Confundir tono intimista con exceso de planos cerrados y un ritmo de relato cansino, y metáforas visuales con obviedades simbólicas, son dos de los desaciertos más notorios de Deshora. No sucede lo mismo con la dirección de actores. A Ziembrowski (Ernesto) y a Ucedo (Helena) se les cree pero, aunque transitan cambios radicales, no presentan demasiados matices. O, mejor dicho, van de un extremo al otro sin hacer gala de matices. El que no los tiene en absoluto es Buitrago (Joaquín), que termina molestando un poco con su aire cancherito de tercero en discordia superado. Todo lo minimalista que la película busca ser se vuelve estrambótico por la acumulación de temáticas sociales y culturales controversiales seleccionados; adicciones, crisis matrimoniales, incesto, homosexualidad, represión, y van. El problema tampoco sería ese si no fuera tan explícitamente metafórica para abordarlos. El reñidero filmado con tibieza vuelve púdico lo impúdico que representa, la violencia gestada en el seno de un deseo reprimido. Hay belleza pero falta carne, violencia, sangre. Luce pero no se siente, y así no puede haber deseo, pasión.
Para que el tercero sea bien tercero, mejor que sea colombiano, y adicto. Lo primero no se explica mucho (está bien, se deduce solo, pero será que me gusta el clasicismo o que para lo críptico soy más exigente). La causa de lo segundo se explica demasiado, y viene por el lado del padre del personaje, que seguro es colombiano, porque a la madre la vimos al comienzo y sabemos que es argentina. Señora de campo, muy rubia y con mucha plata, que no puede más con su culpa (como todas las madres) y deja a su hijo en la casa de su prima y del marido para que aprenda, de la gente buena, las sanas costumbres. Ernesto es un patrón buenudo, que hasta a las putas trata con algo de respeto si no con cariño, y le enseña a disparar a Joaquín en la soledad del campo para anticipar el desenlace de la historia mediante el gesto más sobreactuado (o el primero de los que vendrán) de una película que, hasta ahí, la iba de sutil y cerca del final, de golpe y porrazo, tira toda la carne al asador: la sangre, la carne, el cuerpo, la pasión. Pero todo es tan insatisfactorio como las eyaculaciones precoces de Ernesto, que no embarazan ni complacen a Helena.
Los mecanismos de la puesta en escena se hacen demasiado evidentes. Las repeticiones, con mínimas variantes, de los instantes de intimidad de los protagonistas entorpecen la circulación del deseo, al señalar tan marcadamente cada una de esas instancias: la crisis, el deseo incestuoso, la liberación, la represión y el espejo donde todo esto se plasma. En general vemos a los miembros del triángulo erótico de dos en dos, incluso cuando están los tres juntos. En sólo una escena advertimos tensión, pero no dura lo suficiente para lograr algo de intensidad, y de nuevo arremete con una batería de efectos sentimentales: el correlato de la canción, la histeria, el drama y el llanto.
El thriller aparece en los últimos cinco minutos, con disparos y corridas.
Deshora (Argentina / Colombia / Noruega, 2013), de Bárbara Sarasola-Day, c/ Luis Ziembrowski, Alejo Buitrago, María Ucedo, 102’.
Luego de su experiencia como guionista –las remakes de Pesadilla en la calle Elm (2010) y La cosa (2011), además de la quinta película de la saga Destino final– Eric Heisserer debuta con Horas desesperadas(Hours, 2013) como director con un guion de su autoría. La película se ocupa de Nolan Hayes (Paul Walker) cuando acompaña a su mujer Abigail (Génesis Rodríguez) a dar a luz a un hospital de Nueva Orleans. Durante el parto el huracán Katrina, que arrasó la ciudad en 2005, se erige como amenaza y como presagio: Abigail morirá al nacer su hija prematura. Cuando el temporal provoque la baja de energía del hospital y la consiguiente evacuación del edificio, un conmovido Nolan tendrá que cuidar a su hija, necesitada de la asistencia de un respirador artificial para sobrevivir, con solamente una batería eléctrica que necesita ser activada cada tres minutos mediante una manivela.
La influencia del terror en Heisserer es notoria, continuamente intenta hacernos creer que va a suceder algo inesperado; el problema es que “eso” nunca aparece. Todo sucede impasiblemente, como cuando anuncian el huracán Katrina por un noticiero televisivo e instantes después se presenta rompiendo una ventana del hall de espera del hospital. No hay la más mínima sensación de miedo o asombro, ni siquiera a través del fuera de campo sonoro o los sobresaltos de la cámara, como cuando Nolan, sentado exhausto en un sofá con las manos doloridas, usa una de sus piernas para girar la manivela de la batería, escucha un disparo y su angustiosa sorpresa es enfocada después de un calculado travelling brusco. Lo mismo sucede con los flashbacks de Nolan recordando momentos felices con su mujer ya fallecida. Su esencia cansina, torpemente convencional como el resto de los recursos, no tiene un ápice de emotividad y es incapaz de hacernos sentir empatía. Toda esta malograda puesta en escena confabula incluso contra el fallecido Paul Walker. Los intentos para que el público se mimetice con su personaje son vanos a causa de un guión acartonado y una actuación inerme.
Esta ópera prima rígida y limitada se pierde en los clisés de un relato prefabricado por culpa de una realización extremadamente abúlica. El guión desarrolla con la mayor intrascendencia una historia relacionada con la catástrofe provocada por el huracán Katrina y no se decanta por ninguna identidad genérica, lo que resulta en un relato timorato. Carente de todo vigor, está destinada al ostracismo cinéfilo de pulular, pésimamente traducida y con abundantes cortes, por la programación de los sábados o domingos por la tarde en un canal de aire.
Horas desesperadas (Hours, EUA, 2013), de Eric Heisserer, c/ Paul Walker, Génesis Rodríguez, 97’.
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