Barbie es una película que formatea y a la vez anticipa hacia dónde se estaría delineando la subjetividad contemporánea. ¿Cómo llegamos a esta declaración? Lo que empezó como la travesura de ver un tanque hollywoodense terminó como experiencia devastadora en lo personal, pero muy esclarecedora en cuanto a la comprensión de los consumos culturales de la época. Y si hablamos de tanque, hablamos de guerra. Y si hablamos de Hollywood, hablamos de guerra cultural, haciendo foco en el concepto de industria cultural acuñado por la Escuela de Frankfurt -que comenzó a trabajar hacia la década de 1930- y que, lúcidamente, postuló que en las sociedades industriales avanzadas la cultura también se industrializa, generando productos que alienan a los consumidores y neutralizan así la visión crítica de la realidad mediante productos de fácil digestión. Se oye hablar de países desarrollados, sub desarrollados y en desarrollo. Poco se habla de países subdesarrolladores. Los tanques son subdesarrolladores psicocorporales.
Barbie es también una película apocalíptica, que augura un futuro distópico -para mí- post sexual. Una especie de Alphaville (Godard) o Mundo Feliz (Huxley), ambientado en la tercera década del siglo XIX. Una película inteligente, divertida, ágil y colorida, que por su cuidada realización puede interesar a un abanico bastante amplio de audiencia. Y que, por eso, es mucho más peligrosa en cuanto a su capacidad de alienar conciencias bajo el disfraz de recoger el guante de los planteos feministas reduciéndolos a la caricatura.
Barbie es una película maquiavélica. Un festival casi fantástico de corrección política donde el conflicto entre sexos se resuelve con la infantilización de los personajes y su regreso, feliz y sin mácula, a la pre-adolescencia, a la escuela primaria: las nenas con las nenas y los nenes con los nenes. Tiene una estructura en tres actos claramente definidos y un epílogo (Barbielandia amazónica, El viaje de Barbie a la realidad patriarcal, El regreso a una Barbielandia ocupada por machos idiotas y, finalmente, Barbie en ojotas entrando al ginecólogo). Después de más de hora y media de relato, volvemos al inicio. ¡¿A qué va Barbie al ginecólogo?! Si queda claro que no se le mueve un pelo respecto de su sexualidad. Se podrá decir lo que ella misma dice: “No tengo vagina”. Como si no estuviera suficientemente demostrado que la sexualidad no se subsume, ni mucho menos, a los órganos genitales. Además, Barbie se encarga afanosamente de señalar el deseo sexual ajeno (de los hombres), quedando ella por fuera de cualquier tipo de interpelación e intercambio mientras habita cierta bella indiferencia respecto del contenido sexual de sus experiencias. Lo tremendo de Barbie como producto final es el rechazo del erotismo y el planteo de un mundo que funciona con muy buenas maneras, en colores estridentes y sin sexo.
La muñeca Barbie fue creada en 1959 ofreciendo un modelo a seguir por las nenas por fuera de los mandatos de la maternidad. Pero también ayudó a crear un modelo de mujer trabajadora exitosa en tiempos en que ya era importante que la mujer saliera a producir dinero incorporándose al mercado laboral sin que esto, lamentablemente, afectara ni disminuyera sus responsabilidades domésticas. En sintonía con ello, en el inicio de la película asistimos al mundo perfecto de Barbielandia en el que las Barbies, lindando con cierta euforia maníaca, ejercen las profesiones más variadas y prestigiosas mientras ocupan puestos de poder en una especie de paraíso de amazonas autoabastecidas y desexualizadas. Los Kens (creado, en su origen, como el muñeco-novio de Barbie) son meros acólitos ornamentales con sus capacidades psicofísicas y emocionales disminuídas: unos boludos completos. Si bien toda la película es paródica e irónica, aún en estas coordenadas chistosas no es posible rescatar positivamente ni un rasgo masculino, ni al inicio ni nunca. En el tercer acto Ken se burla incluso de sí mismo, de su “deconstrucción” y de su deseo impotente por Barbie. Barbie lo mantiene a raya todo el tiempo, hasta que al final recapacita un poco y decide perdonarle la vida al pobre eunuco dejándole clarísimo que no tiene interés erótico en él (ni en nadie). Barbie se interesa por la muerte y las estrías.
La película trata sobre el Poder y lo resuelve. Toma el Poder como tema y soslaya el erotismo en la lucha de Poder, dejando fuera de juego la atracción sexual que complejiza y densifica al Poder, dejando de lado la sexualización del poder. A modo de ilustración de la simplificación y banalización de la que habla la Escuela de Frankfurt, la película resuelve el conflicto con castidad, muchas sonrisas y mucha sorna ante el deseo ajeno.
¿Por qué nos imponen el reduccionismo de que la fraternidad y la sororidad excluyen la sexualidad? Lo fraterno es la paridad amistosa. Y en la pubertad, con la maduración física, la sexualidad reprimida durante el período de latencia de la infancia retorna con fuerza. Sin embargo, en esta época las cosas cambiaron. No hay represión sexual ni latencia infantil. Y la sexualidad se barre bajo la alfombra dejando sólo cuestiones de dominación. Sexualidad que, además de ser conflictiva, fue (¿es aún? ¿será?)[1]una fuente de muchas alegrías. Sexualidad que implica el lazo con un otro que nos sorprende y al que no podemos dominar en su otredad, en su diferencia, y que en esa diferencia nos enriquece y nos pone en cierto riesgo palpitante[2].
En este punto, además, existe una hermosa e inteligente película que puede echar algo de luz en diálogo con Barbie: Please, Baby Please (Amanda Kramer, 2022), que aún fuera del mainstream interroga las identificaciones de género, defiende la percepción subjetiva de ellas, pero a la vez mantiene la tensión respecto del deseo, subrayando la diferencia entre lo que decimos que queremos y lo que en el inconsciente puja: el conflicto entre la corriente tierna y la corriente erótica. Sostiene el conflicto vital. En Barbieesto no ocurre: la tensión se resuelve eliminando el deseo sexual y el erotismo del tablero. Fin de la confrontación. Y todos coloridos. Todo queda reducido a una vida de escuela primaria con ciertas actitudes retaliatorias y humillantes. Regreso prístino y correctísimo a un sujeto de la conciencia prefreudiano, un yo gigante y estúpido, pero sin represión. Por suerte al menos hay alguna diatriba contra mandatos absurdos de sometimiento de los cuerpos de las mujeres. Pero también el producto Barbie nos quita el deseo sexual a las mujeres dejándoselo a los hombres, que son unos nabos totales, pero siguen siendo propietarios del deseo. Y eso es triste.
Barbie (Estados Unidos, 2023). Dirección: Greta Gerwig. Guion: Greta Gerwig Noah Baumbach. Fotografía: Rodrigo Prieto. Montaje: Nick Houy. Elenco: Margot Robbie, Ryan Gosling, America Ferrara, Ariana Greenblatt, Will Ferrell, Kate McKinnon, Michael Cera, Simu Liu, Issa Rae. Duración: 114 minutos.
[1]En Fenomenología del fin, Bifo Berardi nos alumbra respecto de la crisis de sensibilidad en una sociedad que, en la actualidad, tiende a la conectividad y al acople, en desmedro de la conjuntividad que siempre implica la interpretación de los actos del otro y cierta opacidad en la relación con los demás.
[2]En la negociación erótica, según Rita Segato, el desacople fundacional entre humanos no implica necesariamente la sumisión de una de las partes de la contienda amorosa. Vale la pena la exploración.
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