“¡Le recuerdo que esto es una guerra!”, le dice Morales (Alfred Molina) a Ray (Chiwetel Ejiofor). Así justifica que no se detenga al culpable del asesinato y violación de la hija de Jess (Julia Roberts). El asesino era informante del FBI sobre actividades terroristas y los hechos suceden en Estados Unidos unos meses después del atentado a las torres gemelas. En una guerra los derechos individuales y las leyes quedan en un segundo lugar frente a los objetivos militares.
En esta semana el kirchnerismo dejará de ser gobierno en la Argentina después de doce años. Hace unas horas el chavismo perdió su segunda elección en dieciseis años y la mayoría parlamentaria, mientras en Brasil comenzó el proceso de juicio político contra Dilma Rousseff. Parecen seguir firmes Evo y Correa, así como las versiones más ATP de los gobiernos latinomericanos: Tabaré Vazquez y Bachelet. Cada tanto aparecen gobiernos, personas o momentos de la historia que nos recuerdan que todo orden está sostenido por la fuerza y que los espacios que cada uno ocupa en la sociedad son el resultado de una lucha, a pesar de que las clases dominantes a través de sus órganos de propaganda intenten convencernos de que vivimos en una sociedad armoniosa, acordada por individuos en plena libertad, que deben soportar los ataques de algunos inadaptados y la opresión del poder político.
Secretos de una obsesión, «La secreto de sus ojos» yanqui, tiene varios cambios en relación a la original: la muerta es la hija de una compañera de trabajo de Ray (el personaje de Darín en la original, Espósito) y no la mujer de un desconocido; es notable la mayor solemnidad y menor presencia del humor en esta versión, al punto que el personaje de Francella (interpretado por Dean Norris, el cuñado de Walter White en Breaking Bad) podría no haber existido sin que se sintiera su falta. Por otro lado, en la versión argentina el asesinato es retomado en el presente porque Espósito escribe una novela sobre los hechos, en la estadounidense el tema se retoma porque Ray confunde a un ladrón de autos con el asesino en archivos fotográficos policiales y quiere reabrir la causa. Esta diferencia no es menor porque se estructura junto con la más importante: la del final de la película. Mientras en la de Campanella la última escena entre Darín y Rago (el personaje se llama Morales como el jefe de Ray) termina con el “Usted dijo perpetua”, dejando la continuación de la vida de Rago y del asesino cautivo (Javier Godino) abierta, en la nueva versión, Ray/Espósito deja su lugar de cronista para tomar uno más activo hasta transformarse en héroe y liberador al decirle a Jess en la última escena que esa condena a perpetuidad la convertía a ella también en condenada y dejándole el arma para que ella misma le dé cierre a la historia. En un simple acto resuelve el conflicto de una vida: Jess dispara, Ray cava la tumba, se miran y ella sonríe. Pareciera que el mainstream estadounidense no tolera ni la menor ambigüedad final.
Secretos de una obsesión parece inscribirse moderadamente dentro del cine “liberal crítico” de Hollywood y en ese sentido la transposición desde la película argentina es perfecta, ya que un público similar es el que buscó El secreto de sus ojos en Argentina: una clase media masiva, pero con ciertas aspiraciones culturales que pide entretenimiento con algún nivel de crítica casi siempre dirigida al poder político y que suele verse a sí misma como imposibilitada de vivir “normalmente” por estar atrapada entre los ataques violentos de los no civilizados y los perversos intereses políticos. Es decir, una clase social a la que el conflicto le parece una irregularidad y que se ve a sí misma como resguardo de la normalidad y la moralidad.
Pero no son las diferencias sino las coincidencias entre las dos películas lo que da la excusa para hablar de los gobiernos latinoamericanos de los últimos años. El asesino puede ser parte de la triple A o soplón del FBI, la asesinada puede ser una maestra casada con un desconocido o la hija de la compañera de trabajo del protagonista, el obstáculo corrupto burocrático puede ser un superior del FBI con intereses políticos o puede ser un fiscal con aspiraciones, el amigo del protagonista puede morir o no, el protagonista puede ser un agente del FBI o un oficial de justicia. Lo que no puede ninguno de ellos es dejar de lado el conflicto, dejar de luchar, de hacerse un espacio, en definitiva de moverse. La que no necesita moverse ni participar del conflicto es la que ya ocupa su lugar, ese que le pertenece y del que no desciende, sino que se asoma para condescender bondadosamente a favorecer a algún jugador. Obviamente es el lugar de Irene Menéndez Hasting (Soledad Villamil) y de Claire (el monstruo de cera, Nicole Kidman).
