1. Detroit, la última película de la dupla formada por la directora Kathryn Bigelow y el guionista Mark Boal (esta es su tercera película en conjunto, después de The Hurt Locker de 2008 y Zero Dark Thirty de 2012) está basada en los acontecimientos que iniciaron en la madrugada del 23 de de julio de 1967 y finalizaron, en su mayoría, el 27 de ese mismo mes. Puntualmente, la película recrea el incidente del Motel Algiers, un episodio de abuso policial que terminó con tres jóvenes negros muertos (fusilados) por la policía local. El saldo final de los disturbios en Detroit fue de 43 personas muertas (33 eran negros y 10 blancos), unos 1.190 heridos y más de 7.200 personas detenidas. En este contexto la policía local estaba algo más que colapsada y las autoridades pidieron refuerzos y así fue que llegaron a «Motor City» la Guardia Nacional, la policía estatal y el ejército.
Es honesto preguntarnos: ¿por qué esta película, en este momento histórico? Además de cumplirse el 50° aniversario de un episodio de brutalidad policíaca, odio racial y revuelta popular, Kathryn Bigelow -en una entrevista con la revista Vanity Fair- declara que una de sus motivaciones fue que «[en los últimos 50 años y en lo que a racismo se refiere] en lo sustancial no ha mejorado demasiado. De una forma perversa podría decirse que las cosas han ido a peor. Hoy es absolutamente urgente que mantengamos una conversación sobre la discriminación racial en EE.UU.».
Los motivos son nobles, sin dudas, pero el resultado es apenas tibio. En los acontecimientos que se relatan ninguna de las víctimas del incidente del Motel Algiers participa voluntariamente de la revuelta; mientras la ciudad se prende fuego a pocas calles, unos están de fiesta y otros llegan refugiándose de algo que los supera pero que no entienden bien a qué viene. Por otra parte, los «grupos violentos» (que no son las fuerzas del orden, claro) aparecen esencialmente como saqueadores de comercios, en una actitud bastante oportunista, y cada acto de vandalismo aparece en un registro casi televisivo, distante (¿objetivo?), donde esa mirada que intenta solo dar cuenta de los hechos termina jugándose por una opinión feroz, construyendo una estructura narrativa que juzga esas acciones desde su sentido fuertemente antidemocrático. Amén de que tanto la directora como el guionista se ocupan de aclarar que estamos frente a una ficción que, a pesar del «basado en hechos reales» del inicio, diálogos y otros acontecimientos –según se explicita al final- han sido ficcionalizados, al igual que los nombres de los personajes blancos -que no se corresponden con los reales-, cosa que no sucede con los personajes afroamericanos y las dos chicas de Idaho presentes en el motel en la noche de los crímenes.
2. Ya que nos estamos haciendo preguntas, seguimos. ¿Por qué Detroit cuando lo que se relata es el incidente del Motel Algiers? ¿No habría sido más honesto llamarla así y de paso no sentiríamos que el recorte que hace la dupla Bigelow-Boal es generalizar los incidentes del llamado «verano caliente» que produjo más de 100 muertos y alrededor de 10.000 heridos en disturbios raciales a lo largo de 13 estados? No hay mención alguna al movimiento por los derechos civiles, ni a los problemas relacionados con la integración racial ni a la existencia de los Black Panthers o del Black Power. Lo que vemos es un «episodio» (dramático, brutal, innecesario) sin rozar siquiera el fondo de la cuestión.
3. Podemos pensar a Detroit, la película, en tres momentos y dos prólogos que, encadenados, construyen sentido para el espectador.
La cosa arranca didáctica con los prólogos, de una fuerte impronta documental, que dan cuenta primero del contexto sociopolítico y económico de la ciudad de Detroit en el tiempo inmediatamente anterior a la «revuelta», y segundo, ya metidos de lleno en el relato, del episodio puntual que inició los «disturbios», y sí Detroit era un polvorín de tensión racial y explotó en el verano de 1967 a partir de un allanamiento policial en un bar sin licencia -fiesta privada, dirán los presentes- en el que más de 80 personas -todos negros- celebraban el regreso de dos compañeros de la guerra de Vietnam. El resultado fue que todos los asistentes terminaron detenidos: frente a este (otro) abuso de poder de las autoridades blancas, los vecinos estallan y reaccionan ante el maltrato policial y el racismo, y se inicia una escalada de violencia que culmina en incendios, saqueos y represión. Un dato interesante es la composición demográfica de la ciudad de Detroit (un 40% negra) frente a la de la policía local (un 95% blanca).
Momento I: Tras los prólogos, la presentación de personajes: esencialmente tres de ellos que son sobre los que se apoya la estructura del relato. En primer lugar, el policía local Krauss (WillPoulter) un personaje violento, racista, que parece disfrutar de la oportunidad que le brindan los disturbios para dar rienda suelta a sus convicciones. Lo primero que veremos de él será una persecución -escopeta en mano- que termina con el perseguido muerto de un tiro en la espalda. En Krauss lo que prima es el uso del poder, la autoridad que le confiere su uniforme y, de paso, frente a las autoridades (políticas y policiales) superadas por los acontecimientos vemos como se comienza a delinear la «lectura oficial de los hechos» en la que estos actos criminales cometidos por las fuerzas policiales terminan siendo el medio que los poderes del Estado utilizan para disimular (encubrir) su propio comportamiento racista. Interesante la escena que muestra el intercambio con un superior sobre estos acontecimientos en los que el policía es advertido de que -cuando «todo esto termine»- será acusado de homicidio pero, en estas circunstancias, vuelve a la patrulla y a la calle.
En el segundo lado de este triángulo se ubica Melvin Dismukes (John Boyega) que se nos presenta como un hombre bueno y trabajador (de hecho tiene dos empleos), «respetuoso de las leyes y temeroso de su dios». Melvin es guardia de seguridad nocturno en una tienda local, de ahí su proximidad con los hechos. Es un personaje con un tratamiento, por lo menos, difuso. Su primera aproximación al episodio narrado es ofrecerle a la Guardia Nacional, que custodia por la noche un banco, café caliente en una noche «movida» que promete ser larga. Su reacción en el Motel Algiers es el silencio frente al cadáver de Carl Cooper (Jason Mitchell) y una actitud de absoluta sumisión alineada con la policía presente (Krauss y otros). También podemos pensar que este personaje, su silencio y su aparente sumisión (entendida como estrategia de supervivencia) representa a una mayoría que siente que frente al abuso de poder solo se puede callar, acatar y pasar desapercibido. Melvin Dismukes actuó como asesor en la película de Kathryn Bigelow y su contribución ayudó a darle forma a la historia de la película. «Es un 99.5% exacto de lo que ocurrió en el Algiersy en la ciudad en ese momento», dijo a Variety.
Y, finalmente, el triángulo se completa con el soulman Larry Reed (Algee Smith) cantante de The Dramatics que llega al Algiers tras una fallida presentación de su banda organizada por el sello Motown Records, suspendida por los disturbios justo antes de que salgan al escenario. Paradójicamente, su banda fue convocada por una discográfica inmediatamente después de este episodio pero Reed, notablemente afectado, no pudo cantar y, desde entonces, forma parte de coros de iglesia.
Momento II. Estamos en el centro de la película, aquí todo pasa puertas adentro del Motel Algiers y es la sección más larga, violenta y asfixiante de todo el relato. El incidente se narra con gran detalle, los personajes aparecen fuertemente subrayados. A partir de un episodio bastante menor, un juego con una pistola de juguete que suena como una de verdad, se inicia todo este infierno. La reacción de la policía es de una brutalidad desmedida. Es interesante una breve escena que aparece como al pasar: en un determinado momento el resto de las fuerzas presente (la Guardia Nacional y el Ejército) ingresan al motel y se encuentran con un muerto y un escenario dantesco. Todos reconocen que está mal lo que están viendo, pero lejos -muy, pero muy lejos- de intervenir para detener ese sinsentido rápidamente se van haciendo la gran “yo-no-quiero –saber-nada-de-esto» y dejan a víctimas y victimarios en el mismo lugar en el que los habían encontrado. La película avanza y estos personajes, y lo que representan, no vuelven a aparecer. Y desde mi lugar de espectador, todo sigue haciendo ruido, no entiendo la función presuntamente ideológica de muchas decisiones estilísticas, pero para eso tenemos el…
Momento III. Bastante deslucido el final de esta ficción que cierra como un docudrama de esos de Hallmark donde nos cuentan que ha sido de los protagonistas 50 años después. Pero primero vemos el juicio en el que los policías son absueltos y Melvin Dismukes–que fue a la estación de policía a dar su versión de los hechos y allí notó que todo había cambiado- termina siendo acusado de asesinato en primer grado y, finalmente, de agresión. Fue el primero en ser juzgado y resultó absuelto por un jurado compuesto exclusivamente por blancos.
4. Nos queda la sensación de que más allá de las buenas intenciones, la precisión técnica y las muy buenas actuaciones de todos los involucrados estamos frente a una película pensada para generar una fuerte reacción y una pobre reflexión. Los malos, malísimos, por un lado; y las víctimas, por el otro. El ejercicio de la fuerza y el subrayado del poder, o de la inferioridad racial manifiesta, puestos ahí para que la indignación nos golpee por lo que se nos muestra y evitar que pensemos mucho más allá de eso. Como cuando miramos algunos noticieros, ¿no?
Detroit (EUA, 2017). Dirección: Kathryn Bigelow. Guión: Mark Boal. Elenco: John Boyega, Jack Reynor, Hannah Murray, Anthony Mackie, Will Poulter, Jacob Latimore, Jason Mitchell, Kaitlyn Dever, John Krasinski, Darren Goldstein, Jeremy Strong, Chris Chalk, Laz Alonso, Leon Thomas III, Malcolm David Kelley, Joseph David-Jones, Algee Smith, Ben O’Toole, Joseph David Jones, Ephraim Sykes, Samira Wiley, Peyton Alex Smith, Laz Alonzo, Austin Hebert. Duración: 143 minutos.
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Típica hipocresía bien pensante del demócrata yanqui.