betibuFue Fabián Bielinsky quien, vaya uno a saber cómo, logró sortear, en sus dos únicas y notables películas, los condicionamientos que suelen derivar de los acuerdos entre países de distintas latitudes (en este caso Argentina y España) a la hora de producir una película. Esto significa, entre otras cosas, la inclusión de actores extranjeros con el fin de insertarlos en el mercado cinematográfico internacional y publicitarlos para futuras realizaciones. Si en Nueve reinas Bielinsky se burlaba del asunto haciendo pasar por español a un actor que sobre el final de la historia se nos revelaba como argentino (aunque en realidad el catalán Ignasi Abadal sí era español), fue en El aura donde el ingenio y la habilidad del director argentino lograron que estos efectos pasaran absolutamente inadvertidos. Allí los dos actores de origen español (Manuel Rodal/Dietrich y Rafael Castejón/Vega) no sólo no emitían palabra alguna, sino que además eran eliminados rápidamente de la historia. Ambos morían luego de un disparo involuntario y un robo frustrado, respectivamente. Teniendo en cuenta lo citado unas líneas arriba, y desconociendo por completo el detrás de escena de la película, sólo resta pensar que la solidez y contundencia narrativa de El aura anulaba cualquier tipo de objeción por parte de los productores. El otro gran hacedor de milagros es Adolfo Aristarain quien, por lo menos desde Un lugar en el mundo hasta Roma, ha hecho todas sus películas en colaboración con España, incluyendo a varios actores de esa nacionalidad en papeles protagónicos. La clara conciencia de los géneros y el cine clásico, más la lucidez a la hora de narrar y crear personajes, han evitado cualquier resentimiento de las historias y se han sobrepuesto a todo tipo de acuerdos previos.

El estreno de Betibú, segunda película de Miguel Cohan, viene a confirmar lo que de un tiempo a esta parte parece haberse vuelto la única forma posible que tiene el cine argentino de acercarse a lo que podría llegar a entenderse como un cine con pretensiones industriales, como una especie de nuevo mainstream hispanoamericano. Desde El secreto de sus ojos en adelante, pasando por Tesis sobre un homicidio, Wakolda y hasta la mismísima Sin retorno (primera película de Cohan), la participación de España ha jugado un papel importante en la realización de estas películas, aunque con resultados diversos y, en su mayoría, pocos felices. El tema es, justamente, la coproducción y los intereses que hay detrás de las mismas, los cuales suelen atentar casi siempre contra la propia forma del cine y de lo que se quiere contar a través de él. Al contrario de lo que sucedía con Bielinsky y Aristarain, y a sabiendas de que el cine es, entre muchas otras cosas, también negocio, este grupo de recientes películas parece priorizar la presencia de la figura protagónica (Darín en muchos casos) confiando en su carisma y magnetismo a la hora de vender entradas, pero descuidando, por otro lado, factores no menos importantes como son la construcción de un guión sólido y una puesta en escena que justifique el desarrollo de la trama, lo cual suele saltar a la vista en los primeros minutos de visión.

mercedesBetibú reúne todos estos defectos, a los que se le suma la carencia de una figura central y llamativa (Darín y Francella son, virtudes aparte, hoy por hoy los únicos actores capaces de atraer grandes cantidades de espectadores a las salas), y la torpeza de un guión previsible y redundante que afecta notablemente la estructura formal de la película.

El interesante plano secuencia del comienzo, acompañado por una música festiva (jazz), que desemboca en el descubrimiento por parte de la mucama de la casa de un hombre muerto, su patrón (Betibú narra toda una serie de investigaciones policiales a partir de este hecho ocurrido en un country de la provincia de Buenos Aires), se ve opacado rápidamente y, justamente, por una irrupción, y por el tono de esa irrupción, que no es otra cosa que un grito de horror y espanto falto de todo dramatismo.