Ese lugar inmaculado nunca está en disputa, desde ahí Irene y Claire ejercen su función de amada inmóvil, tanto profesionalmente al ser las únicas que acceden a su función sin renuncias, negociaciones, esfuerzos ni trampas visibles, como en su posición sexual donde son objeto inaccesible de adoración por parte de subalternos no profesionales, hombres que no están a su altura. En la versión yanqui esta posición se acentúa por el hecho de que Darín es un negro. Este asunto está también atravesado por una cuestión de género: un hombre de una clase dominante puede condescender a una mujer de clase inferior, puede encontrar en ella la sumisión, la juventud, el vientre tierno para sus hijos; pero una mujer de clase alta y con un certificado universitario lo único que puede encontrar en un negro es la animalidad, es la explicitación del oculto placer sexual femenino y por ende de su impureza.
Se ha dicho muchas veces que las parejas interraciales son uno de los últimos tabúes de Hollywood (habría que sumar a esa lista los genitales masculinos, frontalmente expuestos en la película argentina y ocultos en la estadounidense) y en esta película no tendremos ni un beso, ni una promesa entre la blanca y el negro. El deseo queda reducido a adoración, haciéndose absolutamente impotente y asexuado, porque la potencia del negro implicaría la profanación de la pureza aristocrática de Claire. En la infame escena del interrogatorio, el asesino desafía esa pureza. Lo que Irene/Claire le está diciendo a Gómez/Marzines es “a vos no te da el cuero para cogerme”, que es exactamente lo que Espósito/Ray piensa de él mismo frente a ella. La respuesta desafiante del asesino afirma que sí le da y le sobra el cuero, sumando a sus palabras la violación del espacio aristocrático judicial con su desnudez. No sólo es una confesión del crimen anterior sino un acto sacrílego en sí mismo al explicitar la impureza de la mujer sagrada, su pasibilidad de ser cogida. Deja además en evidencia al negro Darín que debe enfrentar su propia impotencia y la prueba de que el objeto de su adoración es terrenal, por lo que ya no tiene la excusa de su divinidad para no actuar, y, encima, al estar sexuada, se renueva la amenaza de no estar a su altura llegado el caso. De ahí la reacción desaforada de Ray, quien intenta intenta restablecer a los golpes el orden que, aunque lo inmovilizaba, también lo autorizaba a la inmovilidad.
¿Qué tenía que ver la guerra del primer párrafo con todo esto? Que en una guerra se explicita la autorización para violar las normas en nombre de la urgencia y el triunfo, queda en evidencia que las leyes, las reglas y las buenas costumbres son rituales sofisticados para evitar que la contienda se decida por la pura fuerza bruta. Esos rituales tienen un resguardo más fuerte que la amenaza de la pena cuando son adoptados no ya como imposiciones, sino como reglas morales universales ajenas a los intereses de una facción. Ese es el lugar de Irene/Claire en ambas películas, es la que nunca hace algo feo, sucio, malo porque está del lado del que no necesita hacerlo, de los que están sostenidos por la estructura misma y no son nunca amenazados. Es decir, no son nunca puestos en una situación de guerra donde la urgencia autorice la violación de las normas. Siempre son otros los que se ensucian por ellos: se contratan entre los que ya están sucios, el horror necesario para seguir siendo puros queda siempre del lado de los horribles.
Esto no quiere decir que vivimos en una guerra, quiere decir que entre la guerra y el estado armonioso en el que la clase dominante quiere hacernos creer que vivimos, está la vida real con sus conflictos de intereses que no se solucionan charlando amistosamente. Con sus errores, sus prepotencias, sus figuras malditas y su soberbia, el kirchnerismo nos deja derechos inalienables impensados hace algunos años y la evidencia irrefutable de que los dueños de las buenas costumbres, como cualquier hijo de vecino, también se ponen “nervioshos” cuando amenazan sus intereses.
Secretos de una obsesión (Secret in their eyes, 2015) de Billy Ray, c/Chiwetel Ejiofor, Julia Roberts, Nicole Kidman, Dean Norris, 111´
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
Impecable