramáticos que le salen – o le quedan- a medio camino. Ojo, tampoco es que Pipa sea un personaje literario tan recordable, no es más que otro de estos detectives con cara de nada y pasados por un filtro de colores fríos y solemnes, de los que hasta Fincher debe estar aburrido a esta altura.

Ni siquiera es que Lopilato esté mal, nadie está del todo mal. Solo que, tal como vaticina el nombre de la película, todo está neutralizado. Incluso los misterios y sus resoluciones, que, paradójicamente, intentan hablar sobre desbordes emocionales. Efecto al que la película jamás logra- ni intenta- apelar. Nada es recordable porque nada impacta. La frialdad de la paleta, la inexpresividad de las actuaciones, lo correcto de la puesta, la predictibilidad de las convenciones del género y cada tropo que se pueda poner, están diseñados con una precisión inexpresiva, encorsetada, lo más desprovisto de pasión que se pueda encontrar.

No quiero caer en demagogias tales como decir que lo que se quiere hacer es un chorizo industrial estilo yanqui, porque creo que Netflix realmente quiere entender el estilo y la lógica de nuestra industria cultural. Es un cine reconocido tanto en San Sebastián o Cannes como en los Oscars. Hay un espectro enorme, y un respeto igual, y tenemos una larga tradición narrativo-cinematográfica. Y considerar que uno de los “gigantes del streaming” (y a dónde están puestas todas las miradas en la industria audiovisual) esté interesado en continuar escribiendo la Historia del cine argentino, seleccionando estrellas, buscando géneros que enganchen, produciendo series también, habla de cierto interés genuino por parte de ellos. Lo que creo que les falta, para escribir esta página nueva, es mirar hacia atrás. No es solo adaptar El Eternauta, o cualquier best seller y esperar que la cosa ande porque sí,  es entender cierta forma de ver el mundo. Y nuestro cine habla mucho de cómo somos. Incluso más de lo que creemos.

Solo basta ver nuestros policiales, sin irnos de la industria ni del género. Están llenos de pasión, expresividad, sordidez, exceso. No te digo Favio, pero  hasta Campanella entiende que la pasión – al menos, en Argentina- se expresa con emotividad e incluso algo de sentimentalismo. Christensen entendía que el policial argentino, en su tradición, se fusiona con el melodrama. Lo entiende Szifrón, lo entendían Del Carril, Bielinsky, Tinayre. Aristarain, Doria, Fregonese, incluso Desanzo. Al parecer, no lo entiende Montiel y tampoco lo entiende Netflix.

Por eso el cubo de Rubik es blanco y da tantas vueltas que no van a nada, porque no hay resonancia, no hay colores, no hay matices, no hay pasión, ni identificación. La película termina y da igual si Furriel mató al pibe que mató a su esposa, si el hermano del pibe lo extorsiona al fiscal, si la piba mató o no a la amiga o si la saga de Pipa va a seguir o no. Pero el cubo blanco también puede ser como una hoja en blanco, puede ser potencial, puede ser un primer paso para algo más logrado más adelante. Una oportunidad para todos.

No es suficiente trasponer los géneros puros y duros y hacerlos decir un “che”cada tanto para que se la considere algo más que un “como las hacen allá, pero acá”. Lo importante es incorporar, en su lugar, lo que hace a la cultura argentina, argentina. Una trama de gatillo fácil, venganza policial, asesinatos de una amiga a otra, no son cosas que carezcan de resonancia per sé, es evidente que Etcheves las tomó de los casos policiales típicos de su época como periodista especializada, pero nuestra bonaerense no tiene los recursos de los policiales nórdicos, porque no somos nórdicos. La basílica de Luján, hermosa como luce en el principio, puede albergar más que un asesino serial sacado de True Detective, porque Luján tiene otro imaginario para ofrecer, para explorar. Esto no quiere decir que no se apele a ciertos lugares comunes para facilitar la narración y que el esteticismo en el arte y la fotografía no puedan operar en claves de género, pero sí es necesario conectar a la audiencia con el entorno representado. ¿Por qué sino situar la acción en Argentina? ¿Qué valor agregado puede tener que sean Joaquín Furriel y Luisana Lopilato en vez de Adam Driver y Scarlett Johansson?

¿O nos tenemos que conformar apenas con eso?

Calificación: 5/10

La corazonada (Argentina, 2020). Guion y dirección: Alejandro Montiel. Fotografía: Guillermo Nieto. Montaje: Fran Amaro. Elenco: Luisana Lopilato, Joaquín Furriel, Rafael Ferro, Maite Lanata. Duración: 116 minutos. Disponible en Netflix.

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