Filmoteca en vivo tiene una ceremonia que se expresa en un festival con una selección variadísima de películas que de otra manera pasarían lamentablemente desapercibidas y versiones alternativas de otras que la historia del cine supo poner en primer plano (este año es el caso de Häxan). Todo esto halagando el fetichismo fílmico con películas en 16 y 35mm presentadas por Fernando Martín Peña. Acá van algunas de las proyectadas en esta edición.
La última orgía del Tercer Reich: esta película que tiene uno de los mejores títulos de la historia –aunque en Argentina se exhibió con el menos encantador de El amor inmortal- se inscribe dentro del cine de explotación nazi, combinación entre el sexo y el nazismo que, en principio, puede parecer risueña pero cuya relación se encuentra justificada por la estetización de la relación amo/esclavo que proponía el nazismo. El cuero, los guantes, las botas, el color negro, la fantasía de muerte terminaron siendo resignificados como elementos eróticos por el sadomasoquismo, y el cine de los ’70 capturó en forma de Porno Concentracionario. La protagonista vuelve al desolado campo de concentración para recordar, y a partir de ese recuerdo el espectador conoce la historia; cuando el recuerdo se completa y se satisface la memoria, llega la venganza. Tal es la importancia de la actualización del dolor, y tal es la función que cumple la película; afán que desde el comienzo muestra su impronta abriendo con una cita a Nietzsche sobre la naturaleza corrupta de la humanidad, para luego sorprender con imágenes inconcebibles tanto por lo representado como por la forma en que se representa (tiene planos bellísimos, algunos incluso simbólicos, como el de una liga en forma de flor con una esvástica en el centro). La intención estética desborda en un pastiche que va desde momentos cómicos teñidos de parodia hasta diálogos que muestran la seriedad del dramatismo poético. El escenario de torturas representado tiene un detalle que brinda posibilidad de descanso ante las aberraciones: el sacrificio de un soldado nazi para salvar la vida de su enamorada. Pero si bien ese acto gana la simpatía casi heroica del sacrificio amoroso, no rompe la férrea unión que suelda el amor con la muerte, y la dominación como fuerza erótica. Es ese sentido el que brinda la importancia del carácter de la protagonista, quien se muestra insensible ante los maltratos porque desea morir, impidiendo la dominación –porque se comparte el objetivo- y por ende injuriando a sus captores. Esa rebelión también se encuentra en el personaje de Ilsa, la loba de las S.S. (Don Edmonds. 1975) que se niega a suplicar. Resistir para recordar, recordar para vengar.
(L’ultima orgia del III Reich, Italia, 1977), de Cesare Canevari, c/Adriano Micatoni, Daniela Poggi y Maristella Greco. 92’.
El mundo en peligro: Durante su patrullaje sobre el desierto unos oficiales de policía descubren lugares destrozados y algunos muertos. La investigación devela que las pruebas atómicas realizadas en 1945 dieron como resultado la mutación de una especie de hormigas, agigantándolas alrededor de tres metros, y que son estas las causantes del desastre. El peligro de ser atacados se confunde incluso con el de ser invadidos en el momento en que las hormigas son tomadas por platillos voladores. Un rejunte de los temores de la época en que la guerra nuclear y el comunismo lideraban la apuesta. Las hormigas son tratadas como obreras y se hace referencia a que esclavizan a los enemigos que no matan, pero la cuestión del comunismo no es una conjetura, se encuentra explícita casi al finalizar la película cuando en una conferencia de prensa en la que el gobierno manda un toque de queda una reportero pregunta al vocero si “la guerra fría se calentó”. Y ese mal al que se enfrenta está puesto incluso en términos bíblicos cuando se cita un pasaje de la Biblia que profetiza caos y destrucción bajo el reinado de la Bestia sobre la Tierra. Varias veces se remarca que los lugares fueron ultrajados de adentro hacia afuera, porque lejos de pensar la radiación con remordimiento se la ve como causante de una amenaza interna de la que sólo puede librarse a través de la milicia, y esa paranoia está expresada desde el punto de vista: el de la patrulla vigilante. Se sale de las consecuencias de un bombardeo iniciando otro. La película finaliza con una cavilación sobre el futuro desconocido de la humanidad de la era atómica, pero la forma de encararla no es otra que una propaganda armamentista.