El registro actoral es el otro gran problema de la película de Cohan, desparejo y afectado en todo momento, incluso cuando se trata de actores que suelen salir indemnes de la falta de peso dramático que puedan tener los personajes que les toca interpretar, como sucede aquí con Mercedes Morán, a quien se la ve y se la oye, incómoda no sólo en sus monólogos en off, sino y sobre todo en la interacción con los demás protagonistas, principalmente los españoles (uno es José Coronado, el otro es Alberto Ammann, a quien ya vimos en Tesis sobre un homicidio), producto, sin dudas, de lo antes mencionado. La inclusión de estas figuras extranjeras fuerza y obliga a la trama a desarrollar temas que suelen funcionar como única justificación de la misma, quedando en general a mitad de camino y, vaya redundancia, sin desarrollo ni importancia en el resto de la historia, como cuando la película deja entrever los negociados corporativos y los oscuros entramados políticos en los que el poder económico de los medios gráficos juega un papel fundamental.

PRE-estrenos.jpg_274898881Tanto la película de Cohan, así como Tesis sobre un homicidio, por mencionar sólo dos ejemplos recientes, están basadas en interesantes y sólidas novelas policiales (Betibú en el libro homónimo de Claudia Piñeiro, y Tesis… en un relato de Diego Paszkowski que lleva el mismo título), las cuales tienen como mayor mérito, un grado de libertad formal que no se condice para nada con sus correlatos cinematográficos, además de una inquietante tensión narrativa sostenida por el quiebre de los puntos de vista, lo que las mantiene ajenas a todo tipo de intereses que no tengan que ver de manera directa con la obra. En estos casos las novelas son libres, las películas no.

Betibú es torpe y deshilachada, todo está contado a las apuradas y sin la menor tensión, la falta de ritmo es notable y se contrapone a la propia textura del jazz inicial. La música incidental es omnipresente y se encarga a cada rato de señalar ingenuamente qué es lo importante y qué no. Esta torpeza formal se hace evidente en el plano en el que el actor Fabián Arenillas relata una historia de juventud que involucra a Chazarreta (el muerto) y otros amigos de la infancia. La cámara se acerca de manera burda al rostro de Arenillas, como queriendo señalar, y despejando toda duda, que eso que se está contando es lo importante, que allí está la clave para resolver el asunto. De aquí en adelante la película de Cohan avanza lentamente, dando vueltas y vueltas sobre sí misma, enredándose y volviéndose previsible, para terminar explicando lo que ya había quedado claro en ese plano.

El otro aspecto deficiente de Betibú son las breves escenas de comedia, las cuales están marcadas por un claro timing televisivo, resultando poco efectivas y desencajando por completo con el resto de la historia. Cabe destacar aquí la participación activa en la realización de esta película, y de las mencionadas más arriba, del canal TELEFE como otro de los factores que atañen a este tipo de coproducciones y que atentan contra la idea original y libre que toda película lleva implícita, la de contar una historia con los códigos específicos del cine.

betibu_2No son aquí las imágenes, sino una serie de elementos externos los que explican la trama. En uno de sus parlamentos Morán deja en claro y exhibe, involuntariamente, las propias limitaciones de la película: “Si no tuviéramos que interpretar las señales y tan sólo creer en lo que se dice…”. Betibú expone de esta manera su condición de película híbrida y sin personalidad, superficial y carente de toda complejidad, olvidando que en toda expresión artística, cada elemento, cada decisión formal se carga necesariamente de sentido y queda sujeta a toda clase de interpretaciones y análisis. Este olvido, o negación, consecuencia natural (y no tanto) de la concepción de este tipo de productos, los cuales terminan inevitablemente subestimando a los espectadores, es lo que lleva a Betibú, y a todo el grupo de películas citadas anteriormente, a su propia anulación.

Betibú (Argentina, 2014), de Miguel Cohan, c/Mercedes Morán, Daniel Fanego, Alberto Ammann, José Coronado, Carola Reyna, Lito Cruz, Gerardo Romano, Osmar Nuñez, 99’.

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