The-Canyons-2013-movie-poster2Christian está en pareja con Tara, y ella lo estuvo con Ryan, quien ahora vive con Gina, que es asistente de Christian, que quiere producir una película de terror berreta que va a protagonizar Ryan, por insistencia de Tara. Christian ama a Tara, hace que tenga sexo con hombres y mujeres desconocidos para su propio goce, pero le exige compromiso afectivo total y que no frecuente otros hombres fuera de los juegos de la pareja. Christian es millonario y tiene una marcada inestabilidad psíquica por lo que está en tratamiento con un psiquiatra, quien periódicamente rinde cuentas a su padre respecto a su evolución. Gina ama a Ryan pero él ama a Tara, que también lo quiere. Tara nunca amó a Christian; en realidad, ama su dinero. Ryan y Tara comienzan a verse nuevamente, lo que es descubierto por Christian, que no parece dispuesto a reaccionar demasiado bien.

Tara se acuesta con otras personas porque así lo ordena su pareja, que es además su dueño. Christian luego exige a Jon –que es el mejor amigo de Gina, y además es gay-  tener sexo con Ryan, que no es homosexual. De ese encuentro sexual depende que mantenga su trabajo de productor. Jon no desea traicionar a su amiga pero finalmente incita a Ryan que, por conservar el papel protagónico en la película, accede al pedido de Jon. Ryan había vuelto a solicitar trabajo a su empleador anterior, que le había sugerido, como pago, sexo. Todos los caminos llevan a Ryan, efigie de galancete heterosexual, al sexo homosexual.

Orgía en casa de Christian: Tara debe besar a otra chica, así lo solicita su amo. Tara advierte un tatuaje en el pecho del otro muchacho invitado a la sesión: “Thy will be done”; es decir: “Hágase tu voluntad”. Cita bíblica que deviene en demanda de placer libre. Entonces, Tara pide a Christian que tenga sexo con ese hombre. Mucho sexo, nada de amor. El sexo es sinónimo de dominación, es fruto de sucesivas imposiciones, y siempre se quiere obtener algo a cambio: dinero, posición social, un trabajo. Cynthia, profesora de yoga y frustrada actriz, es frecuentada por Christian y después por Ryan. Tienen sexo con ella. Cynthia los ama. Ellos, no. Ryan se presenta a una prueba de cámara. La realiza casi desnudo, con un ajustado slip celeste, sobre un fondo blanco, contorneándose y mostrando sus músculos. Parece más un actor porno que el protagonista de un film de horror.

Cines cerrados, fachadas de cines abandonados, interiores de cines desmantelados, butacas rotas, tapizados manchados, cortinados deshilachados, pantallas destruidas, un reloj de pared, gigante, detenido. Éstas son las imágenes que acompañan los títulos iniciales. Los separadores que marcan los días también muestran cines muertos. Parece que Schrader nos quiere contar algo más que un culebrón. Todo es luminoso. Ventanas que dejan entrar resplandores exagerados. No hay sitio para la oscuridad. Todo debe verse. Demasiado color. Oficina carmesí, desenfreno sexual multicolor. Grandes ambientes. Mucho diseño. Arquitectura gélida. Minimalismo posmo. Estética publicitaria. Artificio y kitsch.

canyons32El terceto protagónico: James Deen, un conocido y prolífico actor porno que hace su primera incursión fuera del género, es quien interpreta a Christian. Nolan Funk (Ryan) viene de la televisión y Lindsay Lohan, también de amplia experiencia televisiva, ha realizado algunos éxitos en cine como Un viernes de locos o Scary Movie 5. Schrader no ha recurrido, precisamente, a actores de gran prestigio. Hasta pareciera que no actúan, que recitan sus textos, no provocan simpatía y menos aún empatía y, más de una vez , en las largas conversaciones o en plena bacanal, nos clavan los ojos con descaro cinematográfico, acción tabú si las hay. Son “modelos”, en el sentido bressoniano de la palabra. Schrader se vale del thriller y el porno soft para otros fines, de la misma forma que Nagisa Oshima tomaba lo pornográfico en El imperio de los sentidos y lo transformaba en otra cosa. Los actores que convoca Schrader son estereotipos actuales. Son íconos post-Crepúsculo. Jóvenes, lindos, superficiales, plásticos. Está también la aparición de Gus van Sant como el psiquiatra, tan inexpresivo como los otros. Hay que recordar que Schrader, a comienzos de los años ’70, escribió un libro que hoy es un referente ineludible, aún para el disenso: El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson y Dreyer. Algo debe saber Schrader de cine contemplativo.