(Them!, EE.UU., 1952), de Gordon Douglas, c/James Whitmore, Edmund Gwenn, John Weldonm Leonard Nimoy. 94’.
And Now For Something Completely Different: Ya desde el título se aprecia la ironía (“Y ahora para algo completamente diferente”), ya que en realidad este largometraje está compuesto por remakes de una selección de sketchs pertenecientes a la primera y segunda temporada del programa Monty Python’s Flying Circus, de un humor tan absurdo como crítico: curso de defensa personal ante atacantes armados con fruta; abuelitas pandilleras; el chiste más gracioso del mundo; y el gran concurso del burgués del año… Un movimiento de contracultura en plena década de represión conservadora durante el gobierno de Edward Heath, marcado por las huelgas y la lucha obrera. El absurdo humorístico permite rebelarse no sólo contra un gobierno, no sólo contra el sistema, sino contra la forma de concebir la realidad y, sobre todo, contra la razón. No existe un hilo que conduzca de un sketch a otro, sino que se presentan díscolamente guiados por animaciones tan incoherentes como los segmentos humorísticos que le siguen, y bajo la mirada de un personaje que recorre los fragmentos advirtiendo que la película “se está tornando estúpida”, porque ahí donde la lógica es opresión dictatorial del sentido, la estupidez es liberación, percepción de la libertad del disparate y el regocijo de lo insensato.
(Gran Bretaña, 1971), de Ian MacNaughton, c/John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Terry Jones, Terry Gilliam, Eric Idle. 88’.
El increíble hombre menguante: Una de las películas más conocidas del festival y de la ciencia ficción en general cuenta las vicisitudes de un hombre que, luego de ser expuesto a una neblina misteriosa –y radioactiva- comienza a hacerse pequeñito, pero ese decrecimiento será el paso para una maduración de carácter. Debe achicarse para dejar de ser un chico. El temor a la guerra nuclear en los ’50 es el puntapié del viaje iniciático al que el protagonista es obligado para convertirse en hombre. Los pocos minutos de metraje que pasa junto a su esposa sirven para mostrar la relación que los une: ella se comporta como su madre, preparándole la comida y ayudándolo a vestirse. Tan es así que la primera vez que se muestra al matrimonio, él está casi desnudo –como al momento del nacimiento- y en la siguiente toma ya se lo ve vistiendo una ropa que le queda enorme, como un nene que se arregla la camisa para enfrentar el día escolar. Por eso el enemigo principal a vencer es una araña, el arquetipo de la Madre. Matar a la bestia es romper el lazo edípico, represión que marca la madurez del hombre en el seno de la vida social. Con ese objetivo el final cobra un sentido de victoria en lugar de desasosiego ante la soledad, porque hacerse hombre es enfrentar la selva del mundo completamente solo.
(The Incredible Shrinking Man, EE.UU., 1957), de Jack Arnold, c/Grant Williams, Randy Stuart, April Kernt, Paul Langton, Raymond Bailey, 81’.
La brujería a través de los tiempos: Más allá de lo que la voz espectral de Wiliams Borroughs le aporta a la fantasmagoría de la película en esta versión restaurada en los ’60 y narrada por el escritor, no es casual que se haya reeditado en una década marcada por el estructuralismo, porque Christensen propone una investigación sobre la forma en que la Edad Media concebía a la brujería desde un método que, a excepción de los últimos minutos, se presenta con la neutralidad valorativa weberiana. Si bien se piensa a la magia como excusa ante situaciones preternaturales, también se admite la posibilidad de que el diablo y las brujas existan. Y esto pasa efectivamente desde la manera en que se representan los fragmentos: en aquellos en los que predominan las imágenes fijas se citan fuentes de investigación y el análisis se torna racionalista, pero en aquellos donde domina la dramatización filmada aparece el misticismo. La representación de las brujas volando o del diablo hechizando no aparecen como alucinaciones, aunque al final de la película Christensen las entienda como tales, sino que aparecen en el mismo plano de los personajes, como algo real en ese universo y no como un síntoma de histeria. En el plano de la ficción filmada, que se diferencia del documentarismo de los segmentos con imágenes fijas, los aquelarres son tan verdaderos como la inquisición. De igual manera, los juicios religiosos no se muestran con efectos de ningún tipo, y la forma de registro es más bien naturalista, mientras que los planos mágicos se muestran con deformaciones, desproporciones y demás contrastes. Da la sensación de que lo que marca el paso de la razón (fotos) a la magia (filmación) es precisamente la cualidad del movimiento propia del cine. Finalmente Christensen concluye en que la hechicería del Medioevo es lo que en el siglo XX se entiende como locura, pero no descansa en la idea de un progreso cultural. Por el contrario, marca el paralelismo en los maltratos tanto en uno como en otro período.
(Häxan, Suecia, 1922), de Benjamin Christensen, c/Benjamin Christentsen, Tora Teje, Alice Frederiksen, y la voz de William Borroughs, 80’.
Los caballos de Valdez: Un niño de diez años (Jamie) huye de un hogar desconocido y recibe asilo en la casa de Chino (Charles Bronson), un indio que ha sentado cabeza y se gana la vida criando caballos. Poco se sabe también de los orígenes del personaje de Bronson, porque incluso él mismo lo desconoce. Todo lo que sabe es que ha sido secuestrado y criado por los indios, pero los indios y su cultura están muriendo, arrasados por la “civilización”. Lo primero que Jamie encuentra llegando al asentamiento es el cadáver agorero de un indio de cara al sol, porque así les gusta pasar la eternidad, y no encerrados bajo tierra. La libertad buscada por el indio se manifiesta en Chino y se simboliza en la potencia de los caballos salvajes que cría. El conflicto aparece junto con el alambrado impuesto por el terrateniente que desde el comienzo propone muerte, abriendo el cuello de una yegua preñada. El personaje de Bronson entiende que la cultura india se encuentra diezmada, al borde de la extinción, y por eso busca insertarse en el mundo del hombre blanco y formar una familia como lo manda el orden social. La imagen de la madre de familia tipo aparece en la hermana del terrateniente a la que encuentra sentada junto al fuego, tejiendo (por eso la prefiere a ella en vez de a la mujer india). Ese ideal es el que perseguirá y el que le costará todo lo que hasta ese momento había ganado, porque le es imposible insertarse. Convivir con la civilización es granjearse barbarie, la vida se gana a los tiros y a costa de aceptar la imposición de una libertad a cielo abierto, como héroe solitario a la fuerza.
(Valdez, il mezzosangue, Italia/Francia/España – 1973), de John Sturges, c/Charles Bronson, Jill Irelan, Marcel Bozzuffi, 98’.
Los crímenes del clan Manson: Los primeros minutos de la película podrían pertenecer al más clásico de los slashers: la toma de un auto que recorre un camino lejano, una mansión en silencio, el grito de horror de un testigo. Cuando la policía acude al lugar del hecho se ofrece un muestrario de cadáveres que chorrean sangre de utilería. Sin embargo, a partir del primer rótulo con la fecha el narrador se pone de manifiesto para adoptar la voz de Vincent Bugliosi, fiscal que procesó a Charles Manson y a su séquito por los asesinatos cometidos en 1970. La película de Gries es una reconstrucción del juicio basada en las transcripciones oficiales del caso. Perteneciendo el slasher claramente a la ficción, existe una cierta relajación, consciente o inconsciente, ante el peligro mostrado en pantalla, pero cuando el horror se muestra con intenciones de verdad, como sucede en el plano documental, esa pantalla protectora que recubre el relato se desvanece, dejando al espectador sólo frente a un pedazo de realidad que siente mucho más próxima. Helter Skelter figura una mixtura entre ambos planos, porque se representa ficcionalmente un documento oficial, y eso basta para imprimir una preocupación que deviene en miedo cuando Railsback/Manson argumenta a su favor declarándose víctima de la sociedad, un monstruo que el sistema engendró. Una declaración dicha con mirada desencajada basta para impedir el reposo tranquilo cuando llega el final del juicio y los culpables son apresados. Imposible descansar porque la usina de males continúa intacta.
(Helter Skelter, EUA – 1976), de Tom Gries, c/George DiCenzo, Steve Railsback, Nancy Wolfe, 113’.
El penúltimo día del festival se realizó un sorteo de tres libros y se regaló a los presentes una yapa: el cortometraje The Betty Boop Limited (Dave Fleischer, 1932), que contrastaba con la violencia de las películas posteriormente proyectadas. El festival cerraba con una película sorpresa que no se podía develar porque de otra manera no se podría exhibir. Vedado queda el misterio.
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