Mental_PosterMental se sustenta en la idea de que los australianos están locos (fue colonia penal y loquero del Reino Unido), cosa sabida por todo cinéfilo gracias a Wake in Fright, Mel Gibson y el documental sobre la ozploitation. La película es tan australiana como para transcurrir allí, estar protagonizada por Toni Collette, y dirigida por P. J. Hogan, el mismo de esas otras dos bellezas que son El casamiento de Muriel y La boda de mi mejor amigo. La palabra del título designa al que está pirucho, colifato, rayado. Aunque parece tener la severidad del diagnóstico, es de uso común y corriente y sin mala leche. Las que no se cansan de aplicárselo a sí mismas son las hijas adolescentes del intendente de un tan colorido como el de El joven manos de tijera, y de la esposa ama de casa de aquél, cornuda y frustrada a punto de estallar pero con una sonrisa permanente en los labios, que cena mirando La novicia rebelde (The Sound of Music) para que su familia se parezca a los Trapp. El colorismo kitsch de la escenografía, el exceso actoral y las angulaciones de cámara no sólo son anti-naturalistas sino que tienden a naturalizar el delirio, cuando no a celebrarlo, y el ritmo es feroz sin dejar de ser delicioso. Encima, recién cuando la madre explota aparece Toni Collette (como aparecían los héroes sin nombre en los westerns) para encargarse de las pibas como anti-heroína libertaria (variante revisionista de la institutriz de Julie Andrews ya ensayada por Fran Drescher en La niñera y el Presidente), que trae un poco de aire a esa casa sofocada de normalidad. La lúcida oscuridad del anaranjado final fluorescente ata la vida de un hombre al embalsamado destino de su ballena blanca particular y suelta la locura de una mujer que zigzaguea a poniente pateando tachos de basura.

Mental (EUA / Australia, 2012), de P.J. Hogan, c/Toni Collette, Anthony La Paglia, Liev Schreiber, 116’.

girl_most_likely_ver2_xlgEsta nueva película de Kristen Wiig es una relectura de El mago de Oz que tiene un guión impecable, actores perfectos -desde Wiig haciendo de una Dorothy que no quiere crecer, a Annette Bening haciendo de madre que no quiere envejecer, pasando por Matt Dillon, que la descose haciendo de … (mejor averíguenlo ustedes mismos porque la gracia y el sentido reside en la verosimilitud y la dimensión de su presencia)- y un lúcido retrato de la tensión entre elitismo y cultura popular, centro y suburbios, Estados Unidos y Europa. Wiig es una mina de cuarenta que vive de prestado en un ambiente que no es el suyo, negándose a admitir ese complejo de inferioridad que es santo y seña de su inadecuación, hasta que su novio y amigas se lo hacen saber de la peor manera posible, que consiste en dejar de ser condescendientes con ella. Sola, fané y descangayada, inventa una triquiñuela pedorra para prolongar su ensueño, que sale gloriosamente mal, aunque ese falso azar la pone en la pista de sí misma en un sentido freudiano, lo que aquí significa volver a la casita de los viejos para darse cuenta –aceptar es otra cosa- de que hubo más cambios en ‘Kansas’ que en la veleidosa Nueva York de su cabeza, cielo de su ambición y sede central de un Oz insignificante, sometido y tilingo. La dialéctica entre civilización y barbarie se resuelve en síntesis guaranga, que más que síntesis huele a conciliación obligatoria, pero ¡vamos!, que estamos viendo cine de género en el que, invirtiendo el recurso del cameo mersa típico de la nueva comedia estadounidense, quien aparece es Whit Stillman como freak culto querible amablemente ninguneado por estos Beverly famosos de Nueva Jersey. En el camino no hay ninguna escena ociosa, todas tienen varias capas de sentido y las elipsis son tan eficaces que uno ni siquiera llega a preguntarse si lo lubricado del encastre tiene algo que ver con la castración, habida cuenta de que es una película que inventa la concha portátil (y que labura el significante Bush como pocas).

Girl Most Likely (EUA, 2012), de Shari Springer Berman, Robert Pulcini, c/ Kirsten Wiig, Annette Bening, Matt Dillon, Christopher Fitzgerald, 103’.

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