Podríamos decir que después de Cosmópolis, de David Cronenberg, y Passion, de Brian de Palma, Paul Schrader completa una especie de trilogía de viejos maestros que reflexionan (como quería Truffaut) sobre el cine y sobre la vida. Los tres toman como epicentro a ricachones aburridos y decadentes, en ambientes ultramodernos, ramalazos de color, música cool y un amor más frío que la muerte. Cronenberg convierte una limusina en un universo claustrofóbico y el acto banal de cortarse el pelo en un hecho definitivo y maldito. Brian de Palma transmuta un noir con gusto francés -que es un mecanismo de relojería- en una pesadilla disparatada y multicolor ambientada en el frívolo mundo de la publicidad. Schrader nos habla de una película de improbable realización, que es vehículo para que un niño rico cobre el fideicomiso de papá, para que una trepadora vuelva a ver a su viejo amor y para que un Don Nadie salga de la miseria. El cine en ninguna parte.

TheCanyons_12Parece que, como Killer Joe de William Friedkin (otro maestro que podríamos incluir en el grupo de notables citado), desagradó a todo el mundo. Friedkin se animó a cosas abominables: un asesinato con una lata de conserva, la felación de una pata de pollo, demostrar que un asesino a sueldo despiadado es el único que en este mundo puede hacer algo por amor. Ya había espantado a todo el mundo con Bug, otra fábula amoral, que es una historia de amor psicótico que escala hasta la enajenación y la muerte. Pareciera que todos estos avezados y veteranos directores, a esta altura de sus vidas y de sus obras, no están interesados en agradar a los cinéfilos. No realizan películas perfectas ni acabadas. Tienen visiones y las vuelcan al celuloide. Son films-médium. Alucinaciones, presagios, dictámenes y diagnósticos de la realidad. Paisajes tremebundos, abisales, monstruosos. Hacen de la escatología un axioma, de la violencia un camino a la epifanía que, quizás, sólo sobrevive en estado degenerado. Una imagen invertida de lo que ya no es. Quizás podríamos denominar, a esta manera de ver el mundo, nihilismo.

The Canyons comienza con cines abandonados y no tiene un final. Ahuyentó a los espectadores y decepcionó a los críticos. No se va a estrenar casi en ningún lugar. Se puede recorrer Internet y no encontrar ni una crítica favorable. Leo por allí: “… esto no es Las reglas del juego(1992) de Robert Altman. La estética es fea y su estilo de cinta independiente amateur, con mucha cámara al hombro, no casa bien con la atmósfera de thriller clásico que pretende crear. Parece que todos los apartados técnicos, desde la fotografía a la música, pasando por el montaje, están diseñados para hacer de The Canyons una experiencia de lo más anticlimática”. Un iluminado. ¡Claro que no es Las reglas del juego! Y yo agregaría: ¡Gracias a Dios que no lo es! Vicios de la crítica. Catapultan a un torpe desfile de estrellas, un “¿Dónde está Wally?” cinéfilo de pacotilla, acuñado por un director bastante cuestionable, al Olimpo del cine. El crítico citado (al que mantendremos en un discreto anonimato) logra enumerar los elementos constitutivos del film pero no puede siquiera vislumbrar la conciencia creadora que organiza ese caos de apariencias, que le da a la argamasa cohesión y coherencia. No es una película para almas sensibles. A nadie le gusta que le espeten en la cara lo horrible que es el mundo y lo muerto que está el cine. Schrader es un director a contramano que intenta, a partir de excrecencias, resucitarlo. Y el resultado es The Canyons. Una película abyecta. Y a mucha honra.

The Canyons (EUA, 2013), de Paul Schrader, c/Lindsay Lohan, James Deen, Nolan Gerard Funk, Amanda Brooks, Tenille Houston, 99’.

